Si preguntamos hoy a la población española qué es lo que le preocupa, presumiblemente la respuesta sería: la economía, situación política y la pandemia; al menos esa sería la mía.
Después del anuncio de la próxima administración de vacunas de forma “masiva”, no es que me haya dejado de preocupar la pandemia, es que tengo un atisbo de esperanza de que se abran puertas para vencer al virus por la vía de la investigación; el recurso a la Ciencia nunca falla.
No voy a hablar de la crisis económica ni de la lamentable situación política, simplemente me centraré en la cuestión sanitaria anticipando mi conclusión de la gestión lamentable (queriendo ser objetivo) hecha por el Gobierno de algo tan sensible como es la preocupación por la Sanidad de los ciudadanos españoles y la falta de acción-reacción ante los retos planteados.
Es verdad que aún se puede decir que tenemos uno de los mejores sistemas de salud del mundo, aun contando con la insuficiencia de profesionales que nutren el universo de las profesiones sanitarias que se han volcado en atender la emergencia planteada; aquí el suspenso con matrícula de honor va para el Gobierno de la nación que, desde mi punto de vista, no solo ha gestionado la crisis con absoluta frivolidad, sino que ha declinado su implicación en las posibles soluciones en “beneficio de las comunidades autónomas”.
Es un error concebir la Sanidad como un gasto en lugar de verla como una inversión en salud, bienestar y prosperidad
La falta de empatía a la hora de abordar una crisis sanitaria como la actual ha llevado a España al lamentable estado en el que se encuentra con casi noventa mil fallecidos, con un desastre de gestión en compras inútiles y con una crisis económica y social sin precedentes entre las generaciones que han contribuido al llamado “Estado del bienestar”. Puedo asegurar que me siento una auténtica marioneta en este teatrillo que no nos lo creemos.
Una gestión correcta conforme a las necesidades de los ciudadanos con la creciente demanda de servicios sanitarios constituye, sin duda, uno de los problemas más relevantes en un futuro inmediato.
Mientras los políticos (no sanitarios) gestionen la Sanidad y no los (políticos) técnicos, la situación de la Sanidad en España irá de mal en peor. Ahí tenemos el resultado cuando ha surgido la emergencia del coronavirus, ¡faltaba algo tan simple como mascarillas!; después de la inundación no se puede achicar agua con cubos. Es un error concebir la Sanidad como un gasto en lugar de verla como una inversión en salud, bienestar y prosperidad.
Y no solo me intranquiliza lo comentado anteriormente; la edad media de la población española es elevada y se demandará una mayor calidad de vida y la accesibilidad fluida al Sistema Nacional de Salud con fuertes inversiones en tecnología y pruebas diagnósticas que eviten la entrada en los hospitales, salvo los casos necesarios. ¿Estamos preparados para ello? ¿Tendremos todos los ciudadanos acceso a los medicamentos de última generación? ¿Existirá la equidad e igualdad entre todos los ciudadanos de España, en todas las comunidades autónomas? …podría seguir planteando interrogantes y no de menor enjundia.
Las incertidumbres que envuelven nuestro país no invitan a la tranquilidad; la cronificación de patologías y la aparición de patologías nuevas (no COVID) pudieran ensombrecer el ambiente sanitario más inmediato, producto del parón producido.
La angustia y la ansiedad están cada vez más presentes a una edad temprana y me resisto a pensar que sea producto de nuestra civilización, sino más bien de la inseguridad y los temores que surgen de la mala gobernanza.
La irresponsabilidad está afincada entre nosotros, desde gobernantes a medios de comunicación que se encargan día a día (salvo publicaciones especializadas) en ser voceros de noticias sobre la salud que ni tan siquiera saben que significan; tertulianos que saben de todo, incluso de Sanidad, y ministros que posiblemente no sepan de lo que deben saber conforme debiera exigir el cargo para el que han sido nombrados, porque posiblemente no les haga falta, para eso están los asesores y el dinero público para pagarlos.