Cuando hablamos de este fenómeno nos estamos refiriendo a una situación en la que el individuo sufre una limitación importante de las funciones cognitivas y físicas que provocan una disminución y un deterioro en su capacidad a la hora de realizar actividades habituales de la vida diaria, generando por lo tanto una situación de riesgo de inestabilidad y vulnerabilidad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la fragilidad como un estado clínicamente reconocible, en el que se ve comprometida la capacidad para hacer frente a factores estresantes cotidianos o agudos, con una mayor vulnerabilidad provocada por la disminución, asociada a la edad, en la reserva fisiológica y la función en múltiples órganos y sistemas.
Un grupo de consenso liderado por JE Morley definió fragilidad como “un síndrome médico de causas múltiples caracterizado por pérdida de fuerza y resistencia, y disminución de la función fisiológica, que aumenta la vulnerabilidad individual para desarrollar dependencia o fallecer”.
La fragilidad se asocia a un mayor riesgo de resultados adversos en salud y progresión a discapacidad en actividades básicas de la vida diaria -ABVD-, dependencia, comorbilidades, caídas, frecuentación de consultas y urgencias, hospitalización, institucionalización, y muerte; así como a una mala calidad de vida e incremento notable en los costes sanitarios.
La prevalencia estimada en España es del 19% (en Atención Primaria hasta un 29%, en residencias hasta un 69%). En Europa el rango oscila del 4 al 27%, en atención primaria del 12% y en residencias del 45%. Es más común en personas con mayores rangos de edad, en mujeres y en grupos con un menor nivel educativo o de ingresos bajos.
Según estimaciones y proyecciones realizadas por el INE, en el año 2050 más del 30% de la población española estará por encima de los 65 años (cerca de 13 millones) y habrá más de 4 millones de personas con más de 80 años, ello supone más del 30% del total de la población mayor de 65 años.
Estas cifras y datos nos aportan una fotografía que no deja de generar inquietud, puesto que los retos a los que se enfrenta el sistema sanitario y sociosanitario son de una gran envergadura en todos los ámbitos, y las tensiones presupuestarias y financieras van a ser muy importantes, eso sin tener en cuenta otros aspectos como el coste de la innovación, las nuevas formas de enfermar o las enfermedades emergentes por múltiples causas.
Ante un panorama de envejecimiento progresivo de la población e incremento de la esperanza de vida no podemos retrotraernos a las consecuencias que estas situaciones llevan acarreadas, una de ellas, de las más importantes, es el de la fragilidad por todo lo que supone para el individuo, para el propio sistema sanitario y sociosanitario y por supuesto para el entorno más próximo que es el de la familia.
Pensemos en que este tipo de personas van adquiriendo un progresivo deterioro que les lleva a ser especialmente vulnerables y precisan en buena parte de los casos ayuda para poder llevar una vida lo más aceptable posible en términos de bienestar y calidad de vida.
De forma paralela a esta evolución sociodemográfica poblacional discurre el cauce de la nueva medicina que se va implantando de la mano de las tecnologías de la información y la comunicación, me refiero a la medicina digital en sus múltiples formas y formatos, que junto a otras consideraciones nos está llevando a generar una medicina más predictiva, precisa y personalizada, además de tener un carácter más poblacional, participativo y preventivo en el que el paciente y el profesional adquieren una relevancia muy especial a la hora de gestionar y actuar de una forma corresponsable sobre la salud.
Llegados a este punto me gustaría enfatizar el aspecto preventivo y predictivo, que como en tantas ocasiones y momentos se ha visto que son claves a la hora de abordar con éxito las dificultades que nos plantea el fenómeno de la fragilidad. Por ello, es clave que sepamos detectar este fenómeno antes de que se haya implantado en el individuo o si ya lo ha hecho seamos capaces de frenar lo más posible su evolución. Organizaciones como el Instituto ProPatiens están trabajando con intensidad en este contexto asistencial, poniendo de relieve no solo el problema, sino también sus consecuencias a todos los niveles.
Ante lo que podríamos denominar como prefragilidad, antesala de la fragilidad y la dependencia solo cabe un diagnóstico precoz certero mediante pruebas analíticas que determinan marcadores biológicos relacionados, examen clínico exhaustivo en consulta con múltiples técnicas y pruebas específicas, así como mediante una buena entrevista médica que tenga en cuenta los antecedentes, género y hábitos de vida de la persona en cuestión.
