La verdad es que el hito de poder quitarse las mascarillas ocurrido en las últimas semanas ha sido un paso importante, muy importante en cuanto a que ya descubrimos cómo de encantadora e inteligente, smart, (otro anglicismo de moda),o no, resulta la expresión del oponente que tenemos enfrente de nosotros y nos obliga a realizar forzadamente una mueca de sonrisa cuando llega el momento de hacernos una foto. Estos esfuerzos no los teníamos que realizar durante el período de castigo y ya casi nos habíamos ovado de las poses para la galería.
Y estamos volviendo al trabajo presencial, al de siempre e, incluso, con gusto.
Bromas aparte, y estamos al borde de las vacaciones estivales, estos pequeños inconvenientes de entrada no son nada, al lado de la frustración que ha traído consigo, tras los justos reconocimientos colectivos del mérito que hemos desarrollado durante la pandemia casi todos, ver como no hemos aprendido apenas nada y tras las mascarillas de los colectivos afloran las mismas situaciones que ya había antes de la irrupción del COVID-19.
Por ejemplo, los farmacéuticos siguen en guerra contra los enfermeros, y viceversa, estos contra los médicos y todos contra la administración local o nacional. Los del PP contra las del PSOE, el consejo ínter territorial no sirve para nada, cada cual campa a su aire por su respectiva comunidad autónoma…..siguen los mismos odios contra la industria farmacéutica por parte de ignorantes instituciones sectarismos.
Las legislaciones sanitarias a veces muy antiguas siguen en vigor, sin actualizarse. Se recurren disposiciones europeas sin éxito, los trepas de la administración solo pensando en cómo aparecer en las fotos, el poco interés de las multinacionales hacia la gestión española en nuestro territorio colocando como máximos responsables a vendedores ilustres, no a gestores estrategas, el retraso e incoherencia en los precios de los medicamentos…
Al paciente se le sigue ignorando aunque tanto se hable de su empoderamiento. Ni siquiera los políticos les llaman para contar con ellos en sus planes públicos de reconstrucción nacional… y las mismas caras siempre, incluyendo la mía, cada vez más mayores, eso sí…
Como veis daba igual haber seguido con las mascarillas que, en invierno, además proporcionaban calor aparte de su efecto inmunológico indudable.
Y es que no estábamos preparados para este destape, este hecho de vernos las caras, aunque lo reclamábamos.
Los psicólogos, que, como es lógico, también tienen su propia jerga, le llaman a este fenómeno el de las “caras vacías” y dicen que es un síndrome nuevo que añadir a la amplia lista que habitualmente portamos con cada uno de nosotros.
Las prácticas clínicas tanto en psicología como en psiquiatría forman parte de todo un entramado que incluye la investigación científica, la industria farmacéutica, el estatus de los profesionales implicados, la política sanitaria, la cultura clínica y, por supuesto, la sensibilidad de los pacientes.
En los últimos tiempos, la proliferación de los trastornos mentales cada vez es más preocupante. Vivimos en una época en la que se escucha más al fármaco que al paciente.
La palabra síndrome se refiere al conjunto de síntomas que definen una enfermedad. Un conjunto de síntomas que se suelen agrupar pero que todavía no forman un trastorno.
Existe una inmensa variedad de síndromes perfectamente identificados; Síndrome de Down, Asperger, Estocolmo, etc… y, como nos deben saber a poco, hoy se habla del de la cara vacía.
Afortunadamente pronto se nos dice que este síndrome no es patológico en un principio sino un conjunto de reacciones que pueden ser normales y transitorias, como el miedo y la ansiedad, en el momento en el que nos vemos las caras.
Miedo y ansiedad son la clave. Comentemos algo sobre ellos.
Para que los efectos emocionales derivados de la retirada de la mascarilla, como por ejemplo el miedo al contagio, se pudiesen considerar como una patología, deberían de provocar en la persona una alteración de su vida cotidiana pero además, de forma crónica, no transitoria.
«Me puedo contagiar, la gente es una inconsciente, me siento desprotegido», son algunos de los pensamientos que pueden aparecer al salir a cara descubierta. Si los piensas es que ¡estás sano! No hay de qué preocuparse, el estrés deja huella, y poco a poco irás recuperando la confianza.
