En un mundo que se mueve a un ritmo vertiginoso, rebelarse puede ser tan simple como detenerse a meditar y escuchar nuestro interior. Este acto de introspección nos lleva a cuestionar nuestras motivaciones y objetivos de vida de una manera más profunda y significativa. Preguntarse «¿Qué espero yo de la vida?» no es la pregunta correcta. En su lugar, deberíamos preguntarnos: «¿Qué espera la vida de mí?».

¿Qué espera el trabajo de nosotros? ¿Qué espera la sociedad? Sin duda, tenemos la responsabilidad de contribuir a la creación de una sociedad mejor. Podemos lograrlo a través de nuestras acciones cotidianas y la dedicación a un propósito más grande que nosotros mismos.

El amor: la gran medicina

El amor es transformador y representa la frecuencia del universo que armoniza y conecta todas las cosas. En la vida y en el trabajo, estamos aquí para vivir para los demás. Esta entrega desinteresada no solo enriquece a quienes nos rodean, sino que también nos llena de vida y propósito.

Cuando nos preguntamos «¿Para qué estoy en la vida?», encontramos que la respuesta radica en ayudar a los demás, especialmente a los más vulnerables. Este propósito, que trasciende nuestras acciones individuales, también debe guiar nuestro trabajo y las instituciones a las que pertenecemos. Un propósito claro da sentido a nuestra vida y a nuestra labor, infundiendo valor y humanidad en todo lo que hacemos.

‘Los buenos propósitos son los que movilizan a las personas hacia acciones que benefician a toda la sociedad’

La misericordia, la compasión y la empatía son fundamentales para un trato humano y digno. Estas virtudes no deben limitarse a sentimientos abstractos, sino que deben manifestarse en acciones concretas. Dar a los demás sin esperar nada a cambio nos enriquece de maneras inimaginables. En la entrega misma ya está la recepción. Hacer el bien a los demás es, en última instancia, hacer el bien a nosotros mismos. Somos amor, y el verdadero sentido de la vida se encuentra en esta entrega.

Los buenos propósitos son los que movilizan a las personas hacia acciones que benefician a toda la sociedad. Preguntarse «¿Por qué estoy en la vida?» no nos lleva tan lejos como la pregunta «¿Para qué estoy?». Este enfoque nos guía hacia un compromiso con el bien común y nos ayuda a descubrir nuestra capacidad innata para la bondad y la cooperación.

Al entender que el trato es tan importante como el tratamiento, y que el amor es una fuerza poderosa y sanadora, podemos transformar nuestro trabajo, nuestras relaciones y nuestras comunidades.

Si nos ayudamos, toda carga es más ligera.

PD: El ser humano es el único animal que coopera de manera voluntaria.

Cooperemos.