En este contexto de análisis acerca del fenómeno de la prefragilidad y fragilidad los servicios de Geriatría de los Hospitales de Getafe y Albacete han participado en un proyecto de investigación europeo (FACET) para el seguimiento médico en domicilio, de personas mayores con fragilidad. La multinacional tecnológica GMV ha coordinado técnicamente el proyecto, usando su plataforma de medicina no presencial Antari que permite prescribir de forma remota un plan terapéutico y personalizarlo según la evolución del paciente en su hogar, monitorizándolo de forma continua.
La fragilidad se asocia a un mayor riesgo de resultados adversos en salud y progresión a discapacidad en actividades básicas de la vida diaria
El estudio se ha prolongado durante 1 año y ha estudiado la evolución de varones con una media de edad de 82 años y mujeres con una media de 65 años monitorizándolos en domicilio para detectar el inicio de la fragilidad y evaluar su evolución; para ello se dispusieron en su lugar de residencia habitual sensores para registrar una serie de variables relevantes con los que medir el grado de fragilidad tales como: ejercicio físico realizado (velocidad de la marcha, potencia en las extremidades inferiores, etc.); adherencia al plan terapéutico o seguimiento de la dieta recomendada.
De este análisis se desprende que “las personas monitorizadas a distancia con la plataforma de telemedicina o de atención no presencial experimentaron un retraso en la progresión de la fragilidad, así como en las transiciones hacia ella a partir del tercer mes de observación (de no frágil a frágil). Asimismo, se ha disminuido el uso de recursos sanitarios, gracias a que los médicos han podido seguir los cambios en el estado funcional del paciente y prescribir planes terapéuticos acordes con la evolución de su proceso principal y de los concomitantes que el individuo pudiera padecer. El ejercicio físico, recomendaciones nutricionales adaptadas a las necesidades de las personas mayores y seguir el plan terapéutico prescrito en cada caso marcan la diferencia en este colectivo, consiguiendo retardar la fragilidad o incapacidad”.
Reconocer y entender la fragilidad supone un cambio de mentalidad, pasando de las estrategias centradas en el tratamiento de las enfermedades a otras basadas en la detección e intervención en fases tempranas del deterioro funcional.
En resumen, el concepto de prefragilidad y fregilidad ha surgido en las últimas dos décadas motivado fundamentalmente por el incremento en la esperanza de vida, la cronicidad asociada, la coincidencia de diversas patologías (comorbilidades) y por lo tanto de tratamientos asociados en el mismo paciente y es uno de los más innovadores dentro del campo de la salud y las ciencias sociales. Este concepto supone un reto al que han de enfrentarse sin duda los sistemas sanitarios mediante una orientación clara a las necesidades que plantea el problema tanto desde el punto de vista sanitario como sociosanitario.
Ante situaciones de estas características los cuidados en domicilio o en centros residenciales se hace imprescindible y para ello la coordinación de todos los recursos disponibles sanitarios y sociosanitarios son clave. Hemos de tener en cuenta que llegados al momento en el que el paciente es dependiente, las ayudas a su situación son hoy por hoy muy escasas, difícilmente accesibles, puesto que normalmente los recursos de los que puede echar mano el paciente o la familia no son ni con mucho suficientes para las situaciones de deterioro progresivo que plantea y las necesidades que surgen en esta compleja situación de deterioro progresivo tanto cognitivo como funcional.
La evidencia muestra que los servicios sanitarios y sociosanitarios en domicilio mejoran la satisfacción del paciente que demanda una atención más integral, reducen el número de readmisiones hospitalarias y la utilización de otros servicios sanitarios (visitas y urgencias), además de aliviar la carga asistencial de los centros de hospitalización de agudos. Asimismo, estos servicios obtienen los mismos resultados en términos de mortalidad y recuperación funcional de los pacientes que los que se obtienen en centros de hospitalización de agudos.
Todos estos datos instan a los expertos a reclamar una serie de medidas de implantación urgente para hacer posible el desarrollo de un sistema de cuidados al mismo nivel que los países de nuestro entorno, basado en centros específicos, unidades residenciales debidamente acreditadas y una atención domiciliaria monitorizada suficientemente formada y dotada. Y, en este escenario, el sector sanitario privado es un aliado imprescindible del sistema sanitario público para articular el conjunto de medidas necesarias y asumir el reto de manera exitosa.
En definitiva, es necesario dotar de continuidad asistencial a los cuidados sociosanitarios, actuando de una forma coordinada con la atención sanitaria, y estableciendo una estrategia que genere escenarios transversales, previsibles, accesibles y de certeza que generen confianza en la población; esto debería de ser una prioridad política evidente.
Además, es importante tener consciencia de que es necesario desarrollar un sistema de acreditación de centros para asegurar la calidad de los servicios y apostar por un desarrollo normativo que defina el perfil del beneficiario, la cartera de servicios y las bases del modelo asistencial para asegurar la equidad asistencial.