A estas alturas, ya ha transcurrido todo el mes de enero de este prometedor año 2020. No afecta a su actualidad, pero sí es bueno que lo sepamos desde el principio.
El día 31 de diciembre pasado, un periódico de amplia repercusión nacional indicaba, como tantos otros, pautas para que todos los lectores reflexionáramos sobre nuestro comportamiento anual y tratáramos de mejorarlo en el futuro inmediato que se abría tras las famosas doce campanadas.
Y ello valía tanto para el mundo empresarial, como familiar o de amistades.
Yo me puse a ello, y pensé que todo se circunscribía a dos premisas: el análisis de los valores o virtudes propias y su grado de cumplimiento, y la revisión del nivel de conocimiento de cómo es uno mismo.
Empezaré por definir qué debemos entender por valores humanos. Son el conjunto de ideas que tienen la mayor parte de las culturas existentes sobre lo que se considera correcto, y suponen la colocación de los seres humanos en una posición de superioridad frente a todos los demás existentes en el Universo, gracias a los valores éticos y morales.
Pero con esos valores no nacemos; hay que adquirirlos para que acaben formando parte de la personalidad de cada uno, de nuestra manera de ser, de nuestro carácter o ethos (ese es el origen del término “ética”). Y se adquieren con la práctica habitual.
Conocer nuestros valores, nuestras virtudes, nos aporta diversos beneficios como personas y en la relación con los demás
Además, hay que adquirirlos y cultivarlos explícitamente, están muy vinculados a la educación, pero no a la teórica, sino a la práctica diaria. Y muy específicamente a la imitación de los modelos éticos de otros, generalmente la familia.
Siempre me ha parecido que la ética de las virtudes o de los valores es el complemento adecuado para que la ética de los principios funcione adecuadamente. Al vincular la ética no tanto a normas, valores o principios abstractos, sino a la formación de la persona, la ética de las virtudes aparece como aquello que hace falta tanto para ampliar el contenido y extender el ámbito de los principios y valores fundamentales como para aplicar esos valores y principios adecuadamente.
Aunque las costumbres de cada población cambian a lo largo de la historia, se piensa que hay valores que deberían perdurar prácticamente siempre, ya que indican a las personas lo que es correcto y lo que no.
Conocer nuestros valores, nuestras virtudes, nos aporta diversos beneficios como personas y en la relación con los demás.
Estos beneficios, sobre todo, te permiten conocerte mejor a ti mismo, ayudarte a vivir con integridad, poder tomar decisiones que se adecuen a tu forma de pensar y saber cómo invertir mejor tu tiempo y priorizar lo que es verdaderamente importante.
Bien pero, hasta ahora, solo he comentado aspectos de bioética muy generales, sin entrar específicamente en nuestro mundo de la Sanidad. Hagámoslo ahora.
Para ello se podrían considerar una lista interminable de valores humanos dependiendo del grado de autorigor que nos impongamos, y con la certeza de que cada uno de nosotros los tenemos diferentes, pero yo voy a considerar en este artículo siete que considero, personalmente, imprescindibles, y más en el sector de actividad donde nos movemos
dedicado a combatir el dolor ajeno:
La honestidad. Supone que, como personas, debemos decir siempre la verdad. Debe ir acompañada siempre de otro valor fundamental que es el respeto. Ser honesto significa ser objetivo, hablar con sinceridad y respetar las opiniones de otras personas.
Entre los profesionales sanitarios este concepto nos puede llevar a hablar de la tendencia tan de moda de “alcanzar la excelencia”.
Pese a su buena definición, por desgracia, esta palabra tiene hoy un significado muy limitado. Se relaciona casi siempre con el éxito más vinculado a la fama y al dinero que a un sentido de identificación con la buena práctica. Esta es la razón por la que la ética aplicada ha incidido en el campo de la medicina con el fin de dignificar y humanizar una profesión tan vinculada al sufrimiento humano.
La ética de los valores es la más apropiada para poner de manifiesto la necesidad de reorientarlos realmente hacia la manera de actuar del profesional de la salud. Como ya dije antes, el aprendizaje de los valores es un saber práctico, que se adquiere ejerciéndolo y creando un ambiente adecuado que sirva para formar la personalidad del profesional.
