La guerra no es solo un espectáculo dantesco de explosiones ensordecedoras y metrópoli en ruinas. Es una plaga que se extiende más allá del campo de batalla, envenenando la vida cotidiana con un arma silenciosa pero letal: la enfermedad. En los países asolados por la barbarie, el acceso a la salud se convierte en un lujo inalcanzable. Hospitales derruidos por misiles se erigen como monumentos a la crueldad, y el personal sanitario, esos héroes anónimos, se ven obligados a ejercer su noble oficio bajo la constante amenaza de la violencia. Los medicamentos, vitales para combatir males comunes, se transforman en bienes tan escasos como la esperanza.
Y es en medio de esta desolación donde las enfermedades transmisibles, como el fantasma del cólera danzando por las calles sin agua potable, festejan un macabro banquete. El tifus, con su abrazo febril, encuentra terreno fértil en el hacinamiento forzoso de los refugios. La malaria, ese zumbido constante que roba el aliento, prolifera en aguas estancadas y entornos sin fumigación. La desnutrición, compañera inseparable del conflicto, debilita a la población, convirtiéndola en presa fácil de cualquier microbio oportunista.
Pero la guerra no solo castiga con enfermedades físicas. Su crueldad se ensaña también con la salud mental. El estrés postraumático, ese fantasma invisible que acecha a soldados y civiles por igual, deja tras de sí una estela de insomnio, ansiedad y depresión. Las mujeres y los niños, ya de por sí vulnerables, se ven especialmente castigados. Las niñas son víctimas de la violencia sexual, una tragedia que las expone a enfermedades de transmisión sexual como el VIH/SIDA.
Las consecuencias de la guerra sobre la salud pública son, además, de largo alcance. El sistema sanitario, diezmado por la violencia, tarda años en recuperarse. Una generación entera, marcada por la exposición a la guerra en su niñez, puede sufrir las secuelas físicas y mentales a lo largo de su vida.
La guerra no deja de ser una crisis humanitaria de dimensiones colosales. Es una plaga que deja tras de sí un rastro de muerte, enfermedades y un profundo deterioro social. La comunidad internacional debe actuar con urgencia, no solo para detener los conflictos armados sino también para garantizar el acceso a la atención médica en las zonas de guerra. Deben crearse corredores humanitarios para llevar medicinas y a personal sanitario cualificado.
‘La guerra no deja de ser una crisis humanitaria de dimensiones colosales. Es una plaga que deja tras de sí un rastro de muerte, enfermedades y un profundo deterioro social’
Necesitamos recordar que la guerra no solo arrebata vidas en el campo de batalla, sino que condena a la muerte a miles de personas por la simple falta de una aspirina, un antibiótico o un poco de agua limpia. La guerra es el enemigo de la salud pública, y luchar por la salud de las poblaciones afectadas por los conflictos es, en sí mismo, un acto de resistencia contra la barbarie.
La guerra en Ucrania:
Hospitales destruidos: Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 400 hospitales han sido dañados o destruidos desde el inicio de la guerra en Ucrania. Esto ha provocado una grave escasez de camas de hospital, suministros médicos y personal sanitario.
Enfermedades transmisibles: El hacinamiento en los refugios y la falta de agua potable y saneamiento han aumentado el riesgo de enfermedades transmisibles como el cólera, el tifus y la malaria.
Salud mental: Se estima que un tercio de la población ucraniana está sufriendo de problemas de salud mental como ansiedad, depresión y estrés postraumático.
Niños y mujeres: Las niñas y mujeres son especialmente vulnerables a la violencia sexual en el contexto de la guerra. Esto las expone a un mayor riesgo de enfermedades de transmisión sexual, incluyendo el VIH/SIDA.
La guerra en Gaza:
Crisis humanitaria: Desde octubre de 2023 más de 30,000 personas han muerto por la guerra en Gaza. De esta cifra, el 70% eran mujeres y niñas. Los bombardeos constantes han destruido el 75% de los edificios en Gaza.
Enfermedades: Gaza muere de sed y se expanden enfermedades como la hepatitis. Beben agua contaminada y afecta especialmente a los niños menos de cinco años, que sufren diarrea. Hay más de 150.000 casos notificados de infección en vías respiratorias.
La ofensiva contra Gaza continúa y evoluciona rápidamente, con lo que habrá que esperar para examinar los datos de esta catástrofe humanitaria de dimensiones colosales.
ONGs como OPEN ARMS hacen posible que la situación de malnutrición y sed incesante deje de ser tan elevada gracias a los esfuerzos y el espíritu tan noble que les caracteriza, abriendo un corredor humanitario marítimo ¡gracias de corazón!
La guerra en Yemen:
Crisis humanitaria: Yemen es considerada la peor crisis humanitaria del mundo. La guerra ha provocado una hambruna generalizada y un colapso del sistema sanitario.
Cólera: En 2017, Yemen experimentó el mayor brote de cólera de la historia moderna, con más de un millón de casos.
Desnutrición: Más de la mitad de la población de Yemen está desnutrida, lo que la hace más susceptible a las enfermedades.
Niños: Se estima que 2,3 millones de niños yemeníes sufren de desnutrición aguda grave.
La guerra en Siria:
Sistema sanitario devastado: La guerra en Siria ha devastado el sistema sanitario del país. Más de la mitad de los hospitales han sido dañados o destruidos.
Escasez de medicamentos: Hay una grave escasez de medicamentos esenciales en Siria, lo que dificulta el tratamiento de enfermedades comunes.
Refugiados: Millones de sirios han sido desplazados por la guerra, lo que ha dificultado el acceso a la atención médica.