«La mejor pastilla es tener un buen médico de familia”.

Desconozco el origen de esta frase popular, pero la he oído innumerables veces, aunque, si la deseas repetir, te aconsejo que elijas muy bien el foro apropiado, pues te dirán eso de que es muy acertada, o de que solo es fruto de la nostalgia popular hacia los entrañables antiguos médicos de cabecera y que, realmente, “hoy en día no hacen casi nada, todo lo derivan”.

Coincidiendo con sus propias autocríticas: “No llegamos a lo que tenemos que ofrecer, las derivaciones aumentan, los errores también y la sensación de desconfianza de los pacientes”.

Bueno, lo cierto es que deseo escribir hoy este artículo, porque debo ser el único articulista de sanidad que a estas alturas no ha escrito ya sobre estos médicos especialistas y su problemática.

No es totalmente verdad, porque si les he tenido en cuenta en innumerables ocasiones de mis más de 300 artículos escritos en New Medical Economics desde su primera aparición en el año 2000.

Lo que es cierto es que, ahora, son el problema y la solución de todos los dolores de cabeza que se crean en nuestro deteriorado sistema sanitario. Casi todos los expertos lo piensan y lo predican.

El colmo ya ha sido poder comprobar el poco interés de las nuevas generaciones de MIR por ocupar las plazas vacantes de este año, pese a existir un cierto y preocupante nivel de paro en la profesión. Se han ofertado cerca de 2000 plazas y han quedado un 8%, más o menos, de ellas, sin cubrir. Bastantes aspirantes al MIR se han quedado voluntariamente sin hacerlo al no elegir Atención Primaria (AP).

Eso sí, todos esos “expertos” adivinadores ahora dicen que se veía venir esta crisis de su existencia desde hace años.

‘Urge poner en marcha incentivos para cortar la huida y contribuir a amortiguar el déficit de médicos a corto plazo’

Desde mi observatorio personal, la verdad es que yo me voy a diferenciar al menos un poco y pienso que, cuando se ha puesto de relieve con notoriedad, ha sido en los últimos cinco o seis años, justo cuando a nivel anecdótico recuerdo que una médico gallega, Verónica Casado, fue nombrada la mejor especialista de AP del mundo (año 2018). Paradojas de la vida.

Porque, recordemos, que el especialista de Atención Primaria es el mismo que el especialista en Medicina de Familia (MF), y el heredero de aquel médico de cabecera ya nombrado con anterioridad.

A mediados de la década de los sesenta se comenzó a sentir la necesidad de un nuevo médico general, entendido como un profesional entrenado y orientado hacia aquello que, precisamente, las especialidades no pueden ni deben hacer, es decir, la atención integral y continuada de las personas.

Desde entonces, y hasta la actualidad, se han propuesto varias definiciones de este nuevo médico general o médico de familia, de las cuales creemos más relevante la siguiente:

El médico de familia es el profesional que, ante todo, es responsable de proporcionar atención integral y continuada a todo individuo que solicite asistencia médica, y puede implicar, para ello, a otros profesionales de la salud que prestarán sus servicios cuando sea necesario.

Y es un generalista, en tanto que acepta a toda persona que solicita atención, al contrario que otros profesionales o especialistas, que limitan la accesibilidad de sus servicios en función de edad, sexo y diagnóstico de los pacientes.

Además, atiende al individuo en el contexto de la familia y a esta en el contexto de la comunidad de la que forma parte, sin tener en cuenta la raza, religión, cultura o clase social, y es competente clínicamente para proporcionar la mayor parte de la atención que necesita el individuo, después de considerar su situación cultural, socioeconómica y psicológica.

En definitiva, se responsabiliza personalmente de prestar una atención integral y continuada a sus pacientes.

Ejerce su papel profesional proporcionando atención directamente, o a través de los servicios de otros profesionales, en función de las necesidades de salud y de los recursos disponibles en la comunidad en la que trabaja.

Ahora, para meternos más en faena, usaré otra famosa frase tópica: “El médico de familia es la puerta de entrada a todo el sistema sanitario español”.

Verdaderamente es un piropo, porque casi nadie duda de que es un valor notable en el primer contacto con el paciente. Pero los mismos compañeros de profesión, del mismo hospital al que están adscritos que dicen eso, y medio a escondidas, le añaden ya calificativos no tan afectuosos: posee poca formación en terapias avanzadas y nadie les ayuda, les hacen un apartado y la Administración no hace nada por mediar entre ambos niveles asistenciales e, incluso, les añade más y más carga de trabajo que no les permite ni actualizarse a costa de su bolsillo.

El más reciente ejemplo lo tenemos en el impulso que se está dando a que ellos traten desde el principio la salud mental de sus pacientes correspondientes, en un momento en el que esta patología crece de forma exponencial en España y, muy posiblemente, en todo el mundo.

Podríamos decir ya las razones por las que muchos MIR no quieren ser médicos de familia: están sobrecargados, infravalorados y desprestigiados. Lo que ven y oyen en su entorno.

