Todo pareciera indicar que existe una apuesta todo o nada respecto a la evolución tecnológica y su ansiado correlato de avance social. Si esta tendencia se aplica a las tecnologías sanitarias y la mejora de la salud de las personas, podríamos decir que el escenario de prosperidad y deseada felicidad hubiera de multiplicarse casi de forma exponencial. Todos sabemos que es relativamente fácil poder perderse entre falacias, prejuicios, posverdades y, sobre todo, esa sensación tan humana de creer que en este convulso siglo XXI siempre habrá una solución para casi todo.

Llegados a un punto de exacerbadas expectativas, en mi opinión, merece la pena recordar la definición clásica de salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS), es decir, aquel estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. De manera muy sintética, podría decirse que hemos pasado por varias fases en la historia del concepto de salud. Entre algunas de ellas se encuentra el llamado reduccionismo biológico, en el que lo único que se tenía en cuenta para considerar si una persona estaba sana o no era su estado físico. Más tarde se pasó al dualismo, en el que cuerpo y mente (o alma) estaban presentes e interactuaban entre sí. Para finalmente llegar al modelo biopsicosocial que estableció la OMS en el siglo XX. Actualmente, sabemos que los tres niveles de salud interactúan entre sí y que esa influencia mutua puede afectar al estado de bienestar de la persona. El concepto de salud es mucho más complejo de explicar que el de enfermedad, puesto que las experiencias de salud son más intangibles y elusivas que las experiencias de enfermedad, lo que hace que las primeras sean mucho más difíciles de definir y conceptualizar.

En las últimas décadas, la definición de salud de la OMS se ha modificado y complementado cada vez más con la cuarta dimensión: la salud espiritual. Ello implica un sentido de plenitud y satisfacción con la propia vida, sistema de valores, autoconfianza y autoestima, autoconciencia y presencia, paz y tranquilidad con equilibrio emocional dinámico, moralidad y veracidad, desinterés, emociones positivas, compasión y voluntad de ayudar y apoyar a los demás, responsabilidad y contribución al bien común, así como del estrés social.

‘Estamos en riesgo de que la fascinación tecnológica empañe y desdibuje los valores inherentes al ser humano’

Y hete aquí que parece pertinente las siguientes preguntas (retóricas): ¿sigue estando vigente la definición de salud de la OMS?, o por el contrario ¿necesitamos una redefinición de la misma para que se adapte a los nuevos paradigmas sociales?  Por otro lado, también cabe hacerse la siguiente pregunta (no retórica): ¿somos conscientes los profesionales sanitarios de las implicaciones de la evolución del concepto salud? Contestando sucintamente a esto diré que los profesionales de la salud, así como también los representantes políticos, necesitamos saber qué es lo que las personas (y la sociedad) perciben como las cuestiones más importantes en relación con la salud; en particular lo que entienden por salud, y qué factores de su vida contribuyen a su concepción de salud. Este conocimiento es indispensable para conocer a las personas en sus diversos entornos de atención de la salud y, cómo no, para tratar los problemas de salud en todos los escenarios y ecosistemas.

En estos tiempos, nuestra sociedad avanza hacia una salud digital y otras tecnologías sanitarias avanzadas. Ello permite que diferentes perspectivas de salud coexistan y evolucionen dinámicamente en las diferentes formas de intercomunicación en línea. Las diferentes visiones y conceptualizaciones sobre la salud están presentes en el mundo real y el virtual al mismo tiempo, compitiendo por la atención de los usuarios, visitantes, ojeadores y creadores de contenido digital. Sin embargo, más allá de la multiplicidad del concepto particular de salud y, de todos los atributos que a lo largo de la historia han venido a formar parte del mismo, estamos en riesgo de que la fascinación tecnológica empañe y desdibuje los valores inherentes al ser humano. Recordémonos por lo tanto que el instrumento no es el fin en sí mismo, dicho de otro modo, no solo de tecnologías sanitarias vive el hombre.