Érase una vez, un ejecutivo que trabajaba en una compañía muy importante.
Su carrera había sido ascendente y plagada de éxito en casi todos los momentos, si bien hubo algunos otros no tan buenos que tuvo que soportar, aguantar y superar como le pasa a casi todo el mundo en su vida profesional, sea o no ejecutivo.
Disponía de todos lo elementos que le hacían sentirse feliz y realizado; en la empresa era reconocido tanto por sus superiores como por sus compañeros y subordinados, así como por los clientes, por eso a ese ejecutivo le llamaremos “El Rey”.
El Rey, cada día antes de ir al trabajo, solo se dedicaba a sí mismo, a prepararse para el día que tenía por delante. En su casa su mujer, le servía el desayuno, le tenía la ropa bien preparada, limpia, planchada y le elegía la camisa y la corbata mas adecuada con el traje que también ella le había elegido.
Mientras escuchaba las noticias de la mañana, desayunaba plácidamente y una vez terminado, con la rapidez de un atleta de 100 metros y con la cartera en la mano daba un beso de refilón a los hijos y a su esposa, para introducirse en su coche oscuro y muy limpio y conducir hasta el parking reservado a su nombre en el garaje de la empresa, mientras iba haciendo llamadas telefónicas para ponerse al día.
Al llegar al trabajo, un “Buenos días, Don Rey” le saludaban las personas con las que se encontraba de camino a su despacho.
Repasaba la agenda con la secretaria, del día, de la semana y del mes y hacía algunos ajustes en función de su voluntad, necesidad u ocupación.
Reuniones, decisiones, comentarios, llamadas telefónicas o por videoconferencia, comidas de negocios, viajes en clase importante y hoteles de cuatro o más estrellas donde poder dormir las pocas horas que el trabajo y los horarios de las reuniones, cenas, compromisos le permitían.
De vuelta a casa “hecho polvo y cansado” por la jornada tan dura, era recibido con la sonrisa del vencedor que por fin vuelve al hogar, deseando solamente paz, tranquilidad y felicidad, escuchando, pero sin detalles lo acontecido en la casa, durante su ausencia, lo que ha hecho su mujer, sus hijos, sus amigos y el resto de su corte, para poder seguir tomando decisiones a su alrededor como corresponde al “Rey de la casa”.
Así pasaron bastantes años.
Un día, el Rey pensó que desde hacía muchos años siempre había tenido aficiones y ganas de hacer otras cosas, pero que por sus grandes responsabilidades y falta de tiempo nunca había podido dedicar tiempo a lo que realmente le gustaba, pintar acuarelas y pilotar avionetas.
Ha pasado tiempo, reflexionó con un amigo, mis hijos ya están casados, tengo nietos, solamente estoy con mi esposa que volvió a trabajar después de sacrificarse en criar hijos y cuidar del Rey, y física y mentalmente me encuentro fantástico, para poder decidir que “ya está bien” y poder disfrutar con mi esposa y dedicar mi tiempo libre a lo que realmente siempre me apasionó y nunca pude hacer: pintar acuarelas y aprender a pilotar avionetas. Además, ya voluntariamente puedo dejar de trabajar, tengo un plan de pensiones y económicamente estoy lo suficientemente equilibrado, así que: “Me jubilo”.
Dicho y hecho. Arregló los papeles, le hicieron la cena de despedida con varios discursos resaltando lo bueno que había sido, que siempre le tendrían en sus corazones, que las puertas de la compañía siempre estarían abiertas para él; le regalaron un reloj con sus iniciales grabadas y la fecha de la jubilación y se fue contento, con nostalgia a comenzar su nueva vida, la de jubilado.
Los primeros días de su nueva situación pasaron con mucha rapidez, ordenando papeles y recuerdos que se había traído de su vida anterior, sin saber donde colocarlos y sin tener espacio para tantas cosas nuevas, así que él decidía como hacía antes dónde lo quería tener.
Aquí comenzaron las primeras “puestas en común con su esposa», no estaban adecuadamente expuestas entre los adornos, expositores, biblioteca (que ya estaba llena a rebosar) de la casa, al menos por espacio o por ubicación, así que tuvo que encontrar lugares escondidos donde amontonarlos.
Así pasaron los primeros meses de jubilado, además de hacer aquellos recados importantes de los que nunca se había ocupado directamente, y que surgían de manera espontánea con la coletilla inicial del “…tú ahora que no tienes nada que hacer …”.
