Entendido el neologismo como precarización del entorno laboral del sector de la sanidad. Una precarización que ya parte de contratos insultantes en la sanidad pública, cuando llaman por teléfono para ofrecer un contrato de un día. Cuando además penaliza rechazar semejante desfachatez de oferta laboral, castigando al “lumpensanitario”. Un modelo contractual este muy frecuente en la sanidad pública en los recientes tiempos de vacaciones en los que es preciso cubrir puestos vacantes con bolsas de empleo. Puestos ofrecidos en áreas de salud, que pueden ser incluso con desplazamientos importantes dentro del mismo contrato, el mismo día. Para mañana estar de nuevo en situación de desempleo. Pero creamos Direcciones Generales de Humanización o de Excelencia, como si la forma en la que contratamos a los profesionales no tuviera absolutamente nada que ver con la calidad y calidez de la prestación. Las personas que conforman los servicios sanitarios son robots, son profesionales a los que no les afecta el cambio sistemático de puestos: hoy estoy en urgencias, mañana en una planta de psiquiatría y pasado en la unidad de cuidados intensivos; todo ello sin conocer absolutamente nada de estos diferentes servicios. Pero son profesionales, harán bien su trabajo, es imposible que cometan ningún error, que se despisten o que merme su calidad asistencial.
Este nivel de exigencia no se produce en ninguna otra profesión, no se impone a ningún otro colectivo laboral. Y seguimos realizando contratos por unas horas, por una jornada…
Las condiciones contractuales de personal altísimamente cualificado como es el caso de los médicos especialistas siguen siendo precarias, sin un plan de carrera atractivo y que estimule. Los niveles retributivos no ponen el foco en la excelencia y la capacidad de trabajo; por esa razón muchos profesionales aprenden la profesión en los sistemas públicos, consiguen consolidar su plaza y una vez que la tienen migran a la sanidad privada donde encuentran una vinculación directa entre trabajo desempeñado y retribución.
En la actividad privada de facultativos la situación es otra, el sector tiende al exterminio del ejercicio libre la profesión. Los profesionales médicos que se lanzan al incierto mundo de la prestación sanitaria como profesional liberal se encuentra con la desagradable noticia de que las compañías aseguradoras establecen unos baremos para abonar sus servicios que son cuando menos insultantes para un profesional, sea este altamente cualificado como es el caso de un especialista médico, o sea un profesional de un oficio como mecánico, albañil, fontanero, limpiador, etc. Hay baremos que plantean que un profesional trabaje por menos de 9 euros la hora como profesional independiente, lo cual supone incorporar en esa cantidad todos los impuestos, retenciones, gastos, etc. Eso cuando no deciden unilateralmente que, a partir de la tercera visita del paciente al facultativo en un mes, no la abonan, es decir, el facultativo trabaja gratis.
Hay casos de “lumpensanitarios” en todos los ámbitos de la sanidad. Lo cual nos debe llevar a una profunda reflexión. ¿Queremos que un profesional como un fisioterapeuta que se ha formado en la Universidad, que además de tener una dilatada trayectoria profesional se ha formado al más alto nivel en diversas especialidades de su desempeño sanitario, me trate en mi recuperación de una prótesis de rodilla por la sorprendente contraprestación económica de 5,3€?
Definitivamente el camino a recorrer en un futuro cercano es otro, ninguno de los actores intervinientes en la prestación sanitaria en nuestro país se puede permitir la uberización de la prestación sanitaria y la creación del “lumpensanitario”. En primer lugar, por responsabilidad social, pero inmediatamente a continuación por un elemental razonamiento económico y de gestión. Eliminar las ineficiencias es nuestro principal objetivo, mejorar la prestación sanitaria reduciendo los costes es nuestra obligación. Se puede hacer, pero no a costa de la reducción de los costes en la parte de la cadena más débil, la social, las personas. Las personas que han decidido dedicar toda su vida, porque la prestación sanitaria se caracteriza por tener un componente vocacional muy importante además de requerir una actualización de conocimientos permanente, por lo que efectivamente es toda su vida la dedicada a la salud de los demás. No pueden ser que los profesionales sanitarios, además, paguen la cuenta, los que sufran en sus propias carnes la reducción de costes.
La sanidad privada debe mejorar sus rendimientos económicos y sus gestores han de afinar en muchísimas direcciones, a la vez que garantizan la captación de talento y la fidelización del mismo con unas carreras profesionales y unos niveles retributivos (económicos y sociales) que resulten atractivos y fomenten la felicidad de las personas.
La sanidad pública debe recorrer un camino similar al de la sanidad privada, pero en lugar de buscar el legítimo rendimiento económico, asumiendo la responsabilidad de mejorar la gestión para aplicar los limitados recursos en donde deben estar. Reduciendo sustancialmente las ineficiencias del sistema y garantizando que las instituciones sanitarias públicas siguen siendo los grandes referentes en cuanto a generación de conocimiento, captación de talento y desarrollo profesional y personal de todas las personas que participan de la maravillosa vocación del cuidado y la atención sanitaria. Todo ello en instituciones públicas fuertes, sólidas y sostenibles económicamente.
Mejorar la experiencia de paciente sin mejorar la experiencia de empleado es inviable, es una absoluta quimera. Sanidad (obtenga la financiación de donde la obtenga) es sinónimo de humanismo, de civilización, de servicio; virtudes todas ellas que se sustentan principalmente en las personas. De nada nos sirven las millonarias inversiones en equipamientos y edificios si no contamos con un equipo humano totalmente alineado con el propósito de la organización y comprometido con la mejora de la salud de las personas. El futuro; el presente, de la sanidad es una salud responsable.