Tradicionalmente siempre que se habla de códigos en medicina, se menciona en primer lugar a Hipócrates, médico griego que vivió varios siglos anteriores a la muerte de Jesucristo, y la obligación de jurar ante sus normas de aquel dignifica todavía a la profesión de nuestros días.

Era increíble su saber y sus pensamientos en aquella época, donde ni siquiera existía la profesión como tal, sino que era ejercida oficialmente por magos, sabios o filósofos, o todo ello junto.

Pero tomar el juramento es tan fácil como charlar externamente; llevarlo a cabo es la parte difícil del trabajo. El objetivo del Juramento Hipocrático de “no hacer daño” es, de hecho, más fácil decirlo que hacerlo.

Los problemas médicos a menudo son matizados, involucran a muchas partes y también, con frecuencia incurren en costos elevados. En un mundo que se está volviendo cada vez más complejo, debido en parte a los avances en la tecnología, estos dilemas éticos recuerdan a los proveedores de atención médica lo difícil que es estar en la industria de la salud.

Definimos un Código de Ética profesional como un conjunto de normas de conducta profesional respaldadas por principios que constituyen su marco teórico-ético. Necesariamente tiene un carácter no exhaustivo.

 

Las empresas sanitarias que cuentan con un código de ética promueven la integridad de sus empleados al facilitar que se comporten de manera socialmente aceptable y respetuosa, ya que les resulta más sencillo saber cómo enfrentar cuestiones éticas cuando tienen pautas a seguir.

 

Y es que, casualmente, estoy delante de una preciosa reproducción que me han regalado sobre la Oración de Maimónides, que se atribuye a un médico judío sefardí del siglo XII, nacido en Córdoba, llamado Moshé Ben Maimón y que, en catorce párrafos (¿o puedo decir mandamientos?), reproduce los principios éticos de cualquier profesional, médico en este caso, (aunque en aquella época prácticamente no existían otras profesiones sanitarias), al salir de casa por la mañana para iniciar su dura jornada de trabajo.

Evidentemente ya estaba reconocida, eso si aún con tinieblas, la profesión médica de forma mucho más próxima a nosotros.

Hay párrafos tan bellos en dicha reproducción como:

“Inspírame un gran amor a mi arte y a Tus criaturas. No permitas que la sed de ganancias o que la ambición de renombre y admiración echen a perder mi trabajo, pues son enemigos de la verdad y del amor a la humanidad y pueden desviarme del noble deber de atender al bienestar de Tus criaturas”.

“Concédeme que mis pacientes tengan confianza en mí y en mi arte y sigan mis prescripciones y mi consejo. Aleja de su lado a los charlatanes y a la multitud de los parientes oficiosos y sabelotodo, gente cruel que con arrogancia echa a perder los mejores propósitos de nuestro arte y a menudo lleva a la muerte a Tus criaturas”.

“Haz que sea moderado en todo excepto en el deseo de conocer el arte de mi profesión. No permitas que me engañe el pensamiento de que ya sé bastante. Por el contrario, concédeme la fuerza, la alegría y la ambición de saber más cada día. Pues el arte es inacabable y la mente del hombre siempre puede crecer”.

Lectores a los que estoy tan agradecido por seguir mis escritos, de verdad, buscar estos textos y disfrutaréis con ello. Es un regalo que os hago. No los textos, claro, sino la motivación para que lo hagáis.

Y si además reflexionáis sobre ellos, incluso podéis comentarlos con buenos amigos o familiares. Os garantizo que será un verdadero placer y la constatación de que sus ruegos en la oración contienen casi los mismos elementos y preocupaciones de cualquier honesto profesional sanitario de la actualidad. Y, como mucho, varía la terminología que ahora aplicamos a ello.

Ya solo en los tres párrafos que he transcrito de esa Oración aparecen muchos de los peligros existentes en la práctica profesional de hoy.

Por ejemplo, las tentaciones comerciales del entorno del médico que conllevan bienes materiales excesivos, el amor a los egos desmedidos y competitivos contra otros compañeros, la pérdida de ese plus vocacional de servicio a los pacientes en todo momento, la necesidad de formación continuada de verdad y de un cumplimiento terapéutico o adherencia correctos, la implicación en educación de los pacientes, etc.

