Hace un año que dejé de escribiros para sumergirme en el maravilloso mundo de la escritura de un libro: Te lo diré cuando te vuelva a ver.
Os he de reconocer que ha sido una aventura gratificante después de haber tenido un año, a quién no le ha pasado, bastante raro.
Este año pasado ha sido un año que, a pesar de todo, nos ha invitado a reflexionar, a hacer una mirada introspectiva y es ahí cuando ha venido el problema.
Nuestras emociones han salido a la palestra y en muchos casos no de forma agradable.
Hemos tenido que pasar por un auténtico duelo, pero de forma contraria. Empezamos aceptando que había que quedarse en casa, incluso hasta lo agradecimos en algunos casos para así poder descansar de tanto ir y venir corriendo.
Llegó el momento de la tristeza, lo que al principio parecía llamativo e incluso entretenido se convirtió en una tristeza relativamente profunda por no poder ver a nuestros seres queridos, por no poder abrazarlos. El miedo salió casi desde el principio, miedo que se convirtió en pánico para más de uno y ya como remate el enfado. Enfado por no poder moverte libremente.
Llevábamos demasiado tiempo dando la espalda a nuestras emociones y sin querer ver la información que nos estaban dando. La necesidad de validarlas es esencial para poder realizar los cambios que siempre hemos querido hacer y que necesitamos para poder obtener la calma y la paz que nuestro cuerpo tanto nos demanda.
El confinamiento ha sacado a la palestra las necesidades emocionales que tenemos haciendo en algunos casos, que se desborden como cuando naufraga un barco.
Para validarnos emocionalmente a nosotros mismos, tenemos que, primero reconocer la emoción que sentimos y posteriormente darle el sentido que se merece
Nuestro barco cada vez se carga más de marañas emocionales que nos llevan cada día a la más absoluta infelicidad. Carecemos de recursos para poder protegernos emocionalmente, teniendo en muchas ocasiones la sensación de ir a la deriva, sin rumbo fijo. Llegando a tener la sensación de sentirnos incomprendidos, solos e incluso perdidos.
Es importante que nos validemos emocionalmente, siempre desde un punto de vista realista, sin auto boicotearnos ni juzgarnos.
Esta validación emocional nos permite que nos manejemos mucho mejor por las situaciones o pruebas difíciles que nos pone la vida y desarrollar mejor las habilidades personales que ya tenemos e incluso implantar otras que no sean de mayor utilidad.
Para validarnos emocionalmente a nosotros mismos, tenemos que, primero reconocer la emoción que sentimos y posteriormente darle el sentido que se merece.
Para ello deberemos de estar presentes, es decir, reconocer en el momento la emoción que estamos sintiendo, aceptarla, darle el nombre que se merece, aceptarla por mucho que nos moleste o no nos guste lo que estamos sintiendo y hacerla consciente. Es decir, traerla al presente sin dejar para otro momento el pensar en ella.
El confinamiento ha hecho que surfeemos por un mar de emociones, algunas agradables y otras no tanto.
Ha puesto a prueba nuestra capacidad de adaptación, ha sacado la cara menos amable de todos, pero sobre todo ha sido el mayor de los maestros.
Nos ha enseñado a querernos, a conocernos, a valorar la vida, a vivir en el presente, a valorar lo importante y a aceptar que ante la adversidad la mejor arma es la resiliencia.