A pesar del honor que me hace José María, reconozco que me he resistido a aceptar el ofrecimiento de escribir en su magnífica revista.
Hablar, más aún escribir, sobre materias difíciles o de las que no se tiene la seguridad de saber lo suficiente, resulta, cuanto menos, atrevido. Eso es lo que me pasa al escribir sobre calidad en esta revista, que es referencia en sanidad.
La Asociación Española para la Calidad, de la que soy su orgulloso director general, tuvo su origen en los años 50 del siglo pasado, cuando unos adelantados se empeñaron en traer a España los conocimientos sobre calidad que entonces eran el motor de la competitividad y el crecimiento de las empresas industriales.
Desde entonces, el mundo ha cambiado, ha crecido y ha prosperado. Y también lo ha hecho la calidad.
En 1968, en un Congreso que celebró nuestra asociación en Madrid, y al que asistieron nuestros viejos gurús de la calidad, como Juran, Feigenbaum, Ishikawa o Crosby, se produjo una interesante controversia. Crosby, en defensa de su teoría de cero defectos, puso como ejemplo el caso paradigmático de que a las enfermeras que atienden partos nunca se les cae un bebé recién nacido. Ello dio lugar a una intervención del Dr. Cerrutti de Castiglione, director de control de calidad de Fiat, que preguntó si se había hecho el control en una cadena de 200 enfermeras, pasándose bebés a un ritmo de 15 por minuto, en turnos de ocho horas.
Me gusta la anécdota porque pone de manifiesto algo que me enseñaron en la escuela de ingenieros, y es que lo importante de un problema, más que su solución, es su planteamiento. Crosby planteó mal el problema, y Cerrutti se recreó en la suerte.
‘La calidad es un concepto polifacético’
En una relación B2B, en una cadena de suministro, la calidad puede limitarse a ser una cuestión de cumplimiento de especificaciones y condiciones contractuales. Pero si le preguntas a un joven de hoy qué es una empresa de calidad, seguro te que dice que aquella que, por lo menos, es respetuosa con los valores de la sostenibilidad. Y si me preguntas a mí, particularmente un lunes por la mañana, diré que calidad es lo que a mí me apetezca, porque, como decía Calderón, nada me parece justo en siendo contra mi gusto.
Hemos aprendido que la calidad es un concepto polifacético y que el entorno y el momento definen su sustantividad. Hemos aprendido que hay una calidad de productos y contratos, que también hay una calidad de valores, y que también hay una calidad de sentimientos y personas. Esta última, gracias a las nuevas tecnologías, es nueva frontera de competitividad.
Al Doctor Guillén, el ilustre traumatólogo, le escuché decir algo que luego he escuchado a otros profesionales de la medicina. Que la medicina es una mezcla de ciencia, técnica y arte. Desde entonces, sobre todo por lo del componente artístico, ando yo buscando la pregunta correcta sobre el problema de la calidad en la noble profesión de curar a las personas. Porque como he dicho antes, los ingenieros no somos capaces de resolver problemas sin antes hacer el planteamiento correcto. Tal vez incluso, pudiera ser, que esa pregunta no exista.
El profesor Abadía, genio español, dice, con buen criterio, que no se puede hacer palanca con un churro. Yo, como ingeniero, doy fe de ello.
Yo creo que para eso está la calidad en la sanidad. Para que, con su ciencia, con su técnica y con su arte, los profesionales de la sanidad puedan hacer palanca y curarnos. Para que solo recurran al arte cuando ya no queda nada por hacer en todo lo demás. Y hasta me atrevo a decir (y como decía mi padre, que sea lo que Dios quiera), que para conseguir eso, hay mucho camino por recorrer.
Avelino Brito Marquina, Director general de la Asociación Española para la Calidad (AEC)