Mi tío Pedro este año cumplirá 101 años y su mujer, mi tía Paquita, 96 o 97, más o menos, porque siempre nos ha ocultado su edad real. Desde el inicio de la pandemia de la COVID-19 están en una residencia.
He asistido a reuniones de familiares, compañeros y amigos, donde hemos hablado sobre nuestros padres, los ancianos y los abuelos, ¿qué hacer con ellos? Les hemos recordado con añoranza y con cariño y, sobre todo, cuando sus facultades, no todas, disminuyeron y les impedían valerse por sí mismos en todo lo que hacían antes.
A veces se confunde ancianos con abuelos y abuelos con ancianos, y no es solo cuestión de edad, va más allá de sus capacidades y de la rentabilidad que puedan aportar, es decir, se necesita su ayuda, para echar una mano cuando los nietos tienen que ir al colegio, a recogerlos, a llevarlos a actividades extraescolares, al médico, a las vacunas o a revisar el catarro, y si se tienen que quedar en casa asistirles en las comidas y en todo lo demás.
¿Por qué? Porque nosotros, los hijos, estamos muy ocupados, con el trabajo y con “nuestras cosas” y para eso están ellos, además nos salen gratis. Bueno gratis no, porque les regalamos un jersey moderno o una sudadera de color llamativo, (que no suelen usar) para poder identificarles por si se pierden, o unas zapatillas de estar por casa, que guardan con los cuatro pares que les hemos ido regalando en sus cumpleaños o en Navidad.
Y todo esto ¿por qué lo hacemos? Pues para que se sigan manteniendo en forma y no se aburran, en leer, ir al centro de la tercera edad, participar en tertulias de cine, toros o fútbol, dar clases de castañuelas, pasear por el barrio y hablar con los vecinos, amigos como ellos o comprar el periódico cada mañana.
Pero llega un momento que sus capacidades, las de los abuelos/ancianos, ya nos dejan de servir como lo habían hecho hasta ese momento y tenemos que preocuparnos y ocuparnos de ellos. Y lo que se nos ocurre en la mayoría de los casos es la residencia.
‘Llega un momento que las capacidades de los abuelos/ancianos nos dejan de servir y tenemos que preocuparnos y ocuparnos de ellos’
Un lugar fantástico, con una habitación individual para una o dos personas si son pareja, con televisión, nevera, teléfono, donde les ayudan a levantarse, donde les bañan, les asean, les dan de comer, les llevan a hacer gimnasia, les dan de cenar y les acuestan.
También les pueden ir a visitar familiares y amigos, pero si quieren alguna otra actividad, como manicura o peluquería, tienen que pagarla como extra.
Siempre hay un médico, una enfermera, un auxiliar o un psicólogo para ayudarles.
Les convencemos de que es fantástico y como la casa ya no la van a usar pues…que hagan una hipoteca inversa o una venta sin nuda propiedad y que los fondos sirvan para pagar tan celestial lugar, pero eso sí, que no se preocupen que su casa seguirá igual que la dejaron con todas sus cosas y recuerdos, porque la podrán alquilar o hacer lo que quieran con ella, porque sigue siendo suya mientras uno de los dos esté vivo, eso les contamos.
Todo solucionado. Qué bien nos sentimos cuando descargamos nuestras conciencias en lo bien que lo van a pasar y relatamos a los amigos la vida fantástica que les espera, en un lugar ideal para vivir. Además, para estar más próximos, les enseñamos a manejar el teléfono móvil para hablar y hacer videollamadas, así nos ahorramos algún que otro viaje para estar con ellos.
Nuestra conciencia queda tranquila con generación de oxitocina por lo buenos que somos. ¿Y ellos?
De su casa, de dos o tres habitaciones, una para ellos y otras para los hijos, con su baño, su cocina y cuarto de estar o comedor, con sus libros, fotos, armarios llenos de ropa y recuerdos de muchos años que han ido acumulando, han pasado a tener solo una habitación con dos camas, televisor, mueble, mesillas, nevera y un par de sillas o sillones por si alguien va a descargar su conciencia visitándoles algún rato y por supuesto, un cuarto de baño con lavabo grande y con acceso para silla de ruedas a la ducha y además, un botón rojo al que tiene que llamar por si necesitan ayuda.
Un menú fantástico con varios platos a elegir, pero eso sí, agua, nada de alcohol para beber y las pastillas perfectamente colocadas para que no se olviden de ninguna toma.
Pero a cambio y para su mejor organización, ya no podrán levantarse a la hora que quieran, los días que han dormido poco o mucho, porque deben respetar el horario de la residencia y del desayuno, casi siempre el mismo, con galletas y bollos que apilan en el mueble o guardan en la nevera por si un día no tienen apetito y otro les entra el hambre a media mañana o para ofrecer a los visitantes o a los nietos cuando van a visitarles.
Ya no tienen los churros calientes que desayunaban los domingos o ese zumo natural de naranja que se hacían con el exprimidor que habían comprado en una oferta del Lidl.
A las 11 gimnasia, refuerzo de memoria, pintura, dibujo o macramé, vamos, actividades lúdicas para reforzar el físico y la mente.
