El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, viejo confiable en la búsqueda de acepciones, concibe el verbo digitalizar como la acción de “Convertir o codificar en números dígitos, datos o informaciones de carácter continuo, como una imagen fotográfica, un documento o un libro”. Y más enfocado en el terreno sanitario, el glosario de términos de la Estrategia Mundial sobre Salud Digital 2020–2025 de la Organización Mundial de la Salud, lo entiende como “el campo del conocimiento y la práctica relacionado con el desarrollo y la utilización de las tecnologías digitales para mejorar la salud”.
En este mundo digital en el que nos encontramos, con avances punteros en las tecnologías del día a día, conviene detenerse en las implicaciones que tiene y tendrá la paulatina digitalización del sistema sanitario, un progreso tecnológico que puede ofrecernos grandes oportunidades que no resulta sensato desaprovechar, habiendo sido una herramienta clave en la crisis de salud pública que vivimos con el coronavirus.
Esta digitalización aparece sustentada en el Analytics y el big data, es decir, en el análisis y tratamiento del conjunto de los datos clínicos interconectados de los pacientes que configuran un sistema sanitario en un momento y lugar determinado.
Fue clave entonces en la pandemia en sus diferentes vertientes: como en el plano epidemiológico para predecir el índice reproductivo de la transmisión de los contagios, una fuente de información en tiempo real que permitía tomar medidas políticas como las restricciones de movimiento o la limitación de actividades, como en la gestión sanitaria de los ingresos hospitalarios y de la correcta administración de los recursos disponibles en las Unidades de Cuidados Intensivos y Críticos. Como también a nivel asistencial, permitiendo tomar decisiones sobre la adopción de los tratamientos y medidas más convenientes para los pacientes ingresados y del cotejo en la efectividad o reacciones de los mismos frente a otras alternativas farmacológicas y asistenciales que empezaban a investigarse, en un contexto de gran desconocimiento sobre la enfermedad y su incidencia en la población.
El desarrollo de estas herramientas puede seguir ayudando al sistema sanitario en el ámbito de la prevención de las enfermedades, y en la búsqueda de los mejores tratamientos y pautas farmacológicas para los pacientes.
Y se ha convertido en una prioridad para el Sistema Nacional de Salud, prueba de ello es la Estrategia de Salud Digital, que este año ha contado con una inversión de 400 millones de euros con financiación de los Fondos Europeos que gira en torno a cuatro ejes principales como el plan de atención digital personalizada, los proyectos tractores para servicios digitales de salud, la transformación digital de la Atención Primaria y el desarrollo del espacio nacional de datos de salud.
El objetivo, según el Ministerio de Sanidad, será la construcción de un Sistema Nacional de Salud robusto, eficaz, resiliente, inclusivo y sostenible; cuyas líneas estratégicas son: el desarrollo de servicios sanitarios digitales, el impulso en la interoperabilidad de la información sanitaria, a la que ya me referí el pasado año, y la extensión y refuerzo en la analítica de los datos y la explotación de su información.
Esta recopilación y manejo de las bases de datos clínicas de los pacientes exige un correcto tratamiento de los datos personales, con estándares que aseguren la privacidad y seguridad de estos, entrando de lleno en el campo de la bioética que también debe estar presente en esta transformación del sistema sanitario que empieza a vislumbrarse.
La citada Estrategia, además del referido análisis masivo de datos (big data), incluye el potencial de la Inteligencia Artificial (IA) o el Internet de las cosas (IoT), en la transformación del futuro sistema sanitario. Del mismo modo, la OMS concibe la salud digital como un concepto más amplio que la cibersalud, incluyendo también a los dispositivos inteligentes y equipos conectados, además del internet de las cosas, la inteligencia artificial, los macrodatos y la robótica en el ámbito de la salud.
Por ello, resulta interesante cómo a nivel particular los ciudadanos podemos ser partícipes de esta digitalización, con los diferentes desarrollos del Internet de las Cosas que también han encontrado cabida en el campo de la salud personal, con dispositivos como los wearables que vinculados a los smartphones pueden transmitir en tiempo real información sobre hábitos de sueño, pautas de medicación, constantes vitales, frecuencia respiratoria, patrones de equilibrio, entre otros datos recopilables, que pueden alertar de los cambios que se manifiesten, alertado de la necesidad de acudir a un facultativo médico, y favorecer con ello a un diagnóstico precoz, antes de que la enfermedad muestre complicaciones.
También dentro de esta transformación en la atención médica, cabe introducir un fenómeno de candente actualidad, que no es otro que el de la Inteligencia Artificial. Al igual que otros avances, y como consecuencia de su rápida e inmediata implementación entre la sociedad, hemos visto en los últimos días las implicaciones que tiene el mal uso de esta nueva tecnología, desde la generación de contenido sexual no consentido, al fraude en el campo académico con trabajos y ensayos realizados con programas como ChatGPT, la IA de Bing, Meta IA, o Google Bard, entre otras tantas.
Antes de demonizar a la Inteligencia Artificial, hay que adelantar que esta nunca puede reemplazar la consulta ante un profesional de la salud, pero sí puede ser un soporte auxiliar muy interesante. Y es importante entender su concepto, que, si bien no hay una definición consensuada sobre este término, la OMS la considera como “el campo de la informática centrado en la simulación de procesos de la inteligencia humana por máquinas que funcionan y reaccionan como los seres humanos”.
Algunas primeras utilidades de este fenómeno se han centrado en el diagnóstico precoz, participando en cribas del cáncer de mama y en el diagnóstico preventivo de lesiones dermatológicas. Si bien hay que tener cautela sobre los resultados en estas áreas, pues la evidencia actual aún resulta insuficiente para poder valorar su precisión, su progresivo desarrollo puede acarrear grandes ventajas, dando resultados más precisos que no se verían afectados por la fatiga o el diagnóstico subjetivo humano, evitando con ello un riesgo de sobrediagnósticos y sobretratamientos, pudiendo asimismo reducir la carga de trabajo del personal de radiología en el caso del cáncer de mama.
En general, la implementación de esta Estrategia de Salud Digital a nivel nacional e internacional, puede tener diferentes implicaciones en los sistemas sanitarios, tanto en la actividad de los profesionales como en la relación con los pacientes y familiares, permitiendo esta recopilación y análisis de datos en su uso primario una anticipación de los riesgos, la mayor precisión en el diagnóstico y su consecuente tratamiento, como en un segundo plano favoreciendo el desarrollo de la investigación médica y farmacológica y la planificación de la gestión hospitalaria y asistencial.
Si bien, y como he señalado en otras ocasiones, esto no puede crear una brecha digital, ni deshumanizar el trato sanitario, no teniendo que dejar a nadie atrás, configurando a la tecnología como un aliado de los pacientes y de los profesionales de salud.