Cuando hablamos de Inteligencia Artificial (IA) en la atención sanitaria, es fácil pensar en sistemas tecnológicos, algoritmos y modelos matemáticos que desempeñan muchas funciones de un modo más rápido y preciso de lo que pueden llegar a hacerlo las personas.
Planteado así, inevitablemente surgen preguntas: ¿cuál es el papel de los seres humanos en medio de tanta tecnología?, ¿podrá la inteligencia artificial llegar a equipararse a la inteligencia humana?, etc.
Entiendo y defiendo que no, porque en el fondo de este debate se encuentra lo más importante: las personas. Y, en definitiva, lo que realmente importa en el cuidado de la salud no es solo la eficiencia y la rapidez, sino la conexión humana, la empatía y la cercanía y confianza con el otro.
Esto nos lleva a incluir en este debate la perspectiva bioética, porque estas nuevas herramientas tienen su impacto, aunque no exclusivamente, en la atención a la salud de las personas y su necesidad de cuidados, y los desafíos éticos emergen conforme se desarrolla más y más la tecnología.
Desconocemos el verdadero potencial de los algoritmos y su capacidad para desempeñar tareas que hasta hace poco eran exclusivas de los seres humanos, de manera que no podemos olvidar que somos nosotros los responsables únicos y últimos de la implementación y uso de la tecnología y sus consecuencias.
La UNESCO, en su informe ‘Recomendación sobre la ética de la inteligencia artificial’ considera que los actores de la IA deben asumir la responsabilidad de la concepción y la aplicación de los sistemas de IA, por lo que es aconsejable realizar evaluaciones del impacto ético de estos sistemas a fin de anticipar las repercusiones, atenuar los riesgos, evitar las consecuencias perjudiciales, facilitar la participación de los ciudadanos y hacer frente a los desafíos sociales.
El objetivo de este organismo internacional es aspirar a una IA que apoye a la humanidad, por lo que considera que los valores humanos se deben situar en el centro de su desarrollo.
La IA como aliada, no como sustituta
El hecho de tener en cuenta los riesgos y las preocupaciones éticas no debe ser obstáculo para la innovación y el desarrollo de la IA y las repercusiones positivas que tengan en la población a la que cuidamos, sino más bien un aliciente para ofrecer nuevas oportunidades y fomentar la investigación y la innovación a esa población a la que atendemos.
Cuidar a alguien va mucho más allá de un diagnóstico o un tratamiento. Implica escuchar, acompañar, entender lo que en ocasiones no se dice con palabras. Por esto, la IA no puede reemplazar la seguridad que nace de una presencia atenta y respetuosa o el bienestar que aporta una escucha activa y sincera. Pero sí puede ayudarnos a tener más tiempo y energía y a cuidar más y mejor a nuestros pacientes.
Tecnología al servicio de las personas
Imaginemos un hospital donde la IA no solo agiliza procesos, sino que también hace que la experiencia del paciente sea más humana. Un chatbot que responde dudas sin reemplazar la conversación con un profesional; un sistema de reconocimiento de voz que permite escribir historias clínicas sin dejar de mirar al paciente, o algoritmos que sugieren respuestas y tratamientos pero que siempre necesitan la validación de un profesional.
Así es como la tecnología puede ayudarnos en el ejercicio de brindar unos cuidados personalizados y adaptados a cada individuo.
Pero este equilibrio no ocurre solo. Hace falta que centros sanitarios, empresas tecnológicas y profesionales de la salud trabajen juntos para que las soluciones que se creen no solo sean eficientes, sino también humanistas y orientadas al paciente.
La IA, siempre, debe estar al servicio de los profesionales sanitarios, no al revés, y debe servir para facilitar un trato cercano y conseguir el bienestar de las personas.
Pero a veces resulta difícil, sobre todo en una sociedad en la que todo es cambio y, muchas veces, las decisiones se toman basadas en la tecnología. Y para evitar, -o al menos minimizar- que estas herramientas cobren mayor protagonismo en la asistencia sanitaria, la bioética debe aportar el contexto que guíe el desarrollo de esta tecnología y contribuya a que, como profesionales de la salud, sigamos priorizando la humanización de la atención.
El futuro de la sanidad no es elegir entre tecnología y humanidad. El futuro que queremos será aquel donde la tecnología y la empatía vayan de la mano, que consiga que la atención sea más eficaz y, sobre todo, más cercana, pudiendo incluso conseguir que ese contacto sea más auténtico y significativo.
La humanización de la salud y la inteligencia artificial no deben ser dos conceptos opuestos. Más bien, la IA bien utilizada puede ser la respuesta para devolver a los profesionales el tiempo que necesitan para estar con sus pacientes. El objetivo está en no perder de vista que la salud no trata solo de datos, sino de personas que sienten, que necesitan ser escuchadas y tratadas con respeto y cercanía.
El avance tecnológico no se puede frenar -es un hecho- y va a hacer que adaptemos nuestras actitudes, habilidades y cultura. Además, tenemos que asegurarnos de que cada paso que demos en el desarrollo de la IA nos acerque más a una atención sanitaria de calidad, digna y centrada en quienes realmente importan: las personas.
La tecnología debe ser una herramienta que amplifique nuestra capacidad de cuidar, no que la reemplace. Porque cuidar, asistir y acompañar no está reñido con innovar, desarrollar y transformar. Las enfermeras lo venimos demostrando a lo largo de la historia, incorporando esta visión en nuestra práctica diaria tanto asistencial, como docente, gestora e investigadora.
El verdadero progreso en la sanidad no solo se medirá en términos de eficiencia, sino en la capacidad de ofrecer una atención más digna, personalizada y centrada en las personas. Porque, en última instancia, la mejor tecnología será siempre aquella que nos permita cuidar mejor.
Mar Rocha Martínez, Tesorera del Colegio Oficial de Enfermería de Madrid