Hace ya un tiempo que la idoneidad de la formación del médico en nuestro país viene siendo analizada, para ver si puede dar respuesta a los cambios de paradigma a los que el ejercicio de la profesión se enfrenta en nuestro entorno. De algunos de ellos hablaremos en este artículo.
En el éxito de la formación del Grado pesan notablemente los resultados obtenidos por una universidad en las pruebas de acceso a la formación de especialistas. Debe seguir siendo así, pero no solo. Deberíamos poder medir también el éxito en las carreras profesionales desde el momento de la incorporación a esa formación.
En muchos de los trabajos publicados con relación a España, entre los que destacaría los de la Fundación Educación Médica, se insiste desde hace tiempo en la necesidad de añadir, a la formación del médico y desde su inicio, competencias transversales que le permitan afrontar mejor los retos que los cambios de paradigma que conllevan.
La formación de grado como la de posgrado y la formación continuada deben dar respuesta en muchos frentes.
Por lo que a la formación de Grado se refiere, el amplio acceso a la información que las nuevas tecnologías facilitan a los alumnos hace pensar a muchos que el papel del profesor en la universidad, además del de tenedor de conocimiento fruto de la interpretación de la información, debe ganar más peso como autoridad experta en su manejo y aplicación.
El aumento de la esperanza de vida, aun siendo de carácter multifactorial, tiene no obstante su causa en un mayor éxito en el tratamiento de patologías que antes eran de muy mal pronóstico, bien porque ahora son curadas o bien porque somos capaces de contenerlas y cronificarlas. Si a ello añadimos un mayor nivel socioeconómico y el reconocimiento de la atención sanitaria y de la protección de la salud como un derecho de ciudadanía a satisfacer por los poderes públicos, nos encontramos con el excelente resultado de que las personas vivan más años, aun padeciendo una o más enfermedades crónicas.f
La transmisión del conocimiento y de la información requiere de una herramienta básica que es la comunicación
Aun siendo la formación del Grado de Medicina mayoritariamente disciplinar, ante una única patología podemos encontrar muchas actuaciones médicas multidisciplinares aprendidas en el posgrado, paradójicamente en la formación de las especialidades médicas. Pero otra cuestión es el abordaje de diferentes patologías en diferentes órganos y sistemas y que además requieren de la interacción, en su caso, con otras profesiones sanitarias como son la Enfermería, la Farmacia, la Odontología o la Fisioterapia. El desempeño profesional toma contacto con el trabajo en equipo colaborativo una vez superado el grado y nuevamente en el período de formación de especialista.
Por otro lado, la mayor longevidad asociada a una mayor supervivencia, que no a curación, a muchas enfermedades conlleva un importante crecimiento de la demanda asistencial con un mayor consumo de tecnología sanitaria que no tiene una contrapartida directamente proporcional en la disponibilidad de los recursos económicos. Ello introduce la necesidad por parte del médico del conocimiento y manejo de criterios de uso de los medios de que dispone que le permitan la optimización de su uso, pues siendo los recursos limitados sus decisiones deben alcanzar el resultado deseado con una utilización optima de estos.
Es habitual decir que el médico debe ejercer su profesión tanto en el ámbito asistencial como en el de la docencia y en el de la investigación. La transmisión del conocimiento y de la información requiere de una herramienta básica que es la comunicación. El impartir docencia formal, o informal en el trabajo interdisciplinar e interprofesional, requiere del fomento de las habilidades comunicativas acordes con esa finalidad. Al igual que para la relación con la persona enferma. La anamnesis es también un instrumento de comunicación para sentar el principio de confianza de la persona enferma en una atención afectiva y empática con su médico.
Tampoco podemos sustraernos de la importancia de que la formación en investigación se incorpore desde un inicio a la formación del médico, impulsada por la revolución que las nuevas tecnologías han aportado al volumen de almacenamiento de datos y a la rapidez en su explotación.
Huelga decir también el papel del médico como promotor de la salud y su papel como impulsor de planteamientos que vayan más allá de los médicos y alcancen a los diferentes factores determinantes de la salud.
El nuevo paciente va avanzando hacia una mayor participación en la toma de decisiones que le afectan, alejándose poco a poco de un modelo paternalista de relación. Ello requiere de un médico que con competencias y habilidades adecuadas haga que sus pacientes tomen las decisiones por convicción, además de tomarlas por devoción.
Es condición sine qua non de un buen médico su competencia clínica, pero cada vez se hace más evidente que para substanciar una buena atención a sus pacientes debe contar con otras competencias transversales como las expuestas: comunicador, colaborador, gestor, docente e innovador. Todo ello porque no se puede sustraer la relación médico-paciente de la personalidad del paciente ni el contexto en que se produce.
En cuanto a las diferentes etapas de la formación del médico a lo largo de su carrera profesional, el actual esquema divisional entre universidad (grados y postgrados), establecimientos sanitarios (formación de especialista) y múltiples ámbitos (formación continuada) debería ganar en integralidad. Las actuales acreditaciones competenciales deberían tener mayores elementos de cooperación entre los diferentes acreditadores y deberían darse también procesos abiertos de evaluación para la renovación de competencias.
También deberían estar más relacionadas las necesidades presupuestarias y estructurales de las universidades con las necesidades de médicos de nuestro país, basadas en periódicas proyecciones, que atendieran tanto a la demografía profesional como al cambio en las necesidades asistenciales, de formación y de descanso que el empleador y sus organizaciones deberán satisfacer.
Hemos visto en la crisis epidemiológica que hemos vivido, el valor de las competencias transversales mencionadas, no solo para el profesional médico, sino también para el resto de los profesionales sanitarios. Ello pone también de actualidad el planteamiento de algunas universidades en cuanto a si todos aquellos que van a trabajar juntos no deben compartir algunos aspectos de su formación.
Pero también pone una vez más en evidencia que los empleadores deben atender adecuadamente a encuadrar el desempeño del trabajo del médico en el marco del profesionalismo y de sus compromisos.
La formación del médico del futuro requiere de decisiones hoy. La formación del pasado milenio ha dado una excelente respuesta a las necesidades del milenio, pero las nuevas necesidades de formación del médico del nuevo milenio deben atender a las nuevas necesidades ya presentes y a las predecibles para el futuro. La formación y competencias requeridas en el pasado milenio siguen teniendo importancia, pero vemos como los profesionales médicos deben adaptarse, y lo hacen de forma encomiable, a las necesidades cambiantes incluso a crisis de una magnitud como la que estamos viviendo. El esfuerzo que ello conlleva debería paliarse para el médico del futuro con una formación más integral entre el grado, el posgrado y la formación continuada.
Universidades, establecimientos sanitarios y sociedades científicas deberían disponer de un escenario en que trabajar como un todo y certificar como un todo. La finalidad de esa formación integral debe atender a la adquisición de las mejores competencias clínicas posibles, pero también a la adquisición de las competencias transversales que el empeño profesional le requiere.