Tengo la sensación de que en los últimos tiempos aquellas disciplinas que giran alrededor de la vida de las personas han perdido presencia científica y crítica social. Los nuevos hitos legislativos no ayudan mucho, planteando como “una cuestión más”, temas que tienen su enjundia con afectación directa a las personas y sobre los que la opinión profesional poco o nada ha contado.
Leyes como la de la eutanasia, el aborto, por ejemplo y otras periféricas han aflorado a nuestro marco legislativo como si hubieran brotado de forma espontánea, con la sorpresa de que aun afectándonos tan directamente, ni nos hemos enterado.
Pretender que el ciudadano común tan solo eche un vistazo a los múltiples textos legales que nacen, es tarea imposible en una sociedad que vive al minuto sus inquietudes, que están lejos de las hojas de ruta que marcan los políticos y de los comentarios interesados de según qué medio de comunicación que se visite.
En el mundo de la salud, que tanto nos preocupa a ráfagas de conveniencia, es ese espacio en el que pululan derechos y obligaciones cada vez más regulados en lo superfluo y más condescendientes en lo que antaño se consideraba fundamental en la persona como la libertad, la dignidad, la justicia, la equidad.
Se habla de humanización de la Sanidad, posiblemente sin saber que el hecho de humanizar consiste en proporcionar cuidados a la persona de manera solidaria, digna, con respeto, empatía, teniendo en cuenta sus decisiones y sus valores. Humanizar el comprender a la persona en su totalidad. Difícilmente se puede humanizar si las leyes salen de los hornos del gobierno de turno sin la más mínima toma en consideración de los distintos pareceres sociales.
«Lo lógico es que quienes se ponen a legislar sepan de qué hablan»
Se hablaba de bioética como una disciplina que estudia los aspectos éticos de las ciencias de la vida (medicina y biología principalmente), así como de las relaciones del ser humano con los restantes seres vivos, todo ello examinado a la luz de los valores y de los principios morales.
Pues bien, conceptos como los indicados parecen reducidos a mera disciplina académica. El científico tiende a descalificar al filósofo por su poco rigor científico, y el filósofo al científico por falta de rigor filosófico; hoy se ve más necesario que nunca hacernos entender en un marco de diálogo interdisciplinar, donde la sociedad cuece sus inquietudes en un caldo legislativo descabezado, indolente y sin fuste.
Hoy pido, exijo rigor, aun presuponiendo imaginación libre; la habilidad de ver en el interior de las cosas, de las personas, entrar en sus agonías o insensibilidades éticas, ver lo que hay bajo las apariencias de una sociedad que se nos pinta artificialmente por quienes gobiernan, planteando temas fundamentales sin rigor metodológico, sin lógica jurídica, sin consistencia, sin coherencia y sin razonar las decisiones.
Lo lógico es que quienes se ponen a legislar sepan de qué hablan, que sean representantes cualificados de, en este caso ciencias biomédicas, las opciones políticas dispuestas a dialogar y de especialistas en ética política, suponiendo que la política tenga un componente ético.
En el diálogo bioético o en el de buscar la humanización en las prestaciones sanitarias es necesario poder hablar con competencia desde la ciencia o desde la filosofía, el derecho, la economía, etc. Desafortunadamente todo ello se ha desarticulado porque es un discurso que parece no interesar, o al menos que nos está sustentado en raíces profundas.
Tratar de justificar la importancia del diálogo en materias tan sensibles en relación con la vida de las personas no parece una prioridad en una sociedad claramente orientada (o desorientada) hacia la tecnología. Los profesionales de la salud han de hacer lo posible por conocer los fundamentos del derecho que no es monolítico, evoluciona con la sociedad de la que bebe en sus fuentes, por ello es necesario que los legisladores se guíen por las conductas sociales y por los valores que hacen de la sociedad una manifestación permanente a tener en cuenta, siempre con rigor.