Desgraciadamente, desde hace unos meses, nos movemos entre oleadas, tsunamis, brotes, rebrotes y similares acepciones, por culpa de la odiosa pandemia en la que estamos inmersos. No voy a tratar de describir etimológicamente qué significa cada una de ellas porque corresponde a otra disciplina diferente de la gestión, pero sí me gustaría aclarar un poco su aplicación en estos días a nuestro tema de la pandemia. Ello es útil para nuestro mundo de la gestión, pues la información es clave en su devenir, forma parte de ella, y debe ser lo más precisa posible para contribuir a la cultura sanitaria popular.
Pero solo su aplicación, porque si nos dejamos arrastrar por este baile de palabras utilizadas, entraremos en el juego de los políticos en general, que así justifican sus ineficacias y defienden sus errores con términos confusos.
Cuando los expertos hablan de oleada, no se refieren habitualmente a los brotes que surgen de forma descontrolada, pues son localizados, y es normal que se tomen medidas para cerrar y abrir determinadas zonas para aislar y controlar los focos.
Es una desgracia para la ciudad, pueblo o barrio que le toca, pero es una buena noticia que estén localizados porque, si no, el brote se estaría formando otra vez y daría lugar al rebrote.
¿Cuándo pasan esos brotes a convertirse en una nueva oleada? Es difícil establecer un límite entre una y otra, aunque quizás la diferencia principal es que se vea una escalada de contagios sin control. Cuando empiezan a subir los casos, no hay manera de pararlos y hay que poner medidas en marcha para aplanar la curva, eso es una oleada. La primera, la segunda y sucesivas.
Y sin saber hacia dónde va a ir, con un alto grado de incertidumbre provocada por el desconocimiento, lo cierto es que, mirando a pandemias anteriores, el riesgo de segundas oleadas es real y aquí estamos ahora.
A principios de junio de este año, de forma tímida, ya lo aseguró el director regional de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para Europa, Hans Kluge pues, si bien dijo que la segunda ola no era inevitable, completó su frase diciendo que cada vez más países están levantando sus restricciones, y ello aumentaba notablemente la amenaza de resurrección de los contagios.
Solo tres semanas después, la misma OMS volvió sobre el tema, y esta vez puso nombre a sus temores: otoño y “gripe española”. La comparación era con esta pandemia que, en 1918, se comportó exactamente como el COVID hasta ahora.
Descendió en verano y retornó ferozmente en septiembre y octubre, causando 50 millones de muertos durante la segunda ola, con un índice mucho más alto de mortalidad que en la primera.
Lo cierto es que tampoco debe compararse todo siempre con situaciones anteriores, pues no hay ningún patrón específico que explique esto ni permita hacer predicciones de magnitudes. Depende mucho de los virus, que en este caso, parecen son muy distintos y menos letales, y del comportamiento de las personas.
Los tiempos son diferentes y también las circunstancias. Ahora tenemos más conocimiento sobre el virus y más herramientas para frenar los contagios. Disponemos de un sistema sanitario de alerta dotado de medios predictivos, infraestructuras más a medida de las necesidades y una cultura mejor de la población hacia medidas higiénico-sanitarias.
Pero para los profetas del Apocalipsis, para los que solo desean transmitir pesimismo y vender noticias negativas, sería malo que la segunda oleada no fuera peor que la primera. Lamentable su comportamiento. Y se les permite decirlo en programas de televisión que rayan la vergüenza y perjudican a la ciudadanía.
Pero, sin necesidad de comparaciones, lo que sí es cierto totalmente es que si estos nuevos brotes no se gestionan bien, la segunda ola puede ser muy destructiva.
Si estos nuevos brotes no se gestionan bien, la segunda ola puede ser muy destructiva
El virus va a seguir mucho tiempo con nosotros, que ocurran nuevos brotes es normal, lo que es fundamental es que se controlen. Este es el papel básico que debe jugar la gestión sanitaria como una oportunidad de demostrar su gran utilidad para la humanidad.
Y es cuando surge la pregunta de la cabecera del artículo: hemos tenido una primera ola muy catastrófica, con España situada entre los países más dañados y con peor gestión política, como atestiguan todos los indicadores internacionales.