Llegar a ser un buen profesional debería ser uno de los propósitos, no solo del médico, sino de cualquier persona que entiende que su trabajo tiene una dimensión ineludible de servicio a los demás. En el caso de la medicina, de la enfermería, de cualquiera de las profesiones sanitarias, esa condición se da por supuesta. No en vano, suele decirse que quien escoge dedicarse a la medicina o a la enfermería como un elemento de su forma de vida lo hace por vocación.
Se da a entender con ello que, si un buen profesional es siempre un experto en su materia, en el caso de la profesión sanitaria, la competencia científica y técnica va acompañada de un compromiso ineludible de carácter moral. Uno de los primeros códigos éticos de la historia fue el Juramento Hipocrático que, al consagrar los principios de no maleficencia y beneficencia, puso los pilares de lo que seguimos entendiendo como buena práctica médica.
No obstante, en la actividad real, la supuesta excelencia profesional todos sabemos que no siempre va acompañada de la total excelencia ética porque, en el orden de las prioridades, el interés particular prima sobre el general o sobre el interés del otro. A medida que la profesión se mercantiliza y el conocimiento se especializa y tecnifica, mayor es la tendencia de reducir la excelencia profesional a, simplemente, estar en posesión de los conocimientos necesarios para no fracasar científicamente y obtener el reconocimiento crematístico debido.
La sensibilidad. Debemos ser sensibles ante otras personas. Esto nos permitirá ayudar, utilizar la empatía y entender el dolor ajeno. Una persona sensible comprende las miradas y los gestos más allá de las palabras y sabe cuando otra necesita algo.
Va absolutamente relacionada con todos los movimientos que, al menos promocionalmente, se han utilizado sobre la humanización. La calidez es lo que el cuidado añade al anonimato e imparcialidad de la justicia y, sobre todo, es un objetivo cada vez más importante si, como es seguro, sigue aumentando la esperanza de vida y el envejecimiento hace que proliferen las enfermedades crónicas.
La gratitud. Estamos acostumbrados a un mundo que se mueve muy rápidamente. Nos quejamos de lo que no tenemos o de lo que tenemos, sin darnos cuenta de que en nuestra vida hay muchos motivos para ser agradecidos.
Si bien es cierto que la mayoría de las religiones y creencias han hablado desde la antigüedad de los beneficios que trae ser agradecidos y de la necesidad de darle gracias al Dios respectivo, ensayos experimentales controlados y rigurosos han demostrado sus beneficios concretos en los seres humanos, más allá de considerar la gratitud como un valor fundamental.
Dichos estudios expresan que la gratitud puede producir efectos positivos prolongados en la vida de las personas; puede bajar la presión arterial, mejora la función inmune y reduce el riesgo de depresión y ansiedad.
La mayoría de estos estudios se han adelantado dentro de la teoría de la psicología positiva, un campo de estudio relativamente nuevo según el cual es posible mejorar el bienestar y la salud mental si las personas se enfocan en lo que está bien en vez de centrar su atención en lo que está mal.
La humildad. Nos permite conocernos a nosotros mismos, saber que tenemos defectos y aceptarlos, entender que siempre se puede sacar una lección de todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Va ligada con el hecho de la importancia creciente en nuestros días de tomar en consideración el punto de vista del paciente. El respeto a su autonomía significa un cambio de paradigma radical en la relación clínica. Como lo es también la consideración de la justicia como uno de los requerimientos de la investigación biomédica y, por extensión, del sistema público de salud, que garantiza el derecho de las personas a la protección de esa salud.
Este valor, unido al respeto, la sinceridad, la amabilidad o el olvido de sí mismo exigen del profesional un talante modesto que debe predisponerle a escuchar al paciente, tener en cuenta sus valores y puntos de vista y no verlo exclusivamente como un organismo que está enfermo y necesita un tratamiento, sino como el elemento más interesado en su curación.
La prudencia. En la vida, actuar con prudencia significa saber evaluar los riesgos y controlarlos en la medida de lo posible. Es importante ser prudente cuando no se conoce a otra persona, o cuando no se sabe cuáles son las circunstancias de un caso clínico con todo el máximo rigor de diagnóstico.
Otra vía por la que la dimensión ética se pone de manifiesto es la que le debemos a Aristóteles: a su ética de las virtudes y, en especial, la virtud de la phronesis. Este es un valor intelectual, gracias al cual la persona que la ha adquirido es capaz de actuar bien porque sabe escoger el término medio entre el exceso y el defecto, que es la regla que define, en general, a todas las virtudes.
