Al margen de las cifras de incidencia de la pandemia, que no tienen más valor que ser orientativas, la sexta ola que vivimos estos días pasará, antes o después. Vamos asumiendo que la COVID-19 seguirá, de una forma u otra, entre nuestras vidas. Tendremos que aprender a convivir con el virus. Quizás enfermemos menos de dicha patología, o quizás con menos virulencia. O eso deseamos al menos. Y confiamos no solo en las vacunas, sino también en los tratamientos del mismo que ya se anuncian e irán estando disponibles cada vez más por si los requerimos.
Tendremos que asumir también sus desbastadores efectos sobre nuestro sistema sanitario y con ello sobre todos nuestros padecimientos de salud que no son COVID-19. Porque, aunque no lo parezca por la información que recibimos, desde marzo de 2020 hemos seguido enfermando por otras patologías, en incidencia similar a años anteriores. Y la atención a los pacientes con estas patologías se ha venido realizando en función de lo que la patología pandémica venia permitiendo. Y así seguimos a fecha de la redacción de esta reflexión. De ahí que las cifras de actividad asistencial y la tendencia a disminuir de la lista de espera quirúrgica puedan llevar a confundir.
Simplemente hay una proporción de personas enfermas que el sistema no los tiene identificados (no están en su radar y, por tanto, en sus estadísticas). Ni los propios enfermos saben que lo están, porque pueden ser asintomáticos, ni ellos saben qué enfermedad tienen, pues están en proceso diagnóstico, o ni eso. De hecho, según los últimos datos de lista de espera publicados por el Ministerio de Sanidad, sube el número de pacientes en espera de primera consulta especializada y baja la de cirugía. Es decir, suben los que están en proceso diagnóstico. No en vano, la espera para atención es ya el principal motivo de reclamación en el conjunto nacional.
La presión asistencial ha terminado de desbordar una Sanidad, que ya le costaba dar respuesta a tiempo a la demanda de asistencia de una población que ya tenía asumida la situación, pero que también tenia confianza en que la demora, al margen de la incomodidad personal, era asumible por su problema de salud, pues la priorización se venía realizando razonablemente bien. La confianza en el sistema sanitario empieza a decaer, empezando entre los profesionales sanitarios, que un día tras otro expresan su malestar públicamente. Malestar especialmente elevado en Atención Primaria, coincidente el mismo con la realidad asistencial existente: tanto la presión asistencial por COVID (tanto por tratar a los enfermos como por los trámites que generan las bajas), como por el resto de patologías recae hoy en Atención Primaria.
En la gráfica que acompañamos a esta reflexión, se observa que, en toda la serie analizada, siempre han sido supriores las entradas en lista de espera que las salidas por intervención (dato en el que están incluidas las derivaciones a la privada).
“La espera para atención es ya el principal motivo de reclamación en el conjunto nacional”
En esa línea, al cierre de 2019 (último año “normal” prepandemia), se observa un diferencial de 359.000 pacientes entre entradas y salidas por intervención. La pandemia produce dos efectos necesariamente paralelos:
- Se reducen las entradas en lista de espera quirúrgica, pues el número de diagnósticos realizados se reducen drásticamente y, con ello, el numero de indicaciones de intervención.
- Se reducen las intervenciones realizadas, por una menor capacidad de actividad quirúrgica y por la capacidad mermada de atención a pacientes no COVID.
Veamos los números concretos:
- Hasta junio 2021, el número de entradas contabilizadas a lista desde diciembre del 2019 es de 3.187.418 pacientes. Por su parte, han salido de lista de espera por intervención 2.620.935 pacientes (siempre según datos facilitados por el Ministerio de Sanidad). Esto nos da un diferencial de 566.483 pacientes de más entradas que salidas.
- En la proyección que desde el Proyecto Venturi hemos realizado se observa que, sin impacto del COVID, deberían haber entrado en lista alrededor de 3.730.000 pacientes para el periodo estudiado. Un diferencial de más de 540.000 pacientes, que es la cifra que estimamos que están sin diagnosticar, o bien han fallecido, o bien han acudido a buscar asistencia fuera del sistema sanitario público.
Datos preocupantes para una Sanidad que sale muy tocada de esta crisis pandémica, que a nivel profesionales es como, si se me permite el símil, pedir a los profesionales jugar una final después de acabar una al día anterior con prórroga. Y a nivel recursos económicos requiere mantener un sobreesfuerzo presupuestario que ya se verá si se puede seguir manteniendo con los niveles de gasto y endeudamiento existentes. Iba a cerrar diciendo que “a ver quién paga esta fiesta”, pero dada la gravead del tema y que hablamos de la salud y de vidas humanas, mejor no hacerlo, pues existe el natural riesgo de que la ironía no sea bien interpretada.
Antonio Burgueño Jerez