Era un día cualquiera cuando mis dedos, en su danza habitual sobre mi pecho durante la ducha, se encontraron con un intruso: un pequeño nódulo, apenas perceptible al tacto. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y una ola de preguntas invadió mi mente. ¿Qué era aquello? ¿Sería algo grave? La incertidumbre se apoderó de mí.
Con el corazón encogido, llamé a mi médico de cabecera. La cita llegó dos semanas después, una eternidad en la que mi mente se debatía entre el optimismo y el terror. En la consulta, la doctora me examinó con detenimiento y me derivó a la unidad de mama del hospital público. La ecografía y la mamografía confirmaron mis peores presagios: había una lesión sospechosa.
La espera para la biopsia fue una agonía. Cada minuto se convertía en una eternidad, cada tic-tac del reloj un martillazo. Finalmente, llegó el día de la prueba. La punción fue rápida, pero la espera por el resultado se antojaba interminable. Dos días después, la llamada que jamás olvidaré: era cáncer.
El mundo se desmoronó a mi alrededor. Lágrimas incontenibles surcaron mi rostro mientras mil preguntas sin respuesta martilleaban mi mente. ¿Y ahora qué? ¿Cómo seguir adelante? Un torbellino de emociones me invadió: miedo, incertidumbre, rabia, tristeza.
Sin embargo, en medio de la tormenta, una luz se encendió: la esperanza. La lucha contra el cáncer había comenzado. Un equipo de profesionales dedicados me acompañó en cada paso del camino: cirujanos, oncólogos, psicólogos…. Cada uno de ellos, una pieza fundamental en mi lucha por la supervivencia.
‘La sanidad no es solo una cuestión de curar enfermedades, sino también de cuidar personas’
La cirugía fue larga y compleja, pero exitosa. Luego vino la quimioterapia, una etapa dura y agotadora, donde mi cuerpo y mi mente se vieron empujados al límite.
Las radiaciones marcaron el final del tratamiento activo. Un nuevo capítulo se abría ante mí: el de la vigilancia y el control. Cada revisión médica era una montaña rusa de emociones, pero poco a poco la esperanza iba ganando terreno al miedo.
En este largo camino, he aprendido que el cáncer no solo es una enfermedad física, sino también una batalla emocional. Es una prueba de fortaleza, una lucha contra el miedo y la incertidumbre. He descubierto la importancia del apoyo de los seres queridos y la fuerza que reside en el interior de cada ser humano.
Hoy, puedo decir que he vencido la batalla. El nódulo que un día sembró el terror en mi pecho se ha convertido en un recordatorio de mi fuerza y resiliencia. Soy una superviviente.
La sanidad no es solo una cuestión de curar enfermedades, sino también de cuidar personas. Es un acto de amor, de compasión y de compromiso con el bienestar del otro. Pero este viaje no ha sido solo mío. Es un viaje que he compartido con miles de personas que, como yo, han enfrentado al cáncer. Es un viaje que me ha permitido conocer el corazón de la sanidad, un corazón que late al ritmo de la esperanza, la solidaridad y la entrega.
He visto cómo profesionales de la salud, movidos por una vocación inquebrantable, dedican su tiempo y talento a cuidar a los demás. He visto cómo la investigación científica abre nuevas puertas en la lucha contra la enfermedad. (Vivencia de una paciente real*).
Tiempos de espera en la sanidad pública. *
Cita con el médico de cabecera: aproximadamente 2 semanas.
Ecografía mamaria: entre 1 y 2 meses.
Mamografía: entre 1 y 2 meses.
Biopsia: entre 2 y 3 semanas.
Primera consulta con el oncólogo: entre 1 y 2 meses.
Cirugía: el tiempo de espera varía según la complejidad de la intervención, pero suele ser de entre 1 y 3 meses.
Quimioterapia: las sesiones de quimioterapia se administran cada 21 o 28 días.
Radioterapia: las sesiones de radioterapia se administran diariamente durante 5 semanas.
Los tiempos son un promedio según agendas médicas de varios hospitales públicos.
Optimizar la gestión de citas en la sanidad pública de Madrid no se trata de soluciones aisladas, sino de crear un ecosistema armónico donde la tecnología, los procesos y las personas se integren en una danza fluida y eficiente. El servicio de admisión, cual metrónomo de la sanidad pública, marca el ritmo constante. Su labor, crucial para la fluidez del sistema, debe ser fortalecida y optimizada. La dotación de personal suficiente y adecuadamente formado, capaz de gestionar las citas con eficiencia y empatía, es esencial para que el ritmo no decaiga.
La comunicación fluida entre los diferentes actores, el intercambio de información en tiempo real y la adopción de una cultura de mejora continua son elementos esenciales para que este ecosistema funcione en perfecta sincronía.
El objetivo final de esta optimización no es solo la eficiencia, sino la satisfacción. La satisfacción del paciente, que acude a la sanidad pública buscando alivio y encuentra un proceso fluido, amable y respetuoso. La satisfacción del personal sanitario, que puede dedicar su tiempo y talento a lo que realmente importa: la atención médica.
Que la sanidad pública y todo lo que ella contiene, siga dándonos vida, esperanza. Que muestre nuestro lado más humano y la persistencia de querer un mundo mejor cuidando a nuestros pacientes y sintiendo el latido del trabajo convertido en pasión en el corazón del sanitario.