Además de la necesidad de un mayor número de profesionales, la adaptación del SNS a lo que los nuevos paradigmas demandan requiere añadir nuevas competencias en la formación de quienes va a recaer o ya recae esa responsabilidad.
Hoy por hoy muchas de las competencias necesarias para el ejercicio profesional se van adquiriendo después de las graduaciones y en los primeros años de trabajo, en un contexto en que la asistencia sanitaria está cambiando a gran velocidad.
El progreso científico, ligado a la mejora de los niveles socioeconómicos de las personas, y la universalización equitativa del acceso a la atención sanitaria, son los principales contribuyentes a la mayor esperanza de vida. Pero la curación de la mayoría de las enfermedades sigue siendo una asignatura pendiente. Los avances diagnósticos y terapéuticos sitúan a muchas de ellas en lo que hemos dado en llamar la cronicidad: enfermedades que requerirán de cuidados permanentes. Esta realidad, que no es coyuntural, precisa de un patrón de competencias profesionales centrado en el cuidado permanente de la enfermedad. Por descontado sin menoscabo de las competencias precisas para la cura de aquellas en que las terapias son efectivas. Además, cada vez es mayor la necesidad de centrarse en la salud y no únicamente en su quebranto.
La atención a lo largo de la vida de una persona aquejada de una enfermedad crónica requiere de un abordaje multidisciplinar dentro de una misma profesión. Pero a su vez requiere del trabajo de diferentes profesiones dentro de las ciencias de la salud y también fuera de ellas cuando la enfermedad afecta la vida social de las personas. En algunas ocasiones utilizamos el concepto multiprofesional como sinónimo de multidisciplinar de forma inadecuada, lo que puede reflejar alguna que otra confusión.
“La formación técnica de las titulaciones debe complementarse con todas las competencias transversales que su ejercicio va a comportar”
La mayor rapidez en la aparición de la innovación tecnológica en las dimensiones de la información, el diagnóstico o el tratamiento impulsa nuevos modelos de formación continuada de carácter reactivo. Requeriría también programas de grado más abiertos y rápidos en la incorporación del conocimiento y aplicación de la innovación.
La globalización del acceso a la información y al conocimiento nos hacen repensar el papel del Aula y la “toma de apuntes”. La traslación del conocimiento desde la experiencia aplicada empieza a ser cada vez más requerida. Los campus universitarios van haciendo de los centros sanitarios y de la formación práctica el epicentro de la formación.
Por otro lado, los profesionales de la salud tienen como empleador principal a los centros sanitarios prestadores de servicios públicos. Ello conlleva que la sociedad ya no les otorga únicamente la autorización a través de la correspondiente titulación de ejercer una profesión sanitaria. También pone a su disposición unos medios que debe utilizar con el mejor aprovechamiento posible. En la toma de decisiones al respecto es deseable un buen manejo de los principios bioéticos.
Además, el profesional sanitario se encuentra cada vez ante pacientes muy informados sobre su enfermedad, lo que no quiere decir formados. Debe pues también ocuparse de la formación del paciente sobre su enfermedad y en cómo mejor gestionarla. Todo ello desde la consideración de la dimensión humana de la persona enferma y de sus valores.
Muchos de estos aspectos son identificables en aquello que venimos llamando principios básicos del nuevo profesionalismo sanitario.
Por todo lo expuesto se empiezan a conocer experiencias y propuestas sobre cómo ha de ser la formación para el ejercicio de las profesiones sanitarias.
El compartir aula y conocimientos básicos en la formación universitaria de las diferentes titulaciones puede ser un avance para un trabajo, que, como hemos visto, va a ser compartido en el seno de las organizaciones.
La presencia de pacientes en el aula explicando en calidad de profesor la vivencia a la par que la clínica de la enfermedad ha tenido una muy buena acogida por parte de los alumnos allí donde se ha iniciado.
Por otro lado, la formación técnica de las titulaciones debe complementarse con todas las competencias transversales que su ejercicio va a comportar. La comunicación es un instrumento esencial en la relación con el paciente, para el trabajo en equipo y la gestión de conflictos o para la comunicación científica. La toma de decisiones participada que el trabajo interdisciplinar y multiprofesional comporta requiere del conocimiento básico de metodologías, así como la experiencia reflexiva y el liderazgo. La capacitación en el manejo de la gestión eficiente de los medios debe tener el peso adecuado en el ejercicio profesional en un contexto en que las necesidades serán infinitas y los recursos finitos. La experiencia de la pandemia ha puesto en evidencia la importancia de todas esas disciplinas transversales.
El ejercicio profesional sanitario en buena parte conlleva transmitir conocimientos entre diferentes disciplinas y profesiones, en el día a día de manera informal o de forma reglada. También investigar a mayor o menor escala. Esas dos competencias también deberían ser más consideradas.
La formación de las profesiones sanitarias debe tener su núcleo en el aprendizaje de las competencias clínicas asistenciales que garanticen su desempeño profesional adecuado. Pero para alcanzar el ejercicio efectivo de las profesiones sanitarias, en un escenario de cambios de paradigma como el actual, es necesario adquirir esos conocimientos y competencias en el marco de los correspondientes grados.
La crisis sanitaria ha abierto la oportunidad para las profesiones sanitarias de reformularse con mayor rapidez, de abrirse a otras profesiones como las de atención social y de evidenciar de manera objetiva la necesidad de mayores efectivos.
Los grandes cambios de la atención sanitaria y de su organización deben ir de la mano de los cambios pertinentes de la formación y capacitación de sus profesionales en los primeros estadios. Las competencias transversales se pueden reforzar con post grados o formación continuada, pero deberían adquirirse en la formación previa al ejercicio profesional.
La Universidad, desde su función social, no puede ser ajena a la adecuación que precisa la formación a su cargo de las profesiones sanitarias y, junto al SNS como su regulador, debería recoger las nuevas necesidades y las muchas ideas existentes al respecto.