La participación de los pacientes empieza a considerarse un requisito necesario cuando realizamos proyectos oficiales de investigación, los financiadores recomiendan, y hasta exigen cada vez más, la participación del paciente en el diseño, realización y difusión de la investigación en nustro sector, lo cual no deja de ser una buena noticia ya que considera la bondad intrínseca de hacerlo y fuerza, en cierta manera, la dedicación de recursos a este fin.
La cuestión es que aún falta evidencia sólida de una metodologia que funcione y aporte el valor que buscamos: nos falta conocimiento sobre en qué consiste la participación, sobre las maneras de operativizarla en forma de consulta, colaboración o coproducción y sobre cómo evaluar y comparar los resultados.
Y es que, como he comentado en otros artículos, la participación no es algo que se pueda improvisar, precisa de una planificación y una estructura. El soporte que aporte esta estructura a la participación debe tener un alcance superior a conseguir el cumplimiento estricto de los requisitos que se están imponiendo desde los proyectos europeos para incluir todo su valor mejorando la calidad, relevancia y aceptación de la investigación.
La comunidad científica está dividida cuando hablamos de incluir la participación en la investigación. Los detractores evitan emprender más allá que un enfoque de cumplimiento de requisitos para obtener subvenciones a la espera de mayor evidencia sobre riesgos, costos y beneficios, mientras que los promotores, que ya incorporan la participación, ven necesaria evaluarla para mejorar su aplicación y maximizar los beneficios de trabajar juntos.
En qué momento
En realidad, un paciente puede hacer aportaciones efectivas en todas las fases del desarrollo del proyecto de investigación, en mayor o menor medida en función de su conocimiento sobre la patología, sobre lo que es la investigación y sobre las posibles vías y maneras de participar. La problemática la encontramos en cuán maduros estamos para gestionarlo e incorporarlo.
En la fase previa
En la fase previa de definición del proyecto de investigación, la participación de los pacientes nos puede ayudar a fijar las prioridades de investigación. No se trata de dejar sin más en sus manos la decisión sobre los temas a investigar, se trata de minimizar la distancia entre el interés de los profesionales y las necesidades de los pacientes, definiendo aquellos resultados que aportan un valor añadido relevante para los pacientes.
Quizás nos da miedo pensar que los pacientes pueden tener influencia en los temas sobre los que se investiga porque no tienen conocimiento. Lo que este miedo no nos deja ver es que quienes conviven con la enfermedad son ellos y saben más que nadie de esta convivencia, conocimiento que, sin duda puede guíar en utilidad y aplicabilidad la investigación. Quizás sea interesante pensar en el contraste que plantea que nadie se asuste cuando un magnate financia grandes estudios en una temática concreta, dirigiendo así los esfuerzos de los investigadores, porque algún familiar suyo tiene o ha tenido una enfermedad. La financiación como guía de priorización sí que está aceptada.
Existen también otras consideraciones prácticas en las que su participación facilitará el desarrollo de la investigación, como el desarrollo de las herramientas contractuales accesibles para los pacientes y el hacer aflorar temas que pueden dificultar el reclutamiento como gastos de viaje, el soporte necesario para la familia y la mobilidad en general. Pensar con el paciente nos puede llevar, por ejemplo, a la programación conjunta de pruebas y a concertar pruebas adicionales en centros próximos a los pacientes de manera que mejore su bienestar y adherencia al proyecto.
En el diseño de la investigación
Una vez empieza el diseño de investigación, nos encontramos con la necesidad de generar numerosos documentos sobre el proyecto, que deben llegar de manera adecuada a los participantes. Cierto que tenemos comités de ética y otros profesionales velando por su seguridad, pero las personas que han sido o son pacientes de la patologia que estamos estudiando pueden ayudar en gran manera a su comprensibilidad, ya que conocen la situación que están pasando los sujetos del estudio. No os quepa la menor duda de que habrá aportaciones valiosas que mejoraran la información que se entrega al participante, tanto en el contenido como en el lenguaje o la manera de difundirla. Descubriremos que la interpretación de términos que damos como seguros no quedan tan claras si no se definen más ampliamente, por ejemplo, el hecho de hacer vida normal no se entenderá igual por una persona sedentaria que por un corredor de maratones, o el hecho de que pueda haber pluripatología puede interferir en llegar en ayunas a una prueba a mediodía.
