La enfermedad de Alzhéimer es una de las patologías neurodegenerativas que más están creciendo en el mundo. Todavía no existen curas ni tratamientos eficaces en el mercado para esta dolencia irreversible. A lo que se añade que, en estos momentos, afecta a unos 50 millones de personas a nivel global y, de seguir así, esta cifra podría triplicarse en apenas 30 años, impulsada por el progresivo envejecimiento de la población y por el crecimiento de la esperanza de vida.

Se trata de una dolencia que afecta principalmente a personas de edades avanzadas, que padecen un deterioro cognitivo causado por una degeneración neuronal progresiva en varias regiones del cerebro. Es decir, provoca poco a poco tanto dependencia como incapacidad y, por tanto, una necesidad de recibir cuidados que va in crescendo hasta el fallecimiento del paciente. Todo ello supone un grave problema para el paciente y sus allegados, pero también a nivel socioeconómico, ya que genera un gasto conjunto que ya alcanza los 700.000 millones de euros en todo el mundo.

No obstante, existen investigaciones esperanzadoras en el campo de la terapia génica que podrían dar la vuelta a esta situación, mejorando así tanto la vida de los pacientes como de los cuidadores y familiares, que tienen que lidiar con una situación difícil y extenuante. No solo eso, en el entorno del enfermo hay que realizar importantes desembolsos económicos para adaptar su vivienda o solicitar los servicios de cuidadores profesionales, residencias o centros de día.

Por todo ello es tan importante que se siga investigando en este ámbito, y más concretamente en los procesos tempranos de la enfermedad. Es el caso concreto de Tetraneuron, que aborda la patología de una manera multifactorial utilizando esa terapia génica de la que antes hablábamos. El trabajo de nuestro equipo se ha enfocado en dar con una única diana terapéutica para abordar los distintos efectos del Alzhéimer de una forma holística. En concreto hemos puesto el foco en la molécula E2F4, una proteína con capacidad reguladora de la homeostasis cerebral que, en situaciones de estrés, se modifica químicamente, perdiendo esta función.

La alteración de esta homeostasis o equilibrio fisicoquímico cerebral termina provocando acúmulos de ciertas proteínas tanto en el interior como en el exterior de las neuronas, un signo patológico característico de la enfermedad de Alzheimer, aunque tardío. Por otra parte, dicha alteración afecta a otros procesos fisiológicos. Por ejemplo, incide en alteraciones funcionales como la del metabolismo de la glucosa, y activa mecanismos que provocan la proliferación celular, duplicando el material genético en las neuronas. También provoca la eliminación de conexiones funcionales entre las neuronas y está relacionada con la oxidación de las moléculas que componen el cerebro, así como con la exacerbación de los procesos inflamatorios en este órgano.

Según los resultados que hemos obtenido en nuestras investigaciones con modelos animales, la presencia en las neuronas de una forma de E2F4 incapaz de ser modificada químicamente, denominada E2F4DN, puede mantener la homeostasis cerebral y prevenir el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer. Por otra parte, usando el vector AAV-E2F4DN se ha demostrado que se puede revertir la patología mediante terapia génica. De hecho, creemos que este último tratamiento podría ser útil en el abordaje de otros procesos neurodegenerativos causados por alteraciones en la homeostasis neuronal, como el párkinson, así como el glaucoma y otras patologías asociadas al envejecimiento.

Ahora estamos preparados para empezar a probar nuestra diana terapéutica en pacientes reales. De hecho, si todo va bien y conseguimos nuevos apoyos, podremos empezar los ensayos clínicos en el año 2024, una fecha que parece lejana pero que no lo es tanto teniendo en cuenta los costosos procesos que son necesarios para poner en el mercado un tratamiento como éste. Hay que llevar a cabo multitud de estudios y pruebas que garanticen su seguridad y su eficacia, así que precipitarse no es una opción válida.

Encontrar una cura o, al menos, un tratamiento eficaz para hacer frente a la enfermedad de Alzhéimer desembocaría en una menor mortalidad y menores cifras de personas dependientes. Y, si atendemos a los muchos familiares que se hacen cargo de esta situación, también estaríamos hablando de una reducción de bajas laborales y una menor presión sobre el sistema sanitario (tanto la depresión y la ansiedad como las lesiones musculares son habituales entre los cuidadores de pacientes de Alzhéimer), lo que repercutiría en un aumento en la productividad y un ahorro en la factura sanitaria y farmacéutica del Estado.

En definitiva, nos aportaría un gran beneficio desde el punto de vista social y a nivel mundial, mejorando la calidad de vida de un buen porcentaje de la población. Por nuestra parte, estamos orgullosos de llevar a cabo esta investigación para estructurar al menos una parte del rompecabezas que supone el Alzhéimer y, de esta manera, ofrecer algo de esperanza a los millones de personas que lo padecen.

 

José Mª Frade López