Hace poco más de 20 años Galina Binat Vladislavovna, ginecóloga ucraniana, llegó a España, un país cuya cultura siempre le había atraído: “Comencé a estudiar español mientras realizaba mis estudios de Medicina en mi país”. Un máster en la Universidad Complutense le dio la oportunidad de llegar a Madrid, aunque lo que hizo que se mudara definitivamente fue el nivel de libertad que percibía: “Cuando llegué todo era nuevo para mí. Quedé totalmente impactada por el nivel de libertad y tantísima alegría que me parecía que había”.
Residente en Toledo, para Galina Binat, el 19 de febrero de este año será una fecha que jamás podrá borrar de su memoria, pues supuso para ella el comienzo de una nueva vida. Ese día viajó a Mariúpol, la ciudad en la que nació, creció, estudió Medicina y en la que residían sus padres y su hermana. Fue a cuidar a su padre, convaleciente de varias operaciones, y a su madre, que se encontraba con movilidad reducida.
Su aterrizaje en Mariúpol, el día 22 de febrero, no fue el esperado. Galina se encontró con un ambiente enrarecido y un clima de tensión, “como si estuviera a punto de ocurrir algo: los servicios básicos brillaban por su ausencia, los cajeros no funcionaban y resultaba imposible encontrar un taxi”. Ese mismo día, a las 5 de la madrugada una onda tremenda provocada por un estallido arrasó con todo lo que había a su alrededor: “Me golpeé contra una puerta y quedé inconsciente en el suelo”. Rusia había comenzado a bombardear Ucrania. Fue en este instante cuando la familia de Galina y sus vecinos decidieron refugiarse en un pequeño búnker frío y de difícil acceso: “Perdimos el suministro después de los primeros golpes. Nos quedamos sin agua, gas, calefacción y luz: nos quedamos sin nada. Yo disponía de una pequeña reserva de comida porque el día de antes me preocupé y fui a comprar soportando las aglomeraciones de personas en busca de recursos básicos”.
Obligados a refugiarse
La vida en el búnker “fue muy dura”, convivían en él unas 80 personas, donde cada familia tenía un compartimento de dos metros “yo tenía antibióticos, suero, insulina, pero necesitaba luz para ver y preparar el material, algunos vecinos tenían linternas, pero valían oro, como todo lo necesario para vivir”, cuenta Galina.
Ante esta situación, Galina se puso en contacto con la Embajada Española, solo quería salir de allí y poner a sus padres a salvo. Le dijeron que era muy complicado, pero al menos a su madre la pudo sacar del zulo, “tenía la esperanza de que por lo menos se salvara ella”. Allí dentro no había comunicación ni tenían noticias de ningún tipo, se estaba quedando sin suministro y su padre poco a poco iba empeorando. Esos fueron los motivos que llevaron a Galina a salir del búnker y cuando lo hizo pudo comprobar con sus propios ojos el horror de la guerra. “El piso en el que viví con mis padres estaba en llamas y no pude rescatar nada de lo que había dentro”.
Al ver que su padre iba a peor decidió acudir al hospital, pero le dijeron que ya estaba en manos de los rusos, “no es un hospital, es una fortaleza protegida donde tienes que ir con mucho cuidado”, le advirtieron. No tuvo otra opción y se presentó ante el director, “le supliqué que me dejara traer a mi padre para salvarlo y me ofrecí como médica ginecóloga para realizar cuidados”.
Sin embargo, el rayo de esperanza que Galina encontró en ese médico pronto se convirtió en una pesadilla, “me dijo que iba a ayudarme, pero luego entendí que era un farol”. Comenzó prestando sus servicios al hospital, con la esperanza de poder cumplir su plan de llevar a su padre, “trabajábamos en condiciones insalubres, sin apenas medicamentos…Me di cuenta de que los médicos no somos dioses si no tenemos los medios necesarios, solo uno o dos de cada 20 heridos se podía salvar”.
Un clima de desconfianza
Un mal día y bajo esa situación tan crítica, el director del hospital fue tras ella y la detuvo, “pensó que era una periodista española”. Estuvo 48 horas detenida y cuando se pudo escapar y fue de nuevo al búnker, vio que su padre ya había fallecido, “no pude estar junto a él e intentar buscar ayuda a la vez”.
Cuando volvió de nuevo al hospital a prestar su ayuda la detuvieron directamente, “me pusieron una inyección y cuando me despertaron vi que llevaba esposas y todos los medios para no poder hablar, me trasladaron al departamento de los delincuentes mayores, es decir, al de las torturas”.
Ahí comenzaron los interrogatorios, “el siguiente peor que el anterior”. En esos momentos, Galina les contó todo lo que querían saber sobre ella y a lo que había ido a Ucrania, pero no la creyeron y dejaron que enfermara en su celda. Desde ahí podía ver cómo torturaban a sus compañeras y podía imaginar lo que le esperaba después, “me pusieron lo que ellos llamaban un detector de mentiras con unas descargas tremendas, me inventé una historia para poder salir de ahí”. Aun así, seguían sin creerla y tomándola por una espía.
Al ver que su estancia en la cárcel podría demorarse en el tiempo, Galina empezó a hacer ejercicios mentales: “Estuve intentando calmarme, pensé en mis seres queridos, en los mejores momentos de mi vida, en mis padres, en Dios …”. Le sirvió para, al menos, hacer llevadero el dolor físico y mental que le hicieron pasar en aquel agujero. Galina pensaba que tenía pocas posibilidades de salvarse, pero de repente querían que se quedara ahí para ejercer como médico, al servicio de los rusos.
“De nuevo, no teníamos medicamentos y muchas personas no aguantaban, había muy poca humanidad hacia las presas”, narró Galina. Intentó hacer todo lo posible para salvarse y salvar a las personas que tenía a su alrededor, así lo hizo, e igual que entró en esa cárcel, para su sorpresa, un mes más tarde se vio en libertad sin previo aviso.
A raíz de ahí, se puso en contacto con su familia más cercana, en Donetsk, con la Embajada y con el Ministerio de Asuntos Exteriores. Primero, se recuperó de las torturas que sufrió durante su encarcelamiento y una semana después tuvo que realizar un viaje para poner todos sus papeles en regla. Tuvo que volver al Departamento donde fue torturada y, a pesar de sus miedos, se libró porque había un testigo. Mientras tanto, su hermana la puso en búsqueda, “estaban convencidos de que estaba muerta”.
Vuelta a casa
El 13 de mayo emprendió su viaje a España, “fue complicadísimo porque al menos tuvimos 25 puntos fronterizos. Cuando cogí el bus en territorio lituano besé el suelo como una señal de que estaba a salvo”. Los psicólogos al igual que todos los españoles que tuvieron contacto con Galina la trataron muy bien, “cuando mi mamá y mi hermana se enteraron de que estaba viva fue un momento muy feliz”.
Galina vivió en primera línea lo que es estar en las trincheras de la guerra, pero sacó fuerzas de donde pudo para ponerse al servicio de los demás, ayudando e intentando dar vida a quien se le cruzaba en su camino: “Fui por mis papás porque si no hacía algo por ellos no me lo iba a poder perdonar”.