Sabemos que esta segunda ola vendría, ya está con nosotros; han pasado ocho meses desde que tenemos aquí declarado el virus, ¿y ahora qué?, ¿hemos aprendido de los múltiples errores cometidos, de las ausencias de recursos injustificadas?, ¿hemos asimilado las indicaciones que se han transmitido para mejorar desde instituciones privadas, fundaciones, escuelas de negocio, expertos escribiendo en nuestra propia revista, por ejemplo? La impresión en la calle es que no.
Analicemos solo algunos de los aspectos importantes que apoyan esa opinión:
Necesidad de acelerar la transformación digital de las empresas y de la Administración Pública frente a una segunda ola del coronavirus.
La digitalización ha revelado ser de las respuestas más populares a la crisis sanitaria y económica actual. Con el fin de mantener la actividad en marcha, muchas empresas sanitarias se han adaptado a las nuevas políticas de teletrabajo, las reuniones en remoto y la tramitación a distancia de procesos internos.
Incluso las empresas más conservadoras se han visto obligadas a evolucionar y modernizar sus flujos de trabajo para adecuarse a esta realidad.
Pese a la vuelta progresiva a la normalidad, la alta probabilidad de una segunda ola de restricciones, que otra vez interrumpiría las actividades comerciales, ha mantenido en alerta a las empresas.
Para evitar que la situación las coja desprevenidas, y simplemente suponga adaptarse a las circunstancias, es recomendable tomar la iniciativa para fomentar la transformación digital lo antes posible, en un sector, el sanitario, con reconocido retraso en comparación con otras actividades económicas.
Gracias a la experiencia única de la pandemia, los empresarios ya disponen de mucha información sobre procesos, departamentos o sistemas informáticos que fueron estorbos o incluso obstáculos en la actividad diaria durante el confinamiento, es decir, que necesitan digitalizarse con urgencia.
Además, deben activar su nivel de innovación tecnológica, involucrando a los departamentos de TI (tecnología de la información), Seguridad y Compliance. Ellos tienen el poder de autorizar o detener una iniciativa y también la responsabilidad de garantizar que el enfoque dado a las mejoras digitales cumpla con las políticas internas de la empresa. Será una mejora muy importante que las revalorizará en el tiempo.
Pero si en el mundo de los hospitales, clínicas, aseguradoras, “se han puesto las pilas” rápidamente, no ha sido igual en el mundo de las administraciones públicas, aún muy atrasadas en esta transformación digital y, para colmo, como siempre, siguiendo diecisiete criterios y marchas diferentes según cada comunidad autónoma. Cada una de estas informa de lo que quiere, cuando quiere y como quiere.
Todo ello lo que ha conllevado es a la no existencia de un análisis adecuado de las tendencias, a no tener datos transparentes inmediatos y uniformes, una significativa variabilidad de fechas de comparación, distintos criterios de medición, etcétera. Y sin datos hoy, menos aún que en el pasado, no se puede gestionar bien.
Y no se han aprovechado tampoco estos meses incorporando algún dato de mayor optimismo, por ejemplo, el número de pacientes curados, que es claramente creciente, o el de ingresados en UCI hasta hace poco.
Las CCAA. Es repetir lo que cualquier analista imparcial de la sanidad española piensa en este momento de su evolución dirigida por la gestión pública: los reinos de Taifas reproducidos en el siglo XXI.
A lo dicho anteriormente sobre las distintas velocidades de la transformación digital, hemos de añadir la clara insolidaridad entre algunas de estas comunidades, lo que impide una buena coordinación que haría factibles muchas medidas, como la que tanto se ha hablado, sin utilizar aún, de poder reubicar profesionales sanitarios donde más falta hagan, a nivel nacional, durante esta pandemia.
Recientemente hay un rayo de esperanza con la iniciativa de la Comunidad de Madrid de coordinar acciones anti-COVID con las de Castilla-La Mancha y Castilla y León muy bien acogida por estas.