A la 1 de la tarde con tiempo suficiente de haber pasado por el baño, la comida, a las 4 la merienda, a las 7 la cena y a las 8,30/ 9 a la cama.
Vamos igual que su vida anterior.
Los compañeros de la residencia son distintos de los amigos del barrio o de los vecinos que han ido envejeciendo como ellos, caras que no reconocen y personas que no les dan ni le aportan ninguna referencia.
Los paseos, con cuidado, con acompañamiento y permiso, no vaya a ser que se caigan o se pierdan al dar la vuelta a la manzana de la ubicación de la residencia, obedeciendo órdenes de los responsables de la familia.
Además, en las comidas o en las cenas hay un menú con dos platos de entrada, dos de segundo y dos de postre, a elegir. A elegir uno de cada para los que no pueden masticar o no tienen dientes y el otro para los que sí los tienen.
Si por desgracia tiene un accidente una caída o similar, por favor, que sea dentro del horario de trabajo del facultativo o de la enfermera, si no es así, siempre habrá una ambulancia para llevarles al centro que les corresponda, previo aviso, eso sí, al familiar o familiares, para que les acompañen, con la faena que les hacen, porque justo ese día o ese momento tiene cosas muchos más importantes que hacer.
Y ahí les colocamos para descargar nuestras conciencias y para amargar la inversión a los compradores de su casa, que según las ratios de vida de las compañías que intermediaron con el comprador, no se cumplen, porque viven más de lo esperado, o en caso contrario que con mucha pena y dolor les despiden y el comprador adelanta su toma de posesión y rentabilidad.
Qué fue de los ancianos y de los abuelos que pasaban los últimos años en casa de sus hijos, cuidando nietos, conviviendo con ellos y viéndolos crecer, compartiendo penas, consejos y vicisitudes, aunque tuvieran que estar más recogidos en las habitaciones y el baño tuviera siempre cola por la mañana.
Donde después de ayudar y vivir con sus nietos, cuando sus facultades disminuyeron y ya no podían hacerlo, eran los nietos los que les ayudaban a ellos.
Siempre se despedían o regresaban con un beso a los abuelos, en la mayoría de los casos antes que a los padres y les invitaban a dar paseos por el parque de la mano, de vez en cuando.
Tan sencillo porque las sensibilidades de los niños y de los ancianos es muy similar y no tienen la conciencia del bien y del mal sobre lo que reflexionan los mayores, simplemente se dejan llevar por las emociones que sienten unos de otros.
También hay otras opciones que nos dejan tranquila la conciencia y la atención permanente, pero poco accesible para la mayoría: invertir los ahorros y ayudas en remodelar toda la casa en accesibilidad, dormitorio, cocina, baño y salón comedor y tirar muebles, recuerdos y cosas viejas, y contratar a una persona que viva con ellos, con ayudas y cuidados, y otra igual los fines de semana y apoyos externos de vez en cuando, rompiendo con la historia de su vida y de su intimidad.
Otra opción es solicitar una plaza en las residencias subvencionadas por algún organismo del Estado a cambio de 95% de su pensión, para cuya adjudicación deberían tener más suerte que el Gordo en el sorteo de la Lotería de Navidad .
Otra opción es constituirse en comunidad de abuelos/ancianos y crear unos condominios como en California, donde cada uno solo o acompañado disponen de un bungalow o casita de madera donde residen y viven, dando paseos andando o en sillas con motor, bailes de salón, concursos gastronomía, tertulias de viajes o de libros y algún que otro inesperado noviazgo que les hace la vida más feliz, aunque sea caro, pero eso solo existe para algunas personas en América, o en las películas…de momento.
Es bueno conocer estas situaciones porque afortunadamente casi todos llegaremos a ser abuelos/ancianos o simplemente ancianos y mientras nuestras capacidades se mantengan y nuestros familiares y amigos nos respeten, deberemos elegir lo que queremos y cómo lo queremos en función de nuestro mejor o peor estado, sin dejarnos influir en que ellos descarguen sus conciencias a costa de nuestras vidas.
Como dijo un hombre sabio, la mejor herencia económica que una persona debe dejar es “0” y haberse gastado toda la pensión, ahorros o lo que fuere hasta ese día, haciendo lo que le apeteciera en cada momento y si dejan saldo negativo, a ellos nadie les va a poder reclamar porque van a estar más tranquilos que nunca.
En Japón, los ancianos son más que respetados, venerados por el resto de la sociedad, de hecho, no es suficiente con el día festivo denominado “día de respeto a los mayores”, sino que además ellos mismos, deciden seguir trabajando más allá de la edad de jubilación para poder seguir aportando conocimiento y experiencia, y cuando dejan de trabajar, pasan a ser un referente de los hijos y de los nietos con los que suelen convivir durante el resto de su vida.
Orientar la conciencia para hacer felices a las personas que lo necesitan, pasa en primer lugar, por saber por parte de ellos, o que ellos nos digan cómo quieren vivir y cómo quieren ser felices dando prioridad a sus conciencias por delante de las nuestras.