Llegó un momento en que su vida intelectual, activa, plagada de decisiones importantes, habían desaparecido de su vida y se sentía como “Un Mendigo”, pidiendo, rogando y engordando, porque al estar más tiempo en la casa, levantarse más tarde, leer los periódicos por Internet, etcétera, hacía pequeños viajes a la nevera ya que nadie le controlaba su alimentación, como en su vida anterior.
En su nueva vida, se establecieron una serie de rutinas diarias, como pasear al perro de la hija cada mañana durante una o dos horas, arreglar lo más importante de la casa, porque para dos personas ya no era necesario tener a alguien todo el tiempo como ayuda, repasar la lista del supermercado, por supuesto enterarse muy bien de lo caro y de lo menos caro en función del supermercado, y saber que el kilo de salmón entero y con cabeza estaba a 9 euros.
Además de llevar las cuentas bancarias, el pago de impuestos, la revisión de los coches, los seguros, la comunidad de propietarios, que por cierto le eligió presidente …con esa frasecita de “…tú ahora que no tienes nada que hacer …”, pendiente de la tintorería, el lavavajillas que es solo un botón on/off pero no de la lavadora que es mucho más complicada, tiene más botones, tipo de ropa, temperatura…bufff, complicado para un ex Rey convertido en Mendigo .
Además de otras ocupaciones y dado su cariño y disponibilidad, también se le encomendó la tarea de llevar a los nietos por las mañanas al colegio algunos días que sus padres no podían, pero sí obligatoriamente recogerlos todas las tardes, y llevarlos a las actividades extraescolares para después acompañarlos a su casa, ayudarles con los deberes hasta que sus padres terminaran el trabajo y pasaran a recogerlos.
Eso sí, por supuesto si alguno se ponía enfermo, donde iban a estar mejor que con el Abuelo/Mendigo.
Por fin llegaba el fin de semana, y como todos estaban tan cansados, al Mendigo le tocaba seguir sacando al perro por la mañana temprano, y preguntar si tenía que hacer tareas familiares antes de poder decidir que le apetecía hacer con su esposa de una manera libre y deseada.
Pero siempre le caía algo, hijos, hijas, nietos, perros, compromisos, junta de vecinos, transportador de personas… Y para colmo le tuvieron que hacer una colonoscopia que le correspondía por la edad y unas pruebas porque el PSA de la próstata daba unos valores bastante altos y por supuesto en el último análisis de sangre, salieron el colesterol y el ácido úrico con estrellitas, con lo cual le pusieron un régimen para cuidar la alimentación.
Nunca en su vida de Rey en los exámenes médicos anuales había tenido ninguna alteración en alguna prueba, hasta hoy.
De vez en cuando contactaba con los compañeros que le habían nombrado Rey, con su secretaria, amigos de la despedida, agradecidos de tantos años, y en el mejor de los casos cada seis meses le hacían un hueco de una hora para comer y contarles que la empresa ya no es lo que era, algunos cotilleos, un hola, adiós y de nuevo esa coletilla “…tú ahora que no tienes nada que hacer …” ,“qué bien estás, te encontramos fenomenal”.
Después de un par de años más o menos, nuestro Mendigo que quería pintar acuarelas y aprender a pilotar avionetas decidió que ya estaba harto.
Recordando épocas pasadas se vistió con un traje del pasado, se puso una camisa que no pegaba con la corbata, ni con el traje y con unos kilitos de más fue a ver a sus antiguos jefes, solicitando un trabajo, que por su experiencia y conocimientos todavía podían resultar valiosos para la empresa en la que había estado tantos años, trabajo por el que estaba dispuesto a renunciar a su jubilación, a sus acuarelas y a su avioneta.
Después de deambular por su antiguo reinado de puerta en puerta mendigando de nuevo una oportunidad, solo le retumbaba en su cabeza la dichosa coletilla “qué bien estás, te encontramos fenomenal, ahora que no tienes nada que hacer… ¿a qué te dedicas?” y alguno añadía: “Ahora lo que tienes que hacer es disfrutar”.
Salió como un Mendigo, con el sentimiento que no tenía ninguna limosna que llevarse al bolsillo y decidió asumir que: le habían jubilado.
PD: REY O REINA. – Se entiende a cualquier persona de distinto sexo, condición y profesión, que sueña algún día poder disponer de tiempo para poder dedicarse a su pasión, pintar acuarelas, aprender a pilotar avionetas o a cualquier otra.