El término resiliencia, como es bien sabido, se refiere en las personas a la capacidad de adaptación ante un estado o situación adversa. Aunque se habla de resiliencia en la literatura científica desde hace medio siglo, ha sido en la última década cuando más se ha incrementado el estudio de este concepto. En los últimos tiempos, se ha utilizado en diferentes esferas de la sociedad, para hablar de cómo, tanto a nivel individual, como a nivel de diferentes colectivos o grupos de población, se hace frente a las crisis para seguir adelante.
Pero ¿qué caracteriza a la persona resiliente?, ¿cómo se produce esta adaptación del individuo ante las situaciones adversas que le ocurren? Al parecer, existen ciertos factores de riesgo biológicos, individuales, interpersonales o familiares y sociales que pueden influir en la capacidad del individuo a adaptarse ante una crisis.
Otra característica de la persona resiliente es la búsqueda activa de soluciones y el control emocional. Este control emocional se puede alcanzar al aprender a desarrollar pensamientos alternativos positivos, focalizándose en los aspectos que se pueden cambiar y que comporten el aumento de la autoestima y control del miedo.
La resiliencia significa también ser flexible, evaluar de manera abierta las situaciones, aceptando lo ocurrido. Esto significa interpretar de manera positiva las adversidades, encontrando un significado y pensar en la posibilidad de nuevas oportunidades. Significa también reconocer que existen situaciones que no se pueden cambiar, con lo que es importante modificar las expectativas que se tenían sobre la situación en función de la realidad e intentando conocer lo que la hace estresante.
Como en los casos de crisis o adversidad, en general el ser humano también hace frente a la enfermedad y necesita de la resiliencia para adaptarse a la nueva situación, afrontar las consecuencias y efectos en su día a día y seguir adelante. Dicha resiliencia actúa en la persona como un factor de protección tanto en la salud mental como física.
La enfermedad crónica cambia la vida y los hábitos de la persona de manera persistente en el tiempo, sin que se visualice en principio una curación en el tiempo. Las personas enfermas que llevan conviviendo con su situación de una forma prolongada conocen bien lo que es la resiliencia, no porque todos los enfermos crónicos seamos resilientes, sino porque sabemos lo que cuesta alcanzar este estado.
Para favorecer y fortalecer la resiliencia de los pacientes es importante el papel que juega su entorno más inmediato, la familia y los amigos, así como el de su entorno social. De esta forma, la que podríamos denominar “red de contactos” de la persona, ejerce un papel primordial en la forma en que el paciente se enfrenta y supera la situación de crisis que le puede aportar su enfermedad.
En este sentido, el apoyo y la interacción social positiva promueven una buena resiliencia ante la adversidad. Junto con la autoestima, la sensación de eficacia y de autocontrol, caracterizan también a la persona resiliente.
Junto con la autoestima, la sensación de eficacia y de autocontrol, caracterizan también a la persona resiliente
Existen además otros procesos de protección en el paciente crónico como son; la trascendencia o la capacidad para sustituir una pérdida por una ganancia o situación positiva; el autoentendimiento, o el conocer nuevos aspectos en uno mismo y darles valor; y la acomodación, o el hecho de tomar decisiones para abandonar algo en la vida que ya no se tiene igual antes como, por ejemplo, la salud.
En general, se ha demostrado que todas estas características de la resiliencia están asociadas a un mayor bienestar de la persona y a una mejor calidad de vida. En la actualidad, las investigaciones sobre resiliencia se centran también en los factores protectores, moduladores y amortiguadores que favorecen dichos resultados positivos observados en la salud física y mental de las personas.
De la misma forma, los enfermos crónicos que cuentan con estas características, tanto individuales como las relacionadas con el apoyo social, se enfrentan de mejor forma a la adversidad que la enfermedad ocasiona en sus vidas.
Existen ya numerosos ejemplos en la literatura sobre cómo aumentar la resiliencia. El sentirse conectado con otras personas, buscar significado a cada día, aprender de la experiencia, conservar la esperanza, cuidar de uno mismo y ser proactivo, forman parte de un conjunto de actitudes y predisposición positiva para aprender a ser más resilientes.
Pero también es cierto que no todos los pacientes reaccionamos igual ante la adversidad y que este proceso de autoconfianza, flexibilidad, orientación al logro y perseverancia, no se da de inmediato. Existe también un aprendizaje. Todo diagnóstico de enfermedad conlleva un impacto físico y emocional en la persona y en sus familiares. Y es a partir de ese momento en el que se ha de poner en marcha el proceso de aprendizaje para ser resilientes. En función de cómo se haya desarrollado la vida de cada persona, vamos a estar más o menos predispuestos a alcanzar esa resiliencia. Será más o menos fácil encontrarle sentido a la pérdida, ser fuertes, mantener la esperanza, soportar y mejorar las condiciones de vida actuales o buscar nuevos objetivos que alcanzar.
En un sentido idílico, aquellos que tengan un alto nivel de confianza en sí mismos, que sean constantes y que perseveren, y que se adapten a la situación intentando salir fortalecidos de la misma, serán las personas que obtendrán un mejor resultado.
Sin embargo, en la realidad, e independientemente de las características individuales de cada uno y de su esfuerzo personal, el apoyo del entorno es de nuevo imprescindible.
Los pacientes crónicos necesitan tejer esa red de contactos y conexiones con su mundo que les ayuden a ser resilientes. La relación con sus familiares y amigos, en su entorno más inmediato, fortalecerá al paciente en los momentos de desequilibrio ante la adaptación a su nueva realidad. El apoyo social proveniente de su entorno laboral o de grupos de la comunidad, le harán sentir que sigue formando parte de ella. Las ayudas y el apoyo por parte de las instituciones sanitarias y las administraciones le harán pensar que aún cuenta.
Porque lo importante realmente no es solo recuperarse y adaptarse a la nueva situación. Lo importante es afrontar la vida con las nuevas cartas que te han tocado en la partida.