“Lo que haces grita tanto que no me deja escuchar lo que dices”, Ralph Waldo Emerson
El Marco de Competencias Digitales para la Ciudadanía, también conocido como DigComp, proporciona un lenguaje común para identificar y describir las áreas clave de las competencias digitales. La competencia digital es una de las competencias clave para el aprendizaje permanente. Se definió por primera vez en 2006, y tras una actualización de la Recomendación del Consejo en 2018, queda definida como: “La competencia digital implica el uso seguro, crítico y responsable de las tecnologías digitales para el aprendizaje, en el trabajo y para la participación en la sociedad, así como la interacción con estas. Incluye la búsqueda y gestión de información y datos, la comunicación y la colaboración, la creación de contenidos digitales (incluida la programación), la seguridad (incluido el bienestar digital y las competencias relacionadas con la ciberseguridad) y la resolución de problemas”.
La comunicación y colaboración, incluida entre las competencias digitales clave, en mi opinión, resulta absolutamente fundamental y requiere de un especial ejercicio de reflexión respecto a ella. Deberíamos adaptar nuestro concepto, nuestros usos y costumbres, nuestro estilo de comunicación y colaboración tradicional y adaptarlo a un entorno digital. No se trata de transponerlo tal cual, sino de adaptar nuestra forma de comunicar y de colaborar a un medio y situación diferente. Transponer es ubicar a alguien o a algo en un lugar diferente de donde se encontraba; poner más allá; cambiar de lugar algo o a alguien. Inconscientemente tendemos a comunicarnos y a colaborar, a trabajar en equipo, siguiendo los mismos patrones en ambos medios y quizá, si nos limitamos a transponer nuestros usos y costumbres del medio tradicional a los entornos virtuales, se evidencien ciertas necesidades de adaptación al medio.
Respecto a la comunicación, el emisor, el receptor, el mensaje, el canal, el código y la situación son todos los factores que forman parte de cualquier intercambio de información. En ambas formas de comunicación (tradicional y digital) habitualmente emisor, receptor, mensaje y código son los mismos. En este, habitualmente hágase la salvedad de señalar que nos estamos refiriendo a personas, compañeros de trabajo comunicándose, excluyo aquí lo que ocurre cuando el emisor es un animal, una inteligencia artificial, un robot o cualquier emisor diferente a lo humano. Lo que varía en el acto de comunicación en los contextos tradicionales versus los digitales es fundamentalmente el canal, el medio por el que se transmiten los mensajes y también la situación (el contexto y los temas que se transmiten). En el caso de la comunicación digital, los medios son múltiples y el contexto tan variado como participantes y momentos de comunicación se produzcan.
Multiplicar los medios por los que nos comunicamos incrementa exponencialmente la complejidad de organizar a los grupos de trabajo y puede dificultar la consecución del objetivo común
Igualmente ocurre con la colaboración, el trabajo en equipo: las personas y los objetivos pueden ser los mismos pero los medios que utilizamos y las situaciones en las que interactuamos son diferentes en ambos entornos. El contexto es totalmente diferente en lo presencial que en lo virtual, el concepto de espacio y tiempo se diluye. Podemos trabajar en equipo desde la distancia, al mismo tiempo o en diferido, pero ¿qué significa trabajar en equipo?, ¿cómo lo hacemos?, ¿de un modo organizado, colaborativo o impositivo? La forma de organizarlo y cuál es nuestro rol dentro de ese equipo es lo fundamental.
Esto que tenemos más o menos claro en el medio tradicional, no lo visualizamos tanto en el virtual. Imaginemos un equipo que trabaja en remoto y diferido en torno a un objetivo común, en el que hay subgrupos de trabajo según una división de tareas ordenada. Quizá por miedo al efecto “telegrama roto”, intentando evitar una pérdida o distorsión de información a la hora de transmitir los mensajes, es habitual que utilicen varios medios para organizarse y comunicarse diferentes: reuniones virtuales cara a cara, teléfono, chat de mensajería instantánea, nube de archivo documental con mensajería incorporada, programa de seguimiento de tareas con mensajería también incorporada y correo electrónico.
Sin embargo, multiplicar los medios por los que nos comunicamos incrementa exponencialmente la complejidad de organizar a los grupos de trabajo y puede dificultar la consecución del objetivo común. Tanto en un equipo colaborativo digital como en uno presencial, si el grupo no está correctamente organizado y coordinado, los canales de comunicación bien delimitados y los roles no están claramente establecidos, los liderazgos subyacentes irrumpen sin control alterando directrices o metodologías, se dificulta la comprensión de los mensajes, el esfuerzo en tiempo para la realización de tareas se incrementa y las responsabilidades se difuminan. Podemos correr el riesgo de convertir los grupos colaborativos de trabajo virtuales en verdaderos camarotes de los hermanos Marx donde nadie sabrá que hay que hacer, cuándo, dónde está, quién es ese señor, etc.