«Soy de las que piensan que la ciencia tiene una gran belleza. Un científico en su laboratorio no es solo un técnico: también es un niño colocado ante fenómenos naturales que lo impresionan como un cuento de hadas».
Marie Curie
Las motivaciones, los promotores de la satisfacción humana han sido estudiados y aplicados en el contexto educativo y laboral en infinidad de estudios analizando muy diversos factores de influencia y desde muy diferentes perspectivas. Encontrar evidencias que lo hacen desde la perspectiva de la belleza, poner de manifiesto las relaciones entre la percepción estética y la satisfacción laboral puede resultar ciertamente atractivo.
Remontándonos un buen puñado de años atrás podemos encontrar antecedentes de este maridaje entre belleza y ciencia, los descubrimos a través de la bella Galatea y los experimentos de Rosenthal y Jacobson.
El llamado efecto Galatea tiene su origen en la mitología griega, el escultor Pigmalión, en su búsqueda de la perfección, acabó enamorándose de una de sus obras llamada Galatea. Tal fue el amor que le profesaba que la diosa Afrodita la convirtió en una mujer de carne y hueso. El mito refleja que por creerla perfecta y viva, finalmente consiguió su cometido. Un mito que tiene mucho que ver con el poder de la belleza, la búsqueda de la perfección y el amor por lo que haces para la transformación de los sueños en realidades, para la consecución de tus metas.
En los años 60 del pasado siglo, el psicólogo norteamericano Robert Rosenthal y la profesora Leonore Jacobson realizaron un curioso experimento que evidenció que las percepciones que los demás tienen de tus capacidades y tu propia autopercepción de ellas, son potentes motivadores para la consecución de objetivos. Utilizaron el método científico para validar empíricamente el mito de Pigmalión y Galatea.
En el experimento de Rosenthal y Jacobson, se informó a un grupo de profesores de que se había realizado un test con el que habían evaluado las capacidades intelectuales de sus alumnos. Se les informó de cuáles fueron los alumnos que obtuvieron los mejores resultados y que esos alumnos serían los que obtendrían un mejor rendimiento a lo largo del curso, tal y como sucedió posteriormente. Lo curioso del experimento fue que el test inicial era inexistente y que los hipotéticos alumnos brillantes fueron elegidos al azar, sin tener en cuenta sus capacidades. Pudieron constatar que los profesores crearon una elevada expectativa en este grupo de alumnos, que actuó a favor de su cumplimiento.
“Se pone el foco en nuestros propios esquemas mentales, en cómo las percepciones sobre uno mismo determinan nuestras actuaciones o nuestro rendimiento”
Este experimento ocurre y está constatado en muchos otros ámbitos: laboral, psicología, economía, sociología o medicina y resulta de gran interés y aplicación en el sector sanitario por ejemplo en la formación médica continuada, en el efecto placebo y en el «etiquetado de pacientes». Un ejemplo típico puede observarse en la formación de médicos internos residentes. Los adjuntos pueden influir en la motivación de un determinado grupo de residentes estimulando, en mayor medida, a los que consideren más capacitados y proporcionándoles mayores estímulos para el aprendizaje, mayor dedicación en la tutoría, más posibilidades de participar en sesiones clínicas, etc. Es más que probable que estos residentes, respondan en mayor medida a las expectativas que se depositan en ellos con una curva de aprendizaje más acelerada.
En el ámbito de la psicología se ha reinterpretado el mito desde el otro personaje definiéndose así el efecto Galatea. En lugar de centrarse en cómo las expectativas y las creencias de los demás determinan tu comportamiento, se pone el foco en nuestros propios esquemas mentales, en cómo las percepciones sobre uno mismo determinan nuestras actuaciones o nuestro rendimiento. Se trabaja sobre la hipótesis de que, cuanto más convencidos estemos de que tenemos la capacidad para alcanzar un objetivo, más probabilidades tendremos de cumplirlo y más satisfechos estaremos de ello.
En esta misma línea y al hilo de un precioso artículo publicado en Nature recientemente sobre la belleza de la ciencia, descubro otra muy reciente investigación interesantísima sobre motivaciones y estética. Se trata de un análisis serio, riguroso, un estudio empírico más que solvente que revela mecanismos que operan como impulsores de la satisfacción laboral.
El estudio publicado, con respuestas de más de 3000 científicos, puede ser considerado como una de las mayores encuestas internacionales sobre el trabajo y el bienestar en la ciencia, tiene como objetivo comprender los factores clave que afectan al bienestar de los físicos y biólogos en cuatro países: India, Italia, Reino Unido y Estados Unidos. Lo lleva a cabo Brandon Vaidyanathan, sociólogo de la Universidad Católica de América en Washington DC y examina, entre otros aspectos, el significado y la identidad en el trabajo, el papel de la estética en el trabajo científico o la resiliencia en tiempos de pandemia. De entre sus conclusiones, me quedo con el titular de que la capacidad de los científicos para experimentar la maravilla, el asombro y la belleza en su trabajo se asocia con niveles más altos de satisfacción laboral y una mejor salud mental. Conclusión esta muy en relación con el efecto Galatea. Y con este titular me atrevo a generalizar. Estas conclusiones seguramente podrían constatarse en muchos más entornos, en trabajadores de otros sectores y, especialmente en el ámbito sanitario, donde la ciencia juega papel tan protagonista.
Maridar ciencia, tan empírica, experimental, práctica, concreta y probada con conceptos tan teóricos, subjetivos, cualitativos, intrínsecos y abstractos como son la belleza, la satisfacción o el bienestar ¿no resulta fascinante?