Cada vez son más pacientes los que quieren ser protagonistas de su propia salud, además de incrementar su participación en la toma de decisiones que les afecta, dentro del Sistema Nacional de Salud (SNS). Y no solo en temas directamente vinculados con su autocuidado, si no en ámbitos que implican, fundamentalmente, más calidad de vida a medio y largo plazo: investigación, evaluación de tecnologías sanitarias o el diseño de políticas sanitarias.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que el contexto actual de las nuevas tecnologías hace que, en muchos casos, el propio paciente se encuentre ante una encrucijada para poder participar como agente sanitario activo, pues es mucha y muy diversa la información relacionada con la salud que existe hoy en día, siendo, además, en muchas ocasiones, de gran complejidad para entender por determinados colectivos.
Es por ello que, dentro de nuestro SNS queda una asignatura pendiente si lo que se quiere es aprovechar esta riqueza participativa de un actor tan relevante como el paciente. Concretamente es la promoción e impulso de políticas de educación sanitaria, que dirijan hacia un empoderamiento real, tanto de los pacientes como de sus familiares. Es clave, por lo tanto, modificar las dinámicas de trabajo actuales que se llevan a cabo con los pacientes crónicos, orientándolas hacia una atención integral, proactiva, ajustada a sus individualidades y segura. Y es que, una información comprensible y que pueda ser compartida es esencial para que profesionales y pacientes puedan hablar en un mismo idioma y poner en marcha el modelo de decisiones compartidas, así como impulsar una participación real de los pacientes en el SNS, a través de entidades como las asociaciones de pacientes.
Un primero y prioritario paso sería la elaboración de materiales escritos, en general, que puedan ser asumibles por los pacientes. Y es que, no debemos olvidar que los pacientes crónicos, como son los que padecen diabetes, por ejemplo, deben tomar decisiones a diario y continuamente que afectan a su salud y de muy diverso calado: alimentación, actividad física, revisiones periódicas, consumo de bebidas, etcétera. Y en este objetivo, a través de poder tener bajo control una patología crónica, las personas necesitan materiales que les sean de utilidad.
De no conseguirse este aumento de formación sanitaria, a través de esta u otras herramientas educativas, llevaría a una importante carencia de comprensión de la información necesaria para tomar decisiones apropiadas en relación con la salud, por parte del paciente. Y esto, lógicamente, se halla relacionado con una baja adherencia a los tratamientos, un peor estado de la calidad de vida y una mortalidad más elevada, sobre todo en las personas de mayor edad.
De hecho, múltiples estudios ponen de manifiesto que las personas que cuentan con un grado bajo de formación sanitaria suelen tener dificultades en la interpretación de indicaciones en formato escrito, como recetas, informes médicos u otros materiales impresos relacionados con su salud y tratamiento. Además, obtienen peores resultados en salud en comparación con personas que presentan un nivel adecuado de comprensión o formación en salud, teniendo más riesgo de hospitalizaciones y una menor adherencia terapéutica.
Pero no debemos olvidar otro dato también muy relevante. Y es que, la información, por sí sola, no produce un cambio de hábitos de vida ni la comprensión en salud. Y aquí precisamente es donde entraría en juego la comunicación efectiva (y también afectiva) entre el profesional sanitario y el paciente, a través de la que poder consolidar la formación sanitaria e impulsar los cambios de vida, de manera progresiva y paulatina, pero al mismo tiempo de manera exitosa.
Por ello, la mejora de las habilidades comunicativas de los profesionales sanitarios, destacando sobre todo la empatía, también es fundamental hoy en día, en este nuevo modelo de un SNS comprometido con la formación sanitaria al paciente.