Entre las principales quejas de los profesionales se encuentran la grave presión asistencial, la eventualidad de la mayoría de los contratos (cuando firmas uno puede ser por días o en diferentes lugares, como correturnos o apagafuegos), y la sensación de descrédito por parte tanto de pacientes como de otros médicos.

A pesar de ello, los que eligen esta especialidad en el MIR, siendo conscientes de lo que les espera, casi son héroes, pero tienen verdadera vocación y están convencidos de la esencialidad de esta área, aunque también reconocen que no descartan ejercer fuera de España en el futuro, a otros países que les ofrezcan mejores condiciones laborales.

Esta es una fuga de talento habitual que debería ser tomada muy en serio y alertar de las consecuencias tan negativas que supone para el sistema sanitario español.

Y es que no hay más que darse una vuelta por los centros de salud públicos donde se atienden más de 50 pacientes diarios, contando con menos de siete minutos para las consultas individuales. Y a veces se tarda solo cinco en dar los buenos días y esperar a que la persona se desvista para la exploración. Resulta extremadamente difícil y frustrante así el buen ejercicio de la especialidad.

La reputación de los médicos de familia no suele ser buena y sus funciones tampoco son ampliamente reconocidas. Incluso hay gente que ni siquiera la considera una especialidad.

Hay dos razones fundamentales según mi criterio: una, se les juzga por algo ajeno a ellos, el entorno, lo que ahora se llama valor en términos de gestión…Y todos sabemos cómo funcionan de caóticos, a nivel organizativo, muchos centros de salud (teléfonos para citas desconectados a propósito, malas caras, trámites realizados por personas no adecuadas.). Grave problema, porque uno de cada tres médicos españoles trabajan en ellos.

Esta primera razón, y la sobrecarga de trabajo consecuente, les están, curiosamente, llevando al desequilibrio emocional, y a estar abocados a algo tan terrible como padecimientos agudos de insomnio en un alto porcentaje (47% del total de ellos en ejercicio).

Una encuesta reciente de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) revela cómo el 64% de los médicos preguntados declaró que el insomnio ha afectado a su salud mental, y que el 51% de los médicos de AP asegura tomar ansiolíticos e hipnosedantes para dormir.

La otra razón, algo enlazada con la anterior, es la falta de clarificación del perfil del médico de familia frente a la población e, incluso, frente a ellos mismos, porque el elemento central del diagnóstico y tratamiento del médico de familia es identificar la experiencia relacional del paciente y considerarla globalmente, y la formación que están recibiendo los médicos no está respondiendo a estas necesidades.

En fin, es hora de ir concluyendo y, como nunca diré mejor…, el diagnóstico del presente es preocupante, e importantísimo, en nuestra sanidad.

Hay notorias señales de alarma de que los médicos de familia que no huyen hacia el extranjero como decía en un principio, lo hacen hacia las urgencias o la red privada (para evitar integrarse en los centros de salud), aunque en este segundo destino tampoco encuentran la felicidad, al no encontrarse debidamente recompensados como otras especialidades médicas y las aseguradoras les dan poco relieve.

Urge poner en marcha incentivos para cortar la huida y contribuir a amortiguar el déficit de médicos a corto plazo. Tanto de nuevos médicos como en ejercicio, y también para aquellos que están a punto de jubilarse, para los que se sugiere la vía de retrasar ese hecho de forma voluntaria.

Este esfuerzo por parte de todos es fundamental ya que, debido a la bajada de la natalidad harán falta menos pediatras y más especialistas de enfermedades asociadas al envejecimiento y a pacientes pluripatológicos. La medicina de familia y la medicina interna serán piezas más esenciales del sistema sanitario en detrimento de otras necesidades de especialistas.

¿Qué podría retener a los profesionales? Es fácil, además de lo económico, una mayor flexibilidad en los turnos y posibilidades de investigar y formarse.

A modo de ejemplos, solo dos: la Comunidad de Madrid ha ofrecido importantes complementos en dinero para su actividad laboral diaria y que los contratos sean mucho más duraderos, o Aragón que, además, ofrece planes interesantes de conciliación familiar.

Otras añaden mejoras ante condiciones rurales geográficas adversas, tiempo libre para poder incorporarse a programas de I+D+i, masters gratuitos, etc., orientadas a lograr una mayor cooperación en formación y consultoría, reordenar la cartera de servicios, prestar mayor atención a la experiencia del paciente o incrementar medios técnicos de salud digital y telemedicina.

Si este es el panorama presente, el futuro no es mucho mejor. Se estima que se presenta la medicina de familia como la especialidad con peor pronóstico en cuanto a falta de médicos, la segunda con las plantillas más mayores (un 33% tiene más de 60 años), y aquella que va a necesitar de más recursos humanos por el envejecimiento de la población.

La situación es tan obvia que no puede ser invisible. Requiere soluciones desde los políticos, y no siempre es fácil cuando estos siempre buscan el cortoplacismo y que le caiga a otro el desastre total.

Y, así, el compromiso para reforzar la Atención Primaria aún está solo sobre el papel y sin presupuesto asignado.

Moraleja: un sí rotundo a la salud mental desde AP, pero evitando que ellos no sean los pacientes más numerosos a tratar.