El hambre no es provocada por el cambio climático: es provocada por el hombre.
La crisis alimentaria y el cambio climático son dos de los desafíos globales más urgentes en el siglo XXI. Si bien existe un vínculo entre el cambio climático y la seguridad alimentaria, atribuir exclusivamente el hambre a los efectos del clima es una simplificación que oculta las verdaderas causas estructurales de la pobreza y la desigualdad. Los efectos del cambio climático, como sequías e inundaciones, pueden agravar la situación, pero no son la causa raíz del hambre en el mundo. Este artículo explora cómo el hambre es, en última instancia, una consecuencia de decisiones humanas.
El hambre como consecuencia de la injusticia y la desigualdad
El hambre no es el resultado de la falta de alimentos en el mundo. De hecho, el planeta produce suficientes alimentos para alimentar a todos sus habitantes dos veces cada día. El problema reside en la distribución desigual y en los sistemas económicos que priorizan el lucro por encima de las necesidades humanas. Países en vías de desarrollo, especialmente en regiones de África, enfrentan condiciones extremas de inseguridad alimentaria, no porque no haya alimentos disponibles, sino porque las estructuras económicas y políticas globales han perpetuado la dependencia y la exclusión.
La injusticia estructural, tanto a nivel global como local, perpetúa el hambre. Los sistemas agrícolas y alimentarios están controlados por intereses corporativos que dominan la producción, el procesamiento y la distribución de alimentos, marginando a pequeños agricultores y a comunidades rurales. Esto es particularmente grave en regiones que dependen de la agricultura de subsistencia, donde las políticas de libre mercado y los acuerdos comerciales han desplazado a los agricultores locales en favor de productos destinados a la exportación.
El cambio climático: un producto de las acciones humanas
El cambio climático, al igual que el hambre, es consecuencia directa de las actividades humanas, especialmente de los modelos de desarrollo basados en la explotación de recursos naturales y en el consumo excesivo. La industrialización, la deforestación, la explotación de combustibles fósiles y la expansión de la agricultura intensiva han alterado el equilibrio climático del planeta. Sin embargo, estos procesos no son neutrales: son el resultado de decisiones políticas y económicas que priorizan el crecimiento económico a corto plazo sobre la sostenibilidad ambiental.
Las comunidades más vulnerables al cambio climático suelen ser aquellas que ya enfrentan inseguridad alimentaria, pero no son las responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global. Esto resalta la profunda desigualdad entre quienes causan el cambio climático y quienes sufren sus consecuencias.
Propuestas de solución: hacia una justicia alimentaria y climática
Para abordar el hambre y el cambio climático de manera efectiva, es crucial adoptar un enfoque basado en la justicia social y la equidad. Esto implica:
Redistribución de recursos: garantizar un acceso equitativo a la tierra, el agua y los insumos agrícolas para las comunidades rurales más afectadas. Esto también incluye la creación de sistemas alimentarios locales sostenibles y resistentes a las fluctuaciones climáticas.
Empoderamiento de las comunidades locales: es necesario empoderar a las comunidades rurales y permitirles tener control sobre sus propios sistemas agrícolas. Esto puede lograrse a través de la educación, el apoyo técnico y la financiación para prácticas agrícolas sostenibles.
Reforma de las políticas globales: las políticas comerciales y económicas globales deben ser reformadas para priorizar la seguridad alimentaria por encima de los beneficios corporativos. Esto incluye la regulación de los mercados agrícolas y la protección de los pequeños agricultores.
Responsabilidad climática: los países industrializados y las grandes corporaciones que han contribuido en gran medida al cambio climático deben asumir su responsabilidad, tanto mediante la reducción de emisiones como a través de la inversión en soluciones de adaptación para los países más vulnerables.
Políticas sanitarias: intersección entre seguridad alimentaria y salud
La salud y la nutrición son aspectos fundamentales de la seguridad alimentaria. La malnutrición, que puede ser tanto por deficiencia de nutrientes como por exceso, tiene un impacto directo en la salud pública y la capacidad de las comunidades para enfrentar el hambre. En Etiopía, la desnutrición crónica afecta aproximadamente al 38% de los niños menores de cinco años, según datos de la UNICEF. Esto resalta la necesidad de políticas sanitarias que integren la nutrición en las estrategias de seguridad alimentaria.
Las políticas sanitarias deben abordar la interrelación entre el hambre y la salud. Esto incluye:
Fortalecimiento de los sistemas de salud. Invertir en infraestructura de salud para garantizar que las comunidades tengan acceso a servicios de salud básica, incluyendo atención prenatal, atención a la infancia y programas de nutrición. Esto es crucial para reducir la mortalidad infantil y mejorar la salud de las madres.
Programas de nutrición y educación. Implementar programas de educación nutricional que capaciten a las comunidades sobre la importancia de una dieta equilibrada y el uso sostenible de los recursos alimentarios locales. La educación puede empoderar a las familias para que tomen decisiones más informadas sobre su alimentación.
Integración de políticas agrícolas y sanitarias. Desarrollar políticas que vinculen la agricultura y la salud, promoviendo la producción de cultivos nutritivos que aborden las deficiencias de micronutrientes. Por ejemplo, promover el cultivo de vegetales ricos en hierro y vitamina A puede mejorar la salud pública.
Resiliencia ante crisis sanitarias. La pandemia de la COVID-19 ha demostrado cómo las crisis de salud pueden afectar la seguridad alimentaria. Las políticas deben ser capaces de integrar una respuesta a emergencias que no solo aborde la salud, sino que también proteja la cadena de suministro de alimentos y la seguridad alimentaria.
Injusticia económica y políticas globales: el hambre como fenómeno político
El sistema económico mundial, que favorece las economías avanzadas, también juega un papel crucial en perpetuar el hambre en países como Etiopía. Las políticas comerciales globales, incluidas las que promueven la exportación de cultivos comerciales en detrimento de la seguridad alimentaria local, han empujado a muchas comunidades rurales a la pobreza. Etiopía, al igual que otros países de bajos ingresos, está atrapada en un sistema de dependencia de las exportaciones agrícolas y la ayuda externa.
El comercio internacional de alimentos es dominado por unas pocas grandes corporaciones, que tienen más poder que muchas economías nacionales. Los países en desarrollo, como Etiopía, no pueden competir en igualdad de condiciones, lo que agrava la inseguridad alimentaria. Además, las subvenciones agrícolas en los países desarrollados distorsionan los precios y hacen que los productos importados sean más baratos que los producidos localmente. Esto socava la producción agrícola nacional, lo que perpetúa el ciclo de dependencia y hambre.
El hambre no es una consecuencia inevitable del cambio climático, sino de la desigualdad e injusticia que caracterizan el sistema económico global. Al mismo tiempo, el cambio climático es una creación humana, impulsada por un modelo de desarrollo insostenible. Para abordar ambas crisis, es necesario un cambio de paradigma que priorice la justicia social, la equidad y la sostenibilidad. Solo a través de un enfoque holístico que aborde las causas profundas de la pobreza y la desigualdad podremos avanzar hacia un futuro en el que ni el hambre ni el cambio climático continúen devastando a las poblaciones más vulnerables del mundo.