Otros aspectos en los que aportan valor pueden ser el establecimiento de canales de reclutamiento e incluso, a través del movimiento asociativo, el acceso a proyectos de investigación, red de investigadores y financiación específica. Solo tenemos que hablar con ellos. Nos ayudarán en el diseño óptimo del protocolo, en la selección de puntos relevantes, en la definición del público objetivo y los criterios de inclusión y exclusión, en la redacción del consentimiento informado y en el análisis del balance riesgo – beneficio, aportando argumentos de valor propios.
En la realización de la investigación
Contar con el criterio de los pacientes puede aportar valor a la evaluación de las experiencias de los participantes, en la definición de las vías y criterios de recogida de datos sobre la calidad de vida o los outcomes reportados y, muy importante, en cómo establecer medidas que promocionen la adherencia al estudio.
Sus aportaciones, desde el comité de seguimiento del proyecto, pueden pasar desde la definición del protocolo de seguimiento, detectando oportunidades que aporten enmiendas que lo mejoren, pasando por actualizaciones de la información de seguridad y hasta la promoción de la accesibilidad y la adherencia.
Informes del estudio y difusión de hallazgos
En la fase final del proyecto, la redacción de los hallazgos del estudio precisa de método, rigor y claridad para una correcta difusión en la comunidad científica y entre la ciudadanía en general.
Con su participación, los pacientes aportan los argumentos de valor que para ellos tienen los resultados. En base a estos argumentos pueden diseñarse ampliaciones del estudio disminuyendo, una vez más, el gap entre los intereses de los investigadores y las necesidades de los pacientes. En esta línea, tampoco olvidemos su posible participación en la definición y acuerdos sobre el uso secundario de los datos.
Finalmente, si no hay una correcta difusión, el resultado del proyecto puede no obtener todo el impacto que merece y aquí es donde los pacientes deben participar en el planteamiento sobre cómo diseminar y aplicar los resultados del estudio. Su participación pasa por ayudar a hacer accesibles los resultados a la ciudadanía, usando un lenguaje y contenidos que cubran sus necesidades de información a través de resúmenes no científicos de los resultados o prospectos en los que se reseñe el valor de los resultados para los pacientes.
Cómo hacerlo
Una idea terapéutica errónea, la mala calidad de la información proporcionada a los participantes y los bajos niveles de participación de los pacientes en el establecimiento de las prioridades de investigación y el diseño del estudio, indican que el modelo relacional clásico, que se basa en la autoridad del médico, predomina en el campo de la investigación.
Hay muchas oportunidades para que los pacientes participen más activamente en todo el proceso de investigación. Una vez tenemos clara la necesidad de incorporar la visión de los pacientes como expertos que aportan conocimientos basados en la experiencia, complementarios a los de los científicos y profesionales, necesitamos definir el circuito para hacerlo.
Promover esta participación pasa por difundir el conocimiento de los circuitos y métodos, eliminando las barreras culturales que la frenan, para alcanzar un impacto significativo. Hace falta plantear una hoja de ruta del proyecto concreto que, sin reducir nuestra capacidad de govierno pero desde un diálogo deliberativo, defina claramente los propósitos de la participación de manera flexible, los momentos y las vías en que se va a producir. La participación debe estar bien planeada y gestionada.
La implicación conjunta durante el espacio de tiempo que ocupa el proyecto, favorecerá el aprendizaje mútuo sobre como colaborar y el sentimiento de seguridad en la toma de decisiones conjuntas. Para ello, deberemos establecer estructuras estables que aporten espacios en los que compartir conocimiento y recojer aportaciones. Debemos ir pensando en un soporte institucional para generar y mantener estos espacios. El objetivo es disponer de herramientas que faciliten la participación del paciente y estimulen el debate sobre la participación en la decisión y su implementación en investigación. Incorporar las prioridades y perspectivas de los pacientes, puede dar lugar a aumentar la eficacia y seguridad de nuevos tratamientos y el apoyo público a la investigación médica.
Conclusión
Aunque la evidencia no aporte suficientes áreas de buenas prácticas, podemos empezar a reflexionar sobre áreas de mejora en el diseño, realización y diseminación de proyectos de investigación y sus resultados.
La participación y el compromiso de las personas que participan a través de una colaboración inclusiva de todos los actores puede proporcionar información valiosa para la investigación sobre las experiencias de quienes viven con una enfermedad o condición de salud y se ven afectados por ella y generar relaciones productivas, garantizando que la investigación en salud aborde las necesidades de los pacientes.
La participación no se podrá hacer nunca efectiva sin una escucha activa que garantice incorporar los valores y preferencias de todos los actores, impulsándolo desde las propias instituciones para conseguir una institución madura y responsable con la ciudadanía.