Andamos a vueltas con la politización de la Sanidad especialmente en este año 2023 que podríamos considerarlo como año eminentemente electoral y donde la política va a tener mucho que decir y mucho de qué hablar. Programas electorales, consignas, eslóganes, críticas, diatribas y promesas van a discurrir por los diferentes medios de comunicación, actos y eventos y por lo tanto en los diferentes mentideros en los que se reúne la gente para conversar.
Habitualmente la Sanidad no ha sido el nudo gordiano sobre el que fijar la estrategia dialéctica de los diferentes partidos políticos a lo largo de la historia de las diferentes campañas hasta ahora desarrolladas, es más, en los debates televisados escasamente encontraba un hueco, la razón, quizás porque “la Sanidad no da votos, en todo caso los quita” como dijo un político reconocido hace tiempo.
En este sentido, las tornas han cambiado, llevamos meses, yo diría que años, todos los que la pandemia nos ha acompañado y nos sigue acompañando, en que los temas de salud y Sanidad han copado portadas y abierto informativos, tal es así que, la ruptura de las costuras de nuestro sistema, especialmente en lo que denominamos “su puerta de entrada”, la atención primaria, se ha convertido en protagonista de titulares e informaciones por su situación y perspectivas poco halagüeñas.
Este panorama de incertidumbre acerca de lo que va a pasar y lo que puede suceder con la sanidad pública es el sustrato perfecto para que unos y otros hagan todo tipo de vaticinios y elucubraciones, probablemente acertadas o no, de lo que puede llegar a ser y ocurrir.
Este panorama con talante de protagonismo, reflejo de la situación de preocupación social en aquello que más nos importa, que es la salud, como no puede ser de otra forma, es oportuno siempre y cuando se acepte la situación de insuficiencia, inadecuación a las necesidades de la población, ineficiencias y problemas de gobernanza y de gestión que afectan a nuestro Sistema Nacional de Salud; un sistema que es de todos, puesto que todos lo sufragamos y mantenemos con nuestros impuestos.
Pareciera a veces que la sanidad de titularidad pública compete a unos cuantos, cuando todos estamos interesados en que España siga disponiendo un sistema de titularidad pública fuerte, robusto, competitivo, de largo recorrido junto a un modelo de complementariedad privado de tal forma que ambos, de forma sinérgica, lideren los profundos cambios ocurridos en la medicina, traídos de la mano de la ciencia y de una realidad sociodemográfica en constante evolución que afrontan una realidad ciertamente cambiante.
Prever es el principal talento de quienes han de gestionar, y después, disponer de la capacidad y las capacidades para interponer medidas sustentadas en una planificación estratégica que sea capaz de abordar y dar cumplimiento a las necesidades que, en cualquier materia, en este caso en el territorio de la salud y la sanidad, se pueden ir produciendo.
La historia suele ser cicatera y quien no la conoce en profundidad dicen que está condenado a repetirla, ahí quedan tanto el Informe Abril como otros tantos realizados por grandes expertos apuntando a una situación que sin pandemia ya era al menos preocupante, una serie de estudios y análisis bien elaborados, pero que van quedando en el denominado “sueño de los justos”. Las consecuencias las sabemos todos y las sufrimos cada uno de nosotros en forma de problemas de acceso, de equidad, de cohesión interterritorial, de financiación, de universalidad, etc…, como podemos apreciar, tocantes a todos y cada uno de los principios que inspiraron la Ley General de Sanidad hace ya cerca de 40 años, desde el año 86 del siglo pasado. Una Ley que hoy en día precisaría ser revisada y adaptado su articulado a la realidad que tenemos todos patente y que de alguna forma sufrimos. Lo mismo podríamos decir de otras normativas alícuotas a esta que precisarían cuando menos de un análisis y adaptación en mayor o menor profundidad.
La medicina, y por lo tanto los sistemas sanitarios, están en constante proceso de evolución y cambio y lo que ayer o antes de ayer era válido hoy ya no lo es tanto o directamente ya no lo es. En este sentido, los modelos sobre los que se asienta el desarrollo de los sistemas sanitarios en Europa, Beveridge y Bismarck, según el país de que se trate, fueron concebidos para un momento y una época que nada tienen que ver con la actual y quizás, por ello, sería más que interesante una revisión en profundidad de la conveniencia de los mismos en un momento en que por ejemplo la evolución y revolución tecnológica digital con todo su cortejo de herramientas y posibles nos desborda ya a todos.
Desde tiempo atrás se viene propugnando desde un lado y otro del entramado político y social un pacto por la sanidad y la innovación, pactos que no terminan de llegar en plenitud, pero que sin embargo serían absolutamente imprescindibles si queremos afrontar no solo el futuro, sino también el presente con garantías de éxito y por lo tanto de salir airosos de este complejo envite.
Llegados a este punto me planteo de nuevo la duda de si a pesar de que la Sanidad es un tema de la máxima prioridad para todos y teniendo en cuenta “todo lo que está cayendo” en el panorama social respecto de este asunto, no estaremos ante un escenario en el que el entorno sanitario termine por ser una especie de “commodity”, un arma arrojadiza para periodos electorales con la aviesa intención de tratar de derrotar al contrario en las urnas y luego como dice el refrán “si te he visto no me acuerdo” y hasta la próxima.
Si esta premisa fuera cierta o tuviera posibilidades de verosimilitud, estaríamos ante una situación muy preocupante puesto que los problemas no por ignorarlos dejan de ser problemas, más bien al contrario, terminan por enquistarse y agravarse con el tiempo, arrollando a quien o quienes deciden tomar la estrategia del avestruz, es decir, meter la cabeza en la tierra presumiendo que la estrategia del “laissed faire”, es decir, dejar transcurrir el tiempo esperando que su propio paso termine por solucionarlos o difuminarlos, un condicionante que sin duda ha dado al traste a lo largo de la historia con todo aquello que los propició.
