Aunque la pandemia muestra síntomas de remisión en España aún estamos lejos de poder celebrar su final. Por ello, aunque todavía no parece el momento de evaluar la gestión de esta crisis por las autoridades, sí que es oportuno extraer las primeras conclusiones y lecciones aprendidas. Se ha puesto en situación límite a nuestro sistema de salud que, a pesar de la dificultad añadida de la falta de las pruebas diagnósticas y de material y equipos imprescindibles, ha respondido con gran eficacia, con el concurso de los profesionales de salud y de las fuerzas armadas y de seguridad, así como de otros servicios esenciales. Los hospitales y centros privados se han integrado con el sistema público y eso ha favorecido su excelente respuesta. Sin embargo, ha quedado en evidencia la debilidad del sistema de salud en las residencias de ancianos y discapacitados. Las grandes y pequeñas empresas se han incorporado al esfuerzo colectivo dando muestra de su solidaridad y capacidad de innovación. La sociedad civil ha respondido con solidaridad y cumpliendo de manera ejemplar las disposiciones que han restringido su movilidad. En la clase política ha habido aspectos positivos y lo contrario. Todo ello merece que tomemos nota de las primeras lecciones aprendidas.
La escasez de médicos de Atención Primaria se ha evidenciado con crudeza a medida que aumentaba el número de contagiados entre los sanitarios, lo que significa que debe revisarse a fondo la planificación de la formación de médicos especialistas. La falta de equipos de protección ha contribuido al elevado número de sanitarios afectados e incluso a que tengamos que lamentar fallecidos. Las dificultades para obtener equipos de protección, pruebas diagnósticas y respiradores son consecuencia del oligopolio mundial en su fabricación, que ha conducido a que el comportamiento de algunos países recordara a aquellos que concedían patentes de corso siglos atrás. Esta crisis nos ha enseñado que, aunque dispongamos del conocimiento, en España no tenemos industria tecnológica para atender las necesidades estratégicas del sistema de salud. No fabricamos o no en la cantidad suficiente, equipos de protección, ni pruebas diagnósticas, ni respiradores. Aunque nos hemos beneficiado de nuestro conocimiento y de nuestra capacidad de improvisación y de innovación para subsanar estas deficiencias, por ejemplo SEAT ha fabricado respiradores en tiempo récord, es necesario que se analice qué equipos son estratégicos además de para contar con una reserva para las crisis, que nunca será suficiente, para promover o proteger (palabra que horroriza a los economistas) a empresas que los fabriquen en nuestro país, sin que esto signifique que necesariamente tengan que ser públicas. No se puede permitir que volvamos a luchar con otros países por los equipos necesarios ni tampoco que nos falten médicos especialistas del primer nivel de atención.
Mención especial merece la situación de los centros residenciales para ancianos y discapacitados. Es imprescindible que los responsables de servicios sociales y de salud asuman, ambos, que tienen la obligación de respetar los derechos de las personas que residen en estos centros, y que lo importante son esas personas y no de quién es la responsabilidad de las deficiencias. Los servicios sociales tienen que reconsiderar su presupuesto para que las residencias dispongan del personal necesario con la debida formación de base y continuada para que nuestros mayores tengan cuidados de excelencia de forma habitual. Los servicios de salud no deben presuponer que esas personas ya están atendidas de forma adecuada por su equipo de Atención Primaria.
La coordinación e incluso integración de los hospitales privados con los públicos ha sido satisfactoria y en alguna comunidad ejemplar. Esta organización debe ser tenida en cuenta en varios aspectos. Todos somos partidarios de reforzar e impulsar el sistema público de salud. Pero cuando termine la angustia por la insuficiencia de los recursos propios debemos recordar que la existencia de una red privada bien dotada es más que necesaria, porque no se puede pretender disponer de hospitales privados en tiempos de crisis si se prescinde de ellos en tiempos de bonanza. Si el paciente es el centro del sistema, como sin duda lo ha sido y lo es durante la pandemia, debemos huir de ideas preconcebidas sobre la colaboración público privada. Además, esta colaboración es imprescindible para poder constituir una red de conocimiento e innovación con las universidades, centros de investigación y la industria. Sin esa colaboración no podremos tener industria de tecnologías sanitarias y como lo que importa son los pacientes, los resultados y la eficiencia, hay que huir de la autarquía que impide esa red de excelencia. Además de evitar dependencias externas de material estratégico, su contribución a la riqueza nacional no sería menor.
Lo que se espera de la clase política en estas circunstancias es talento, eficacia y comportamiento ejemplar en quienes tienen el poder, lealtad de todos con las autoridades y viceversa, y contar la verdad a los ciudadanos. Esta lealtad mutua significa no aprovechar la situación para medrar ni para obtener rédito político; apoyar las decisiones de quienes tienen la responsabilidad de liderar la crisis; y que el gobierno mantenga un canal continuo de comunicación con todos los grupos políticos y los gobiernos de las comunidades autónomas para escuchar sus críticas, aportaciones y propuestas, sin que las primeras trasciendan necesariamente a la opinión pública, al menos por el momento. Aunque los primeros días de la crisis fueron esperanzadores, también se han presentado comportamientos inadecuados.
El gobierno ha puesto en evidencia divisiones internas y su relación con los grupos políticos y con las comunidades autónomas no ha sido la mejor para fomentar su lealtad. Su vicepresidente ha incumplido las reglas de la cuarentena y se ha abusado de ruedas de prensa que parecían transmitir propaganda en vez de información. La mayoría de los partidos de la oposición se han mostrado leales, pero esa lealtad ha perdido consistencia con el paso de los días cuando han trascendido sus diferencias con las decisiones del gobierno. No obstante, el mejor ejemplo de comportamiento indebido es el de algún presidente de gobierno autónomo, cuya única aportación conocida ha sido la de culpar de todo a los demás y dificultar la tarea del ejército incluso cuando solicitaba su ayuda.
Tiempo habrá para análisis más profundos, pero como todos tenemos la esperanza de un pronto regreso a la normalidad, mejor que aprendamos las primeras y duras lecciones de esta crisis sanitaria.