Las organizaciones sanitarias tienen que prepararse con sistemas y expertos en desinformación en salud ante la amenaza de la desinformación organizada o se convertirán en vulnerables. Una mala reputación puede hundir a cualquier compañía en pocos meses, como hemos visto con AstraZeneca y su vacuna.
La desinformación en salud avanza de forma imparable adoptando diversas formas y canales: un mensaje de Whatsapp que se hace viral entre ancianos que acuden esperanzados a un centro de salud para vacunarse sin que sea cierto, un famoso que asegura que las vacunas son peligrosas, un vídeo hablando de conspiraciones o un titular sobre una mujer atropellada tras vacunarse.
Algunos de estos bulos responden a un deseo de notoriedad, muchos de ellos a intereses económicos (como pinchar en un titular o en un vídeo), otros a un motivo ideológico (atacar o defender a alguien), y no faltan los que son fruto de la mente de un pirómano de la desinformación, que trata de comprobar hasta dónde puede alcanzar su bulo. La mayoría son artesanales, creados por una sola persona, pero cada vez es más frecuente encontrar campañas muy bien organizadas, con recursos y propósito de minar la reputación.
En campañas electorales de Estados Unidos y España (Cataluña) se ha comprobado la injerencia de granjas de bots cercanas al gobierno ruso con el objetivo de dañar a un candidato (Hilary Clinton) y a la democracia española, respectivamente. En el caso de las vacunas, la desinformación se ha ampliado a los medios de comunicación controlados por el gobierno ruso. Un reciente estudio de la organización Disinfo Lab EU, sobre la cobertura en redes sociales de los medios de comunicación rusos en Francia, demostró que las vacunas no recibieron una cobertura muy significativa en los medios de comunicación controlados por el Kremlin en francés hasta que Rusia tuvo una vacuna candidata. Y cuando por fin apareció la Sputnik V no sólo fomentaban bulos sobre una aprobación europea que no existió, sino que destacaban críticas contra las vacunas aprobadas en Europa.
Los medios rusos tendieron a adoptar un tono alarmista, crear títulos de clickbait y contenidos que dejaron espacio para interpretaciones engañosas. Al igual que ocurría con la desinformación en las elecciones, había una clara intencionalidad de desestabilizar el sistema democrático. Aparecieron narrativas para socavar la confianza en las autoridades o para resaltar preocupaciones sobre las limitaciones de las libertades civiles.
Esta tendencia a dar cobertura negativa de vacunas extranjeras para promover las producidas por Rusia se ha apreciado en investigaciones previas en otros países e idiomas, desde Australia hasta Europa del Este y otros países del mundo. Un artículo en el Wall Street Journal, que cita a funcionarios estadounidenses, afirma que «las agencias de inteligencia rusas han montado una campaña para socavar la confianza en Pfizer Inc. y otras vacunas occidentales”.
La desinformación en salud avanza de forma imparable adoptando diversas formas y canales
La vacuna rusa Sputnik V, cuyo desarrollo ha sido menos transparente que el de las vacunas occidentales, ha contado con mejor reputación en África que las producidas en Occidente, que han estado sujetas a criterios de evaluación de calidad más estrictos en cada etapa de sus ensayos, según un estudio del Council on Foreign Relations. Esta ONG estadounidense lo atribuye una campaña de desinformación llevada a cabo por entidades gubernamentales rusas.
Las acciones organizadas de desinformación no son exclusivas del gobierno ruso ni se limitan a bots. Existen agencias en diferentes países a las que se les pueden encargar campañas de desprestigio que analizan cuáles son los mensajes, los formatos, las cuentas y los canales para conseguir su objetivo en un corto espacio de tiempo y sin que se pueda identificar claramente su origen. Incluyen mensajes automatizados por bots pero también contenidos elaborados en texto y vídeo y, por supuesto, memes. El humor es un arma muy potente para crear estados de opinión.
Para combatir estas campañas de desinformación las organizaciones sanitarias y los gobiernos necesitan recurrir no solo a expertos en comunicación de salud sino también, específicamente, en desinformación. Especialistas que conocen cómo se transmiten los bulos de salud en las redes y en los medios y que, en colaboración con analistas de redes y profesionales sanitarios pueden detectar las amenazas antes de que se extiendan y activar mecanismos de defensa frente a ellas. Es una profesión aún embrionaria pero ya se están creando sinergias que permiten su desarrollo, como el Hackathon de Salud, que impulsamos desde COM Salud y #SaludsinBulos, y que une a profesionales sanitarios, programadores y expertos en comunicación para crear soluciones digitales que combatan la desinformación en salud.