‘Prever es el principal talento de quienes han de gestionar’
Inauguramos el segundo semestre de este año la presidencia de la Unión Europea, una oportunidad extraordinaria para poder abordar este problema y tratar de embridarlo, pero desgraciadamente no creo que sea una prioridad para este periodo de presidencia el tratar de abordar en profundidad, con capacidad analítica y ejecutiva el hecho de que Europa y por lo tanto sus países miembro, los veintisiete actualmente, lideren algo que es de capital importancia como es la salud y la gestión sanitaria que la rige.
Todos estamos viendo como Europa está en la tesitura de liderar todas aquellas estrategias e iniciativas que apunten hacia la sostenibilidad del planeta mediante diferentes iniciativas que apunten y estén en relación directa con el entorno medioambiental, social, financiero y por supuesto de gobernanza, y sin embargo, se habla poco de un tema que es de capital importancia, el de la salud y la gestión sanitaria más oportuna y adecuada para perseverar y preservar aquello que es determinante, la salud que, tal y como pudimos ver a lo largo de los momentos más candentes de la pandemia, no solo determina la economía sino la estabilidad de los gobiernos, tal es así que se acuñó el silogismo de que “sin salud no hay economía y sin economía no hay salud”… y tampoco gobierno que lo resista, añado; un aforismo que todos hemos podido apreciar, que encierra una gran verdad, y prueba de ello es la iniciativa “One Health” que la Unión Europea (UE) ha puesto en marcha advirtiendo que de cara a la salud todo termina estando interrelacionado y lo que afecta al medioambiente, al ecosistema o a los aspectos de desarrollo sostenible y responsable termina haciendo mella en la salud y por lo tanto en la demanda de asistencia sanitaria.
Junto a este reto impulsado desde Europa tenemos un coaligado extremadamente importante desde un punto de vista global, es la iniciativa “Agenda 2030” asentada en la consecución de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en este caso capitaneada e impulsada, al igual que el Pacto Mundial, desde Naciones Unidas (ONU), una iniciativa y un Pacto que tienen sus orígenes, expectativas y visión en el momento en que se promulgaron, un espacio-tiempo en el que cuando se lanzaron los ODS, la fecha del 2030 parecía lejana, pero que a día de hoy se ve muy próxima. Desafortunadamente se presume que, a pesar de la implicación y concienciación, al menos por parte de algunos, todavía quedan muchas cosas por hacer y sin lugar a dudas van a tener que o bien tener una prórroga o bien dotarles de continuidad por medio de otra u otras iniciativas.
En este contexto internacional podemos revalidar aquello que ya el banco mundial Goldman Sachs hizo hace unos años con sus predicciones en relación con el cambio de polaridad que se viene produciendo en el mundo, el switch que se está generando entre el occidente rico y el oriente emergente. Este hecho lleva consigo una realidad que no deja de ser cuando menos preocupante para países como el nuestro, en el sentido de que dejemos de pertenecer en los próximos años al club de los 20 países más desarrollados en términos de aportación de riqueza (PIB) y valor añadido al planeta (puesto 21 en el año 2050).
China, el sudeste asiático y otras regiones y territorios emergentes con diferencias culturales más que evidentes pueden dar el sorpaso a economías como la nuestra y este hecho, que no es baladí en absoluto puede determinar cambios más que evidentes en las generaciones presentes y futuras.
Sin ánimo de profundizar en esta breve reflexión sobre este aspecto, sí que es importante, al menos en mi modesta opinión, que entre tanto esto termina por ocurrir o no, sería bueno profundizar en aspectos que nos puedan hacer diferenciales y determinantes de alguna forma, y de entre ellos, la salud, su abordaje y gestión, la gestión ética y socialmente responsable exigible en cualquier aspecto, así como la evolución cultural asimilable a dichos contextos de actuación es fundamental si es que queremos que nuestro país y los demás socios de la Unión Europea puedan hacer prevalecer aquello que hasta el momento nos ha hecho ser referentes en cuanto a modelos de vida, modus operandi y estructura social.
Un último aspecto sobre el que me gustaría incidir en este contexto es el de la apuesta decidida por la innovación y la I+D más disruptiva en todos los ámbitos y especialmente de la mano de la evolución rampante digital. Es evidente que vivimos momentos de cambio industrial, político, económico y social y bajo estas premisas y contextos nuestra forma de entender la vida y proyectarla hacia los demás ha de venir sin duda estrechamente ligada al binomio humanismo y tecnología, una combinación de nuestra esencia como parte esencial del mundo, como continente, y de nuestra ansia y compromiso por continuar proyectando nuestra realidad diferencial hacia el resto teniendo muy en cuenta los enormes beneficios de la aportación tecnológica.
Solo proyectando nuestra realidad acumulada a lo largo de los años de nuestra historia y haciendo un buen maridaje con las tendencias que ya vislumbramos en cuanto al futuro es como podremos atesorar el salvoconducto que como sociedad precisamos para proyectarnos hacia lo que está por venir, quizás lo mejor, impulsándonos ya desde el presente y asentando uno de sus principales ejes en la solidaridad en todos los ámbitos y contextos, pero especialmente en el de la salud y la sanidad, que son y seguirán siendo lo más importante en nuestras vidas una vez que, sin “salud para todos” como reza el eslogan de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la conmemoración de su 75 aniversario y en el día mundial que cada año se celebra el 7 de abril es difícil que todos tengamos un futuro y un presente que mostrar y hacer protagonistas a las generaciones futuras mediante un buen legado de sostenibilidad sobre el que puedan generar la arquitectura de ese nuevo mundo que está por diseñar y venir.