En principio esta pregunta puede resultar capciosa al lector pues la “pandemia” no ha terminado y, por tanto, solo podemos calcular lo que nos ha costado hasta ahora y, en todo caso, hacer una previsión de lo que nos acabará costando cuando acabe, suponiendo, por ejemplo, que terminase en diciembre de 2021.
En este artículo vamos a hablar solamente de los costes sanitarios que conlleva la pandemia. Estos se pueden clasificar en los siguientes: los costes de seguimiento y control epidemiológico, es decir, del control de infectados, localización de las personas que estuvieron con ellos, etc. y el control de fronteras, y, en general, de los controles policiales; el coste del material, en su mayoría, importado por el Estado y las CCAA (guantes, equipos de protección, mascarillas, respiradores, etcétera), los costes de la Atención Primaria a los casos de COVID-19 (comunicaciones, atención y seguimiento telefónico, reformas de los centros de salud para discriminar áreas de limpio o sucio, etc.); los costes de las urgencias (atención presencial en urgencias, reformas áreas limpio/sucio, ambulancias, etc.); los costes de la Atención Hospitalaria, consultas y hospitalización. (reformas áreas limpio/sucio, coste diario de hospitalización y de los tratamientos terapéuticos, el coste de las estancias en UCI (reformas para aumentar camas de UCI, dotación tecnológica y coste diario estancia en UCI) y, finalmente, el coste de las defunciones. También hay que considerar los gastos de alojamiento en hoteles medicalizados para su aislamiento de personas contagiadas, convalecientes y personal sanitario. A esto hay que añadir una partida importante: los gastos de vacunación: compra de las vacunas, distribución y dispensación.
Pero, además, se han generado una serie de costes asistenciales futuros, de una importancia muy relevante al postergarse la asistencia sanitaria de enfermedades graves o con riego de agravarse de manera significativa, al dilatarse en el tiempo su atención médica.
Durante la pandemia, especialmente de la primera ola y las cumbres de la segunda y tercera ola, todo lo que no era COVID, quedó prácticamente paralizado. Por un lado, especialidades como oncología, cardiología, hematología, … vieron aliviada la presión asistencial y sus listas de espera, debido principalmente a la ausencia de derivaciones desde la colapsada Atención Primara, y de otras especialidades médicas como neumología, digestivo, … así como debido también al temor de los pacientes a acudir a las urgencias de los hospitales por miedo a contagiarse. La respuesta tras la pandemia va a consistir en un incremento notable de la demanda asistencial y la llegada de enfermos con importantes niveles de agravamiento de sus enfermedades. Esto va a suponer un importante aumento de la presión asistencial y, sobre todo, de los costes terapéuticos al tener que tratar estas enfermedades en estadios más avanzados.
La Atención Primaria falló debido a las siguientes razones: la más importante fue la dedicación de su personal a la realización del seguimiento epidemiológico, desatendiendo la asistencia sanitaria y colapsando las líneas telefónicas. Las líneas telefónicas eran insuficientes y las personas para atenderlas también. La atención a los pacientes se dificultó muchísimo tanto para los médicos como para los pacientes. Todo ello causó altas cotas de insatisfacción tanto de los pacientes como de los propios profesionales. En el caso de alguna comunidad autónoma que subcontrató con un call center el seguimiento de las llamadas por el COVID, los resultados fueron aún peores tanto desde el punto de vista de la satisfacción del paciente como en los resultados en salud. Todo ello conllevo a que la derivación de pacientes a los especialistas, según estos, fue prácticamente cero.
Así que podemos identificar los costes directos causados por la atención a los pacientes de COVID-19 y también el incremento de costes futuros por atender a los pacientes que la situación de la pandemia impidió. Para que nos demos cuenta de las dimensiones de las que estamos hablando, les recuerdo que España cuenta con una población 46,94 millones. Hasta el día en que escribo esto, el 16 de abril de 2021, el Ministerio de Sanidad nos proporciona estas cifras de la pandemia desde su declaración en marzo de 2020:
- Pruebas de PCR: 15 millones aproximadamente
- Personas a las que se hizo PCR positivo: 3.407.283
- Pruebas diagnósticas realizadas: 555.224
- Ingresos hospitalarios: 340.130
- Ingresos en UCI: 31.054
- Fallecidos: 76.981
La estancia media en hospitalización ha pasado desde los 12 días durante 2020 a los seis días actuales, lo que puede estimarse en una estancia media de unos diez días desde el inicio de la pandemia hasta ahora. Por otra parte, la estancia media en UCI también pasó de 25 días durante 2020 a 16 días ahora, lo que nos hace suponer unos 22 días de media desde el inicio de la pandemia.
El coste de un PCR fue desde 45 euros al inicio hasta 20 euros a final de 2020 elevándose desde 60 a 150 euros el coste en centros ajenos a los servicios públicos. En el sector privado el coste de las pruebas diagnósticas se situaba en PCR por exudado nasal 135€, prueba serológica de anticuerpos totales 70€ y prueba de antígenos con exudado nasal o faringe 60€.
El coste de día hospitalizado según el estudio reciente de Osakidetza se situaba en 966 euros y el de UCI en 1.713 euros, sin contar el coste de la medicación, que en algunos medicamentos ha sido muy elevado (por ejemplo, el coste de tratamiento con remdesivir, según Gilead, se sitúa en 2.000 euros).
La respuesta tras la pandemia va a consistir en un incremento notable de la demanda asistencial y la llegada de enfermos con importantes niveles de agravamiento de sus enfermedades
Teniendo en cuenta estas consideraciones, el coste estimado de la atención sanitaria: hospitalización, Atención Primaria, seguimiento epidemiológico, compra de materiales, dotación tecnológica, vacunación, etc., según mis estimaciones, el coste de la pandemia alcanzará más 15.000 millones de euros, pudiendo llegar a los 18.000 millones en función de cómo evolucione.
La actividad sanitaria habitual que no se desarrolló, habrá que realizarla, si no queremos que el sistema se deteriore más, que los resultados en salud sean cada vez peores y que las listas de espera crezcan exageradamente. Este coste ha de devolverse a la Sanidad para volver a la normalidad. Habrá que hacer no solo lo que no se hizo sino también tratar el agravamiento de las enfermedades como consecuencia derivada de lo que no se hizo. Pero también hay que tener en cuenta que habrá que atender las secuelas de la enfermedad, no solo físicas sino las psicológicas, neurológicas; las conocidas y las aún no conocidas por el largo plazo.
Sin embargo, el crecimiento de los presupuestos de Sanidad para 2021 en las CCAA aun siendo significativo, no será suficiente para resolver la situación. Esperemos que con la posibilidad que ofrecen los fondos europeos puedan completarse las necesidades de financiación de la Sanidad.
Quedan días duros para la Sanidad, tanto en lo que queda de pandemia como en la post pandemia; pero estoy seguro de este estrés la Sanidad saldrá fortalecida: será más eficiente, experta, más diligente, más justa y más efectiva. El sector de las Ciencias de la Salud cuenta con excelentes médicos, biólogos, farmacéuticos, veterinarios, bioingenieros y profesionales sanitarios con extraordinarios conocimientos que investigan, que desarrollan nuevas terapias y medicamentos y que practican una asistencia sanitaria de excelencia. Solo hay que proveerles de recursos suficientes y dejarlos trabajar. Pido a los gobernantes que no derrochen el dinero en políticas ideológicas, amiguismos y demás gastos improductivos y los dediquen a la ciencia y la investigación en salud, favoreciendo todos los proyectos emergentes para que puedan realizarse y llegar a la gente.
Ignacio Para Rodríguez-Santana