Comunicación. En vez de los mensajes demasiado triunfalistas de las autoridades centrales sobre el control efectivo de la pandemia, y no verdaderos, debería haberse hecho mucho más esfuerzo, durante estos meses de relativa tregua, en comunicar a la población la necesidad de que cuando llegara esta segunda oleada de la pandemia, no acudieran al hospital sino al centro de salud en primera instancia. Y que los PCR no se solicitan en los hospitales públicos como si fuera un obsequio de cortesía que estos hacen a sus visitantes, sino solo para los sintomáticos.
Se ha hecho bien, y se sigue haciendo, con los temas de necesidad de la higiene de manos y general, o de mantener las distancias, pero se ha aflojado, quizás por intereses económicos, en indicar restricciones en el mundo del ocio y actividades dentro de espacios cerrados. Y no me refiero solo a discotecas u otros locales nocturnos. También a algunas actividades deportivas.
Sus excesos consentidos los van a pagar después los ya agotados profesionales sanitarios y el resto de ciudadanos que se han sometido rigurosamente a las normas, y que verán limitadas sus justas aspiraciones asistenciales.
Y dentro de lo difícil que resulta ese control, aunque sea repetirme, tampoco se han perseguido las innumerables fake news difundidas en medios también oficiales por los llamados influencers que vaticinan las catástrofes cuan gurús de la falsedad, y que tienen muchos seguidores.
Un reto de estos días, muy importante, en donde la comunicación oficial puede jugar un papel clave es en que la población sepa distinguir entre los síntomas del COVID, los de la gripe común y los de otras infecciones respiratorias, y procure no colapsar los hospitales innecesariamente.
Ayudar más a la medicina privada, que tanto está colaborando en esta crisis, y que a estas alturas aún no ha cobrado sus servicios de hace seis meses, lo que les está llevando a planteamientos de posibles cierres por asfixia económica. Y vale tanto para los pacientes de COVID como de todos aquellos con otras patologías de tratamiento imprescindible.
Apoyar al turismo. España es un país de vida social y familiar muy latina, de proximidad y dependencia de la afectividad. Quizás por ello es, o era, el segundo país del mundo con más tráfico de extranjeros y con fuerte influencia en la economía.
Sin ocultar ni negar los hechos, hay que mejorar la imagen del país, defenderla más.
Se puede hablar en estos momentos, inmersos en una segunda oleada, más de casos hospitalizados que de diagnosticados. O de curaciones (casi ni se citan), o de más baja letalidad, o de número de asintomáticos… Darían mensajes más positivos. Lo hacen otros países con menos interés en tener imagen turística atractiva.
¿Por qué mirar y destacar solo el dato malo? Esto solo es echar carnaza a los medios de comunicación sensacionalistas. Todo el mundo sabe que el mal dato es el que vende…
Más ciencia. Se ha incrementado el apoyo moral y de potenciar la profesión de investigador en estos meses, es verdad, pero, además, hay que destinar rápidamente más dinero para que se conozca mejor al virus. Conocer al enemigo bien es fundamental en las guerras, y esto lo es. Una guerra donde los servicios de inteligencia deben actuar rápida y eficazmente en este sentido.
Hay que apoyarse más en ella y no inventarse comités científicos que ni siquiera existían y deterioraban la imagen del colectivo experto de verdad.
En fin, para terminar, lo que la gestión debe hacer continuamente es anticiparse a los acontecimientos. Con su mejor arma, los datos.
Lo primero es suministrar escudos de protección a sus soldados (EPIs y otros productos sanitarios imprescindibles para los profesionales sanitarios) certificados y de proveedores avalados. Tener al menos un stock de dos meses en todos los casos. Afortunadamente, no parece que haya grandes problemas comparados con los terribles que hubo. Crucemos los dedos si la incidencia de pacientes aumenta.
El virus y sus consecuencias ya no suponen una sorpresa como durante la primera oleada. Con un profesional y serio análisis de datos y con el arsenal de herramientas que disponemos actualmente (incluyo, por supuesto, big data), se pueden evitar los colapsos hospitalarios y prever catástrofes. Y rastrear adecuadamente, aunque, sin duda, los mejores rastreadores son los propios pacientes infectados que saben donde han estado. Además, mantener y exigir la obligatoriedad de hacer PCR a los infectados y utilizar el radar COVID.
Y no desanimarse, tenemos que vivir con ello bastante tiempo, y demostrar por qué somos animales racionales, la única especie viva con este poder.