Las empresas sanitarias que cuentan con un código de ética promueven la integridad de sus empleados

Incluso me admira su mensaje respecto a la alegría de ejercer su profesión, cuando hoy en día tanto se habla de falta de motivación en muchas circunstancias.

Para mí, que he estudiado y desarrollado hace ya tiempo algunos códigos éticos de instituciones donde he prestado servicios profesionales, esta Oración, junto a la Formula Commitis Archiatrorum, del romano Cassiodorus, y a La conducta del médico, del musulmán Ishaq ibn Ali al-Ruhawi (también cordobés), anteriores a Maimónides, forman parte de la base de la historia de estos modelos de comportamiento profesional.

En todos ellos hay elementos de coincidencia, sobre todo en los aspectos de: equidad, autonomía, confidencialidad, respeto, dignidad, solidaridad, honestidad, lealtad y justicia, valores que fundamentan la atención al paciente de los médicos desde el principio de los tiempos hasta nuestros días.

Y esta antigüedad constituye una garantía de seguridad y ofrece muy pocas grietas para discutir, porque, además se han ido cerrando en el tiempo, las pequeñas fisuras, en forma de matices, que han ido produciéndose.

Y esas fisuras sirven, además, para actualizar conceptos importantes de nuestros días como la medicina defensiva, el efecto placebo, la comunicación de noticias fatales para el paciente, la muerte asistida por un médico (suicidio asistido y eutanasia pasiva), la compra de órganos, la asistencia a pacientes sin recursos económicos para pagarla o la sustitución de la asistencia personal por la telemedicina, por mencionar algunos ejemplos.

Igual descripción, incluso más larga, podríamos hacer con las controversias éticas de la investigación actual.

Sobre la gestión de todos estos conceptos se podrían hacer artículos amplios en esta revista y quizás los realicemos pronto. Algunos ya se han tratado, aunque no de forma monográfica.

Pero no quiero dejar en el alero solamente un brevísimo comentario, como obligación formal general que vale para resolver todos los problemas éticos: en todas ellas la comunicación médico-paciente es la clave de su resolución.

Y añadir otras cinco obligaciones particulares:

  • La obligación del profesional de mantener su propia salud y bienestar como médico.
  • Usar las redes sociales de forma profesional.
  • Informar sobre comportamientos incompetentes o poco éticos por parte de colegas.
  • Involucrar a estudiantes de medicina en la atención al paciente.
  • Aceptar muy selectivamente regalos de pacientes.

 

Y no me atrevo a incluirlo como una obligación, pero sí como algo que considero imprescindible. Es el respeto a todos los agentes del sistema sanitario, pero, fundamentalmente, a la industria farmacéutica, pues considero que se está perdiendo en muchos casos, impulsado por políticos sectarios sin sentido común, ignorantes de todo y solo llenos de mensajes retro.

Es básica para el ejercicio médico, no solo a nivel asistencial, sino de formación, por ejemplo, entre otras actividades y ha hecho enormes esfuerzos de auto critica del pasado ya lejano, con un magnifico código ético creado desde cero para olvidar prácticas execrables de “tarugo” (¿alguien recuerda ya esta palabra?), que yo viví personalmente hace más de cuarenta años, cuando era un modesto responsable de marketing en uno de esos laboratorios que la conforman.

La pena es que esa práctica ahora la realizan otros, de forma diferente, que carecen de ese código y que influyen en otros decisores importantes de compras dentro del organigrama de los hospitales públicos o privados….

En fin, espero que podamos incidir juntos en la continua actualización de esta ética que ha resistido tantos siglos.

Y, por favor, un poco de creatividad al redactar los códigos éticos, no copiemos unos de otros como se hace mucho con las acreditaciones de calidad. Dan la impresión más de hacerlo por obligación que por necesidad real, y banalizan algo tan importante como esto.

Mejor que nada es, pero que sean revisados por estamentos profesionales superiores o similares pues, de lo contrario… ¡me sigo quedando solo con Maimónides!