Por otro lado, después de un año de distanciamiento social, uso de máscaras y, para millones de personas, trabajar desde casa, muchos empleadores están ansiosos por traer a su personal de regreso a la oficina. Pero para muchos, la perspectiva de readaptarse al trabajo en persona es abrumadora.
Una encuesta reciente encontró que de los 4.553 trabajadores de oficina en cinco países diferentes, cada persona informó sentirse ansiosa por la idea de regresar al trabajo en persona.
Los empleadores se enfrentan a un conflicto de intereses. Por un lado, quieren cuidar la salud de sus empleados y reducir el riesgo de transmisión de COVID-19. Por otro lado, están motivados por incentivos financieros para justificar los costosos alquileres de oficinas y tener a sus empleados físicamente disponibles para reuniones y discusiones o simplemente para monitorizar su tiempo de trabajo.
Pero presionar a los empleados para que regresen a la oficina podría generar más ansiedad. Para los encuestados, las principales causas de estrés al regresar al trabajo incluyeron estar expuestos al COVID-19, la pérdida de flexibilidad laboral, el viaje adicional, tener que usar una máscara mientras están en la oficina y la necesidad de cuidado de niños.
Algunos gerentes reconocen que trabajar desde casa no significa necesariamente una reducción de la productividad, y un enfoque de «trabajar desde cualquier lugar» podría impulsar una mayor igualdad, desbloquear nuevas oportunidades de crecimiento y conducir a un mayor comportamiento ético. Cuando las personas no pierden horas en el tráfico, el tiempo libre liberado de los viajes diarios puede generar empleados más descansados, felices, saludables y productivos.
Sin embargo, lo preocupante es que el 56% de los encuestados en el estudio citado informaron que su organización no les había pedido su opinión sobre las políticas y los procedimientos de regreso al trabajo. Tal interrupción en la comunicación entre empleados y empleadores podría generar ansiedad en aquellos empleados que no quieren, o aún no están listos, para regresar a sus lugares de trabajo físicos. Es posible que les preocupe que expresar su preocupación por regresar al trabajo sea una señal de desconfianza en la decisión de sus gerentes de reabrir para trabajar en persona. A este tipo distinto de ansiedad por insinuación se le puede considerar como ansiedad.
A través de una serie de estudios dirigidos muy recientemente por la profesora Sunita Sah, de la Universidad de Cambridge, que investigan este tipo de ansiedad, se llega a la conclusión de que los pacientes siguen con frecuencia los consejos médicos, aunque piensen que su médico tiene un conflicto de intereses.
Imagínese que alguien está tratando de venderle un consejo, una opinión o un producto, y el vendedor dice: «Tengo un conflicto de intereses. Te recomiendo que sigas mi consejo, pero debo hacerte saber que me pagan más si sigues mis consejos». Podría pensar que dicha divulgación disminuiría la confianza y el cumplimiento de dichos consejos; después de todo, ahora existe cierta incertidumbre en cuanto a la calidad de esos consejos.
Pero aunque las divulgaciones de conflictos de intereses efectivamente disminuyen la confianza en el asesoramiento, posiblemente la respuesta «correcta» a tales divulgaciones, también pueden aumentar de manera contradictoria el cumplimiento de ese asesoramiento desconfiado.
¿Por qué? Porque la otra persona ahora siente una mayor presión para cumplir con un consejo en el que no confía, ya que rechazarlo insinúa que la otra persona ha sido corrompida por el conflicto de intereses y no es de fiar. La gente se resiste a manifestar desconfianza en otra persona. La ansiedad por insinuaciones persiste independientemente del tamaño del conflicto de intereses, pero puede reducirse si las personas pueden tomar sus decisiones en privado, lejos de la presión de su asesor o empleador.
A medida que los empleados navegan por el cambio de regreso al trabajo en persona, los empleadores deben considerar el papel de la ansiedad por insinuación que aumenta la presión sobre sus trabajadores para que cumplan de mala gana con las nuevas políticas de trabajo en persona. Si los empleados se sienten incapaces de expresar su malestar o elegir opciones de trabajo más flexibles, las organizaciones pueden terminar perdiendo su mejor talento en lugares de trabajo con una comunicación más abierta y flexible.
En fin, aunque he terminado con algunas alusiones a la Psicología de la salud, mi única intención era desearles unas felices vacaciones y que reanudemos el próximo curso en septiembre con optimismo y comprobando que las únicas “olas” que nos quedan en el pensamiento son los recuerdos playeros.