La pregunta es inquietante: ¿cuánto vale un instante de una vida? Ahondar en ello nos induce a pensar en algo que es consustancial, la muerte, y es verdad, si ponemos un límite a la existencia, ese instante puede significar una vida entera por diferentes motivos, por su intensidad, por su importancia, por su significado, por una infinidad de motivos, cada cual el suyo.
Es común y aceptado hablar de esperanza de vida y parece como si este fuera el objetivo fundamental, añadir años a la vida, pero un instante impregnado de contenido conlleva un plus muy especial. Sumar o aplicar vida a los años debería ser el objetivo clave porque, sin duda, se aproxima mucho más al concepto de felicidad, es como un ingrediente básico de aquellos que saben saborear el presente que es de lo único de lo que podemos considerarnos dueños y señores.
Nuestra cultura occidental nos enmarca e imprime la importancia de adquirir una larga y prolongada longevidad y para ello, somos impactados constantemente por infinidad de consejos, recomendaciones, planes de actuación, tutoriales y un sinfín de remedios y recetas para alcanzar ese gran deseo de la humanidad que no es otro que el de la eterna juventud y la inmortalidad si llegara el caso.
De hecho, la medicina, en su vertiente curativa, se encarga de tratar o atajar cualquier dolencia que nos pueda afectar desde el punto de vista somático y desde el punto de vista psíquico, aunque todavía existe un cierto recelo social y cultural respecto a la salud mental y así nos va, asistimos a una epidemia en el mundo cuyo epicentro son las patologías de orden psíquico de elevada prevalencia.
Llegados a este punto, y sin dejar atrás los grandes esfuerzos que la medicina realiza en todo lo relativo a la medicina preventiva y predictiva, me gustaría romper una lanza y reivindicar la importancia de ese instante vital único que cada persona vivimos en cada momento de nuestra vida, instante que debería ser preservado y cuidado con especial esmero, por supuesto, por cada cual, pero también por quienes nos ayudan a gestionar nuestra propia salud y por quienes establecen medidas en las que la vertiente económica tiene mucho que ver, decir y decidir.
Los dilemas son múltiples y variados en nuestros días y en biomedicina más si cabe. Alrededor de la pregunta inicial fluyen un sinfín de datos estadísticos que, ayudan a tomar decisiones que a su vez impactan en el acceso a los servicios sanitarios, en la equidad, en la igualdad de oportunidades, en tantos y tantos derechos que ampara la Ley y que en tantas ocasiones quedan superados por una realidad distinta a la que los originó.
Un instante de una vida es impagable, inabordable, porque además de ser irrepetible, no se puede revertir ni recuperar. Por ejemplo, tomar una decisión, no tomarla o la demora respecto de un nuevo tratamiento o de una nueva tecnología frente a cualquier enfermedad afecta directamente a millones de instantes en la vida de millones de personas, de pacientes y de sus familias: ¿Quién puede sustraerse a acercar el mejor remedio, sin cortapisas, a quienes lo necesitan con la máxima diligencia? Nadie, y la burocracia, la insuficiencia de recursos o cualquier otra circunstancia no pueden ser excusa. Tiempo que se pierde, tiempo que no se recupera dice el dicho popular, porque este queda medido e impreso en instantes de vidas que necesitan ser atendidas y entendidas con la máxima urgencia.
‘Un instante de una vida es impagable, inabordable, porque además de ser irrepetible, no se puede revertir ni recuperar’
Mis padres fallecieron coincidiendo en el tiempo con la reciente pandemia por coronavirus, no por la infección en sí, sino como causa de la situación sobrepasada en la que se encontraba el sistema. No es motivo de esta reflexión profundizar en ello, pero sí que me sirve como botón de muestra para poner un ejemplo de todos los instantes que ellos perdieron porque su vida se cercenó de repente, momentos fundidos con aquellos que nosotros, sus seres queridos, dolimos por su partida, y como nuestro caso el de millones de personas. ¿Se podría haber hecho más? Quizás, ¿se podría haber hecho mejor? No lo sé, lo que no tendría excusa alguna es que no hubiéramos aprendido lo suficiente de aquella terrible situación pandémica, teniendo la sensación personal de que si volviera a suceder un problema parecido estaríamos muy próximos a la casilla de salida.
Esta realidad personal sirva como denominador en común de esta reflexión, la sanidad es mucho más que el puro hecho asistencial, es que quien ha de establecer las normas del juego de esta partida tan sensible que afecta a la salud, y quienes las han de administrar e implementar lo hagan con la conciencia de que sus decisiones y acciones afectarán a una infinidad de instantes de un número indeterminado de personas, de pacientes y de sus familias.
Medimos nuestra existencia no solo por el tiempo, sino muy especialmente por la calidad de cada momento, de cada instante vivido. La obligación de quien decide dedicarse al encomiable menester de cuidar y curar, de quien asume la responsabilidad de dotar de los medios mejores y suficientes en tiempo y a tiempo, así como de quien ha de aplicarlos mediante su adecuada gestión es ponerse siempre en la situación de los demás. Pensar siempre en el sufrimiento del paciente y su entorno debe ser el fiel de la balanza, la aguja que marque el norte y el sentido de cada actuación y de cada decisión en el ámbito de responsabilidad que sea.
Reconocer a las personas en general y a los pacientes en particular como protagonistas del sistema y potenciar la colaboración público-privada a todos los niveles, de tal forma que se utilicen todos los recursos disponibles es un camino hacia una asistencia sanitaria y social más efectiva y centrada, tanto en las necesidades individuales como en las colectivas. La colaboración entre el sector público y el privado en el ámbito sanitario y social es mucho más que una simple cooperación; es una sinergia de carácter estratégico que busca abordar con éxito los desafíos y retos del presente y del futuro de una forma integrada.
En conclusión, una visión innovadora centrada de verdad en el paciente no solo rediseña su experiencia, sino que también desencadena una revolución en los resultados sanitarios, forjando sistemas de salud más resilientes ante los enormes desafíos que se ciernen sobre ellos. El futuro de la asistencia médica se presenta como una sinfonía colaborativa, donde cada nota resuena en la personalización y se erige en un tributo a la condición universal del ser humano: ser paciente. En la preservación de cada instante de nuestras vidas, reconocemos que todos lo somos o lo seremos, una verdad que nos conecta con nuestra vulnerabilidad y con la valiosa búsqueda de una atención centrada en la humanidad que todos compartimos.