Las estadísticas nos cuentan que en casi la mitad de los hogares españoles se convive con al menos un animal de compañía (situación similar a toda Europa y Norteamérica) y estos números no paran de crecer en los últimos años. Algunos piensan que es una moda pasajera, otros que es un capricho, pero en realidad desde siempre hemos compartido nuestras vidas con los animales.

Los primeros indicios escritos de que prestábamos cuidados y curas a estos seres se remontan al siglo XXI a.C. y a lo largo de estos cuarenta y dos siglos, y seguramente más, el valor y el papel de los animales ha ido cambiando, hasta llegar a ser considerados en el presente como miembros de la familia.

La ciencia nos demuestra que esta convivencia aporta muchos beneficios para el bienestar del ser humano, tanto físicos, como mentales, pero esta relación implica a la vez múltiples riesgos sanitarios y la necesidad de construir y velar por una convivencia saludable.

En la sociedad de hoy, cada vez tenemos más población envejecida, con enfermedades crónicas complejas, pacientes trasplantados o con quimioterapia, es decir, pacientes inmunocomprometidos, y, por el soporte emocional y el beneficio para la salud mental, es muy común que compartan el hogar con un animal de compañía. Pero ¿cuántos del sistema de salud humano lo tienen presente? ¿Y de los poderes decisionales del sistema sanitario?

Pues, muy pocos porque no hay costumbre preguntar por si se da esta situación y tampoco los protocolos médicos contemplan recomendar al paciente consultar al veterinario. Y ni hablar de pedir un informe al veterinario o incluir alguno en el equipo multidisciplinario clínico, simplemente porque es la especialidad ausente en el SNS.

Y cuando se produce una tímida conexión entre estos dos mundos es porque el paciente o un familiar informa de esta situación, pero tampoco se le da la importancia que se merece ya que vamos a lo rápido y a lo habitual. Es decir, la mínima conexión que existe es casual y no profesional.

‘Es imprescindible una colaboración directa y estrecha entre la asistencia clínica del ser humano y la de los animales’

En los actuales contextos sociales, sanitarios y climáticos desafiantes, con un aumento exponencial de la RAM y de las enfermedades emergentes y reemergentes, en su mayoría zoonóticas, es imprescindible una colaboración directa y estrecha entre la asistencia clínica del ser humano y la de estos animales, y se hace imprescindible una inversión en la investigación fundamental multisectorial One Health. Pero, la realidad nos demuestra a diario que el gran abismo entre la medicina humana y la medicina veterinaria es cada vez más ancho.

Al intentar explicarlo al mundo político y recalcarles que la gestión One Health en el sistema sanitario actual brilla por su ausencia, todos los interlocutores me responden, una y otra vez, que ya hay planes de actuación en este sentido y me dan como ejemplo el PRAN (Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos), saliendo con rapidez de la situación incómoda y cambiando de tema. Y casi nunca tengo una segunda oportunidad para explicarles lo complejo y transversal que es el problema, y que la necesidad no está cubierta por un plan en concreto. Además, analizándolo con más profundidad, tampoco el PRAN es tan “One Health” como se nos está vendiendo.

Si miramos de manera superficial, los gestores del plan afirman que “para alcanzar su objetivo, el PRAN propone una estrategia One Health bajo seis líneas de acción comunes para la salud humana, la sanidad animal y medioambiente”. Pero en cuanto profundizamos, se observa que se establecen medidas en compartimentos estancos, faltando lo más importante para ser una real gestión One Health: romper los silos estancos de las tres partes de la salud y fomentar una colaboración multidisciplinar transversal, creando diálogo y practicando una escucha activa.

Los clínicos, sobre todo del mundo veterinario (que parecen no tener derecho a voz en ningún sitio sanitario), echan de menos un canal fluido de comunicación para compartir las experiencias, las necesidades y, sobre todo, encontrar soluciones viables y aplicables en el día a día. Los problemas son cada vez más complejos, y las soluciones llegan en un solo sentido, desde arriba hacia abajo, siendo fundamentadas en tradicionalismo y falta de visión, y construidas con mentalidad prohibitiva, restrictiva y burocrática sin resolver los problemas clínicos diarios, sino que se complican aún más.

Empezando por que toda la asistencia veterinaria es una red privada y que hace falta construir toda una estrategia con diálogo y colaboración público-privada, se entiende lo complicado de la situación. Pero, hablamos de salud pública, de prevención, de eficiencia, de escasez de profesionales y recursos sanitarios, de flujos de trabajo, de construcción de protocolos…

Urge producir un cambio de paradigma.