Inevitablemente, vivimos rodeados por radioactividad. Desde que nos levantamos hasta que nos vamos a la cama, incluso estando dormidos nuestro cuerpo no se encuentra liberado de dichas radiaciones, es prácticamente misión imposible huir de ellas.
De hecho, las radiaciones conviven con nosotros, en hospitales, en industrias, en ciertos gases que emanan de la tierra, las radiaciones de las estrellas y muy especialmente las del Sol… Como dato curioso, se estima que en el periodo de un mes recibimos de media una dosis de 0,3 milisieverts (mSV). Las fuentes de estas radiaciones pueden deberse a causas naturales, a las que se les atribuye un 80 por ciento de nuestra exposición, o artificiales, en torno al 20 por ciento restante, las cuales son utilizadas principalmente con fines diagnósticos o terapéuticos.
El cuerpo humano no padece prácticamente ninguna afectación directa en la salud por radiación hasta los 1.000 mSV
La radiactividad se conoce como la desintegración espontánea de los átomos cuya energía excedente emitida es una forma de radiación ionizante en forma de ondas electromagnéticas. Es importante distinguir entre radiación no ionizante (ondas de radio, televisión o microondas) y radiación ionizante (rayos gamma o rayos X).
Disponemos de varios parámetros para valorar el riesgo que supone para nuestra salud una radiación, las dos principales serían: la dosis y el tiempo de exposición a la misma. A mayor dosis mayor probabilidad de desarrollar alguna enfermedad o incluso llegar a la muerte a consecuencia de la radiación. De igual modo que una exposición baja aumenta las probabilidades de que a las células les dé tiempo reparar los daños producidos, si dicha exposición se prolonga durante un largo período, aunque sea de poca intensidad también conlleva importantes riesgos para la salud, ya que enfermedades como el cáncer o la leucemia -inducidos por el daño en el ADN con mutaciones celulares- pueden tardar años o incluso décadas en aparecer.
En la mayor parte de los casos, el desarrollo de algunas enfermedades son de origen desconocido y no se puede afirmar a ciencia cierta si ha sido fruto de un motivo en concreto, por el que se produjo o por acúmulo de varias causas fortuitas.
Por regla general, el cuerpo humano tolera mejor dosis bajas repartidas en el tiempo que una dosis alta en un momento puntual, pues las estrategias celulares para reparar el daño en este último caso se ven desbordadas y pueden provocar importantes cambios en nuestro cuerpo de manera irreversible. Existen grupos de riesgo con mayor sensibilidad a menor dosis puesto que su organismo celular se renueva muy rápidamente y si alguna célula se vuelve cancerosa, el tumor se desarrolla con más celeridad. Nos referimos a niños y mujeres en periodo de gestación.
Normalmente, el cuerpo humano no padece prácticamente ninguna afectación directa en la salud por radiación hasta los 1.000 mSV. Cuando nos hacemos, algo tan común como una radiografía torácica, estamos recibiendo una radiación media de 0,1 mSv.
Una vez que se traspasa el umbral de dosis mínimo que pueden tolerar los tejidos vivos, empiezan a aparecer con toda certeza los denominados efectos deterministas, como por ejemplo quemaduras en la piel, pérdida de cabello o trastornos en la fertilidad, entre otros. Esta dosis es generalmente utilizada en tratamientos médicos agresivos como la radioterapia.
El impacto de las radiaciones en nuestro cuerpo no afecta por igual a todos los órganos o tejidos, por tanto, aquellos en los que las células se encuentran multiplicándose de forma muy acelerada y activa se consideran con un grado más alto de vulnerabilidad.
Por esa razón, la médula ósea, el aparato digestivo y los aparatos reproductores masculinos y femeninos se pueden encontrar seriamente afectados llegando a manifestarse mediante hemorragias, infecciones, anemias, náuseas o esterilidad.
En la actualidad, uno de los campos en los que más recursos se están invirtiendo es en la protección radiológica, disciplina indispensable encargada de proteger a las personas y al medio ambiente de los efectos de las radiaciones ionizantes. Se han elaborado programas cuya finalidad es preservar a los pacientes, trabajadores y a la población en general contra los riesgos para la salud con una exposición planificada, con la puesta en marcha de actividades relacionadas con la evaluación, la gestión y la comunicación de los riesgos. Apostando siempre por una prevención primaria que nos evite en la medida de lo posible futuros problemas de salud.