Él consideraba que el hombre prudente es aquel que ha adquirido el “saber práctico” que dicta cómo se debe actuar en cada momento. Un saber que no puede ser reducido a fórmulas, códigos o recetas de ningún tipo, dado que cada situación es singular y requerirá una decisión única.
Se puede terminantemente decir que la prudencia es la síntesis del conjunto de las virtudes, o el criterio que rige en todas ellas.
El respeto. Está íntimamente relacionado con la honestidad y conlleva una atención o consideración hacia otra persona. Es uno de los valores humanos más importantes, ya que fomenta la buena convivencia entre personas muy diferentes.
Yo llevaría este ejemplo a la principal relación que existe en nuestro mundo sanitario, el del profesional y el paciente.
El perfil de la relación médico-paciente ha pasado de un modelo paternalista a un modelo en el que la autonomía de este ha adquirido una importancia fundamental. El paciente por fin se ha integrado con los otros dos agentes del sistema, profesionales e industria, y se está convirtiendo en un personaje activo, con unos derechos claros, como los de ser debidamente informado sobre su enfermedad o participar en las decisiones que afectan a su patología, pero también con los deberes de ser responsable de su enfermedad y de su estado de salud.
Derechos y deberes enmarcados, lógicamente, en un marco de respeto mutuo.
Pero un respeto bien entendido por ambas partes y en una relación de igualdad, nunca deformado por causas externas como el menosprecio, el miedo o la inseguridad, entre otras causas de desencuentro
La responsabilidad. Supone el cumplimiento de las obligaciones, tener cuidado a la hora de tomar decisiones o llevar a cabo una acción. Es una cualidad que poseen las personas que son capaces de comprometerse y actuar de forma correcta.
Y que se plasma, por ejemplo, en la elaboración y cumplimiento de lo escrito en los consentimientos informados con infinito rigor.
Desgraciadamente, hay un escepticismo creciente en la actualidad que procede de haberlo convertido, la mayoría de las veces, en un requisito meramente burocrático, que no promueve el conocimiento real del paciente por parte del médico. Y solo trata de cubrir su cumplimiento legal.
Y ello, pese a que, estrictamente, el consentimiento del paciente está supeditado al deber por parte del médico de informarle adecuadamente.
La virtud de la responsabilidad y, por supuesto, de la sinceridad, debe ser siempre inherente a ese deber.
Para finalizar querido lector, y como decía al principio de este texto, te invito a seguir mentalmente un breve esquema de puntos de reflexión. Si los haces, verás que todos nos conducen al mismo fin…,volver al principio, repasar los valores.
• Aprende a conocerte mejor. Repasa la lista de tus valores.
• Relaciona éxitos y fracasos con atribuciones internas. Repasa la lista de tus valores.
• Gestiona el error desde la compasión en lugar de hacerlo desde la crítica. Repasa la lista de tus valores.
• Creéte merecedor del éxito. Repasa la lista de tus valores.
En el fondo es como jugar a la oca y caer siempre en esa casilla maldita que te hace retroceder a la inicial. Pero en este caso no es dañina, es lo que hay que hacer. Volver a la casilla inicial con frecuencia, examinar si uno se desvía de esos valores en la actividad, controlar y realizar ajustes hacia el modelo inicial.
En ningún momento he querido criticar en general los valores actuales de los profesionales sanitarios que, aún, siguen siendo muy altos. Sin embargo, y como colofón de este artículo, aparte de lo reseñado (pérdida del carácter vocacional, burocratización excesiva, búsqueda de lucro excesivo, etcétera), me quedo con que si también está habiendo entre ellos una pérdida al igual que en el resto de la sociedad se debe, fundamentalmente, a que han visto aumentar sus deberes y disminuir sus derechos de modo ostensible, y se ha favorecido más la permeabilidad legal que la ética humanizante.
Confiemos en que ya estemos pasando de las palabras a los hechos en la humanización, que se reduzca el afán de “especialismo” que lleva a poner más interés en los órganos del paciente que en su persona como tal. Todos los esfuerzos que se hagan son pocos e insuficientes aún, pese a lo que se airean.