La adaptación del SNS a los cambios producidos en las últimas décadas de carácter epidemiológico y demográfico, así como la irrupción de las nuevas tecnologías diagnósticas, terapéuticas y de comunicación, suponen nuevos retos, según todos los expertos y todas las administraciones.
El abordaje de estos nuevos retos se viene realizando con medidas limitadas por marcos normativos y reguladores adecuados a un modelo de demanda sanitaria donde se primaba la atención a la enfermedad aguda, la longevidad era menor y la velocidad de la innovación mucho más lenta.
Los cambios estructurales de esos marcos que darían la solvencia necesaria al SNS para ganar la eficiencia y la efectividad que se precisa ahora, afectan a los criterios de planificación, de financiación y de asignación de recursos. Esos cambios también afectan a los criterios de autonomía organizativa y de gestión de las entidades proveedoras de servicios y de sus gestores, así como a los criterios de participación de los pacientes y a los nuevos roles y competencias de las actuales profesiones sanitarias.
Todos estos retos tienen un denominador común que es el capital humano del SNS y su capacidad de dar respuesta cuantitativa y cualitativa a la protección de la salud de los ciudadanos y a su atención cuando enferman. Hoy por hoy el problema más acuciante es el disponer de los profesionales necesarios, sobre ellos se han hecho análisis y más análisis, propuestas y más propuestas. Actuaciones pocas, o poco efectivas, si nos remitimos a los resultados.
Huelga decir que nos enfrentamos a ese problema cuantitativo por tres factores. El primero, por una mayor y diferente demanda que requiere de mayor dedicación de los profesionales y por lo tanto de más profesionales. El segundo, por no disponer de planes de recursos humanos adecuados vinculados a las universidades. Estos deberían ser menos de capítulo 1 y más acordes con la realidad demográfica de las profesiones sanitarias y las necesidades de los empleadores.
Convenientemente acordados, deben ser visibles en los presupuestos de las universidades. El tercero, por el atractivo que merecen para nuestros titulados ofertas de los países de la UE. Recordemos que una parte fundamental de la sostenibilidad actual de nuestro SNS se basa en las políticas retributivas y salariales por debajo de la media europea y no en políticas presupuestarias priorizadas de gasto público con criterio de eficiencia pública. Esta, a veces, la confundimos con evaluar solo la adecuada gestión administrativa del gasto.
Los cambios de paradigma a los que se enfrentan los profesionales hoy en activo con las competencias y la experiencia adquirida requieren algo sobre lo que hay amplio consenso: una multiprofesionalidad y multidisciplinariedad que debe ir acompañada de modelos organizativos integrados e integrales.
Ello nos obliga a pensar en la necesidad de valorar si la formación de Grado vigente de nuestros profesionales debe tener el nivel de desagregación que hoy se da. Si han de trabajar juntos o en colaboración, compartiendo competencias y conocimientos profesionales médicos, de enfermería, farmacéuticos, fisioterapeutas, odontólogos, psicólogos, biomédicos o bioingenieros, parecería razonable que partieran de una formación común y en un ámbito común sobre todo aquello que después compartirán. Parece que hay algo de distancia entre lo que la Universidad forma y lo que el empleador precisa.
Si nos referimos a la formación que los médicos recibimos en el Grado, podemos ver que aprendemos cómo los individuos estamos formados, cómo funcionamos y cuáles son las averías de funcionamiento. Es decir, estudiamos anatomía, fisiología y patología. Pero, aún hoy, mantenemos la inercia secular de dividir la patología en médica o quirúrgica en función de si su tratamiento requiere o no de bisturí. De ahí nacen además muchas de las especialidades médicas y muchos de los modelos organizativos divisionales presentes, tanto en el SNS como también en la sanidad privada. Paradójicamente, esos modelos organizativos, para ser más efectivos, deben agregar, en la medida de lo que sus marcos reguladores permitan, todo aquello que en origen debería tener un mayor grado de agregación formativa.
Otra cuestión que últimamente se suscita, coincidiendo con las convocatorias MIR, es si en la formación de Grado formamos realmente médicos o formamos únicamente opositores a plazas en las que adquirir el oficio después del Grado. Nuestro sistema de formación de especialistas no ofrece dudas sobre sus resultados en la capacitación y competencias que los médicos residentes adquieren sobre su disciplina. Pero también hay que reconocerle que aporta los aspectos de la formación médica y de trabajo multidisciplinar y multiprofesional que en la formación de Grado están insuficientemente desarrollados.
Las necesidades formativas de las personas que atienden y atiendan en el futuro los problemas de salud de las personas, han de ser acordes con la respuesta a las necesidades de estas y cómo esas necesidades se presentan atendiendo a los cambios demográficos, tecnológicos y de conocimiento que se nos están dando.
Es cada vez más evidente considerar la aportación de profesiones como la de Trabajo Social a la atención sanitaria. Desde hace ya tiempo forman parte del núcleo decisor de cómo dar respuesta a las necesidades asistenciales de las personas derivadas de un problema de salud o desencadenante o agravante de este.
Más allá de la innovación necesaria en la formación de los profesionales, de los que, de forma directa o indirecta, depende y dependerá la protección de nuestra salud y la atención de nuestras enfermedades, debemos también referirnos a la formación de los gestores que van a tener que abordar, desde las administraciones o desde las organizaciones, el cómo abordar, con los recursos disponibles en cada momento, los nuevos retos. El grado de profesionalización de estos requiere del conocimiento y manejo de diferentes disciplinas que complementen su formación de base, clínica o no.
Del mismo modo que en Ciencias de la Salud difícilmente sería admisible que un docente lo fuera únicamente por razón de conocimiento científico y no también por razón de experiencia práctica en la materia que imparte, en la formación en gestión y dirección tampoco lo es. Tenemos, en el conjunto de nuestro SNS, una amplia oferta formativa que ha ido, a lo largo de los años, dotando de profesionales muy cualificados a todos los niveles del sistema sanitario. A su vez, muchos de esos profesionales, con el añadido de su experiencia, han sido o son docentes de prestigio en ese ámbito. Ello permite que se haya podido ir produciendo el cambio generacional necesario en cada momento.
Deberíamos reforzar, ante los nuevos retos, ese perfil profesional del gestor y directivo sobre el que sostener los proyectos sanitarios junto a los profesionales asistenciales. Estos proyectos son de medio y largo plazo y no deberían estar sometidos al resultado de corto plazo que a veces se autoexige o se le exige a la política y a la que esta responde con el cargo de confianza.
Los cambios que las nuevas tecnologías comportan en lo que al acceso a la información se refiere también impactan sobre el ciudadano y la manera en que demanda la atención sanitaria. Es fácil confundir información con conocimiento. El paciente debe obtener, dentro del SNS, aquellos conocimientos básicos que le permitan guiar sus decisiones en base a un conocimiento formado de lo que le ocurre. La cronificación de muchas enfermedades, que añade una mayor longevidad, nos lo hace necesario y debe servir para rebajar la presión asistencial sobre el SNS.
Cada vez nos adentramos en encrucijadas de las que no saldremos únicamente con una mejor financiación. Tenemos diagnóstico y sobre todo pronóstico. La tentación solo de tratamientos sintomáticos, como en otras ocasiones ha ocurrido, nos lleva a un agravamiento del problema de fondo no tratado, cumpliéndose el pronóstico. En la falta de profesionales tenemos algún ejemplo.