En la ciudad de Cleveland, hace casi 40 años, a unas cuantas inteligencias naturales se les ocurrió la idea de batir el récord mundial de lanzamiento de globos. Lanzaron el equivalente en globos a un paralelepípedo de 76 metros de largo por 46 metros de ancho y 3 pisos de altura, casi un millón y medio de globos inflados con helio. 2500 estudiantes trabajaron en aquello, aunque no sabría decir qué es lo que aprendieron.
El mal tiempo quiso que los residuos contaminantes de aquella bufonada llegaran hasta la otra orilla del lago Erie en Canadá. Dos pescadores que naufragaron no pudieron ser rescatados a tiempo, flotando en aguas heladas con sus cabezas entre los globos. Tras 40 años, aquellos globos serán ahora microplásticos, muchos de los cuales estarán en el aire y en los alimentos; tal vez lleve yo alguno dentro. En el Planeta Tierra ya no disponemos de gas helio en el equivalente en volumen a una manzana de edificios, siendo el helio un súper gas de origen natural no renovable más bien escaso con infinidad de aplicaciones, en particular en la sanidad.
Eso sí, el récord lo consiguieron, el de la estupidez.
Tengo algún amigo claramente negacionista, aunque si tengo que elegir entre amistad y dióxido de carbono, me quedo con la amistad. Si se admite que haya negacionistas, podría igualmente haber afirmacionistas. Y también con derecho a tener amigos.
Copernicus ECMWF, un servicio de observación medioambiental dependiente de la Comisión Europea ha comunicado que 2024 ha sido el año más caluroso desde la era preindustrial y que se ha superado la barrera de 1,5 grados por primera vez.
Tal vez tenga razón mi amigo negacionista, y lo del dióxido de carbono no sea tan preocupante. A fin de cuentas, siempre ha habido de eso en la atmósfera, respirarlo no nos hace daño y ni siquiera tiene mal sabor. Y si no tienes un apartamento en la playa, no te vas a quedar sin él cuando el mar se lo trague.
Por otro lado, comparado con la cantidad de venenos que los humanos llevamos echando a nuestro entorno en los últimos milenios, el dióxido de carbono resulta casi medicinal.
‘Nunca como ahora la tecnología ha resplandecido con tan fabulosas expectativas’
No hace falta irse a la prensa especializada para conocer un reciente estudio publicado en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de los EUA, hecho a partir del hielo de Groenlandia, que, considerando el proceso de obtención de la plata que utilizaban los romanos, ha concluido que durante el imperio romano se echaron a la atmósfera nada menos que medio millón de toneladas de plomo, que esto sí que es un veneno, que tiene, entre otras consecuencias negativas para la salud, la de dañar nuestro cerebro, volviéndonos menos inteligentes (lo de volvernos más tontos aún de lo que ya somos, es posible, aunque no lo parezca a la luz de iniciativas como la de los globos de Cleveland). Tal vez, aquellos maravillosos constructores e ingenieros que fueron los romanos dejaron de serlo, por el plomo.
Desconozco cuánto plomo echamos a la atmósfera en el siglo pasado, hasta la eliminación del tetraetileno de plomo de las gasolinas. Los que tenéis más edad recordaréis aquel olor tan característico que se respiraba junto a cualquier coche, pues como su nombre indica, era plomo, y seguro que echamos a la atmósfera más aún que los romanos.
No es que yo le tenga manía al plomo; los gases de mercurio, sin ir más lejos, son todavía peores. Y, en fin, que la lista de venenos que venimos echando desde la invención del fuego, a aires, mares y tierras, es más larga que un día sin pan, y no sólo están en la basura, están por todas partes.
Lo de la basura, a diferencia de los venenos, es un invento moderno. Hace solo unas pocas generaciones, lo que no servía de alimento a las gallinas o los cerdos, se reutilizaba. Basura, producimos en cantidades indescriptibles. Si hay algo que caracteriza a nuestro mundo desarrollado es la basura, con permiso de la tecnología.
Por aquella misma fuente supe del proyecto de la presa de Medog, que va a ser como tres veces más grande que la de las Tres Gargantas, la mayor instalación hidroeléctrica del mundo, ya descomunal, que produce bastante más energía eléctrica que las 1300 que hay en España juntas, y que borró del mapa 114 pueblos y 1680 aldeas. Esta gigapresa estaría en las fuentes del Brahmaputra en el Himalaya chino. Seguro que a los indios y a los bangladesíes les parece genial.
Por cosas como estas, supongo yo, Europa estableció el denominado Pacto Verde Europeo, la hoja de ruta europea para conseguir, en 2050, el primer continente neutro, tanto en lo climático como en la utilización de los recursos naturales. La Comisión Europea lo publicó a finales de 2019 y lo presentó como “la tarea de una generación”, aunque no consiguió el redoblar de tambores que tal declaración se merece, tal vez porque en aquel momento un laboratorio chino metió la pata cocinando un guiso de virus y vino lo que vino. El caso es que con tambores o no, a su amparo estamos viviendo un frenesí regulatorio sin precedentes, en lo que, efectivamente, es una ambición de dimensiones históricas, por muy afirmacionista que esto suene.
Algo de penita sí que da ver la soledad de nuestro esfuerzo europeo, particularmente estos días de trumpterremoto en Norteamérica, que algo de esperanza en ellos teníamos los afirmacionistas. Y eso teniendo en cuenta que Europa no es ni de lejos el más molesto de los inquilinos del Planeta Tierra. Por ejemplo, hace unos días, supe por una voz de la que me fío, que solo el 0,28% del plástico que acaba en el mar proviene de Europa.
Es cierto que las predicciones que hicieron en el pasado algunos de los más radicales y apasionados afirmacionistas sobre los límites del crecimiento, han sido, afortunadamente, erróneas.
Por ejemplo, Paul Ehrlich, biólogo de Stanford, dijo en 1967 que la batalla para alimentar a toda la humanidad estaba perdida, que en los 70 y en los 80 cientos de millones de personas morirían de hambre, independientemente de los planes para evitarlo que se pudieran poner en marcha, y que para 1985, la población se vería reducida a 1500 millones de personas.
No necesariamente negacionistas, los detractores del bueno de Paul y de otros como él suelen decir, y no sin razón, que el ser humano, en su capacidad de desarrollo de conocimiento, acaba encontrando medios para resolver los problemas a los que se enfrenta. Es evidente que hasta ahora esto ha funcionado, al menos globalmente, porque como digo, qué te importa a ti, si no eres un paisano de la presa de las Tres Gargantas o no tienes un apartamento en la playa.
Desde luego, nunca como ahora la tecnología ha resplandecido con tan fabulosas expectativas. Y creo que, entre que la Inteligencia Artificial nos ayude a resolver nuestros problemas de crecimiento o que nos traiga al Terminator, es más probable lo primero.
En todo caso, más nos vale que sea así, porque, con la que está cayendo, confiar en la bondad del ser humano para vivir de otra manera, salvo Heidi, no creo que nadie se lo crea, ni los negacionistas, ni los afirmacionistas, ni los que ni fu ni fa.
Aunque todo esto de la insostenibilidad, calentar y echar porquería al medio ambiente, tiene una cosa buena, y es que a los profesionales de la sanidad nunca os va a faltar el trabajo.