El impacto de la pandemia en el sistema sanitario es indiscutible, pues la ralentización de la respuesta a las enfermedades no COVID-19, está suponiendo un incremento de demanda asistencial pendiente de encauzar supone un importante desequilibrio entre las necesidades de los pacientes y la capacidad de respuesta de los recursos asistenciales que obligan a su optimización y a la búsqueda de todo tipo de eficiencias para lograr reequilibrar los dos parámetros.
Si bien es cierto que este impacto tiene importantes consecuencias en todas las patologías, para algunas como el cáncer, tiene especial relevancia y preocupación: Alta y numerosa variabilidad de patologías dentro del concepto cáncer, curable en una importante proporción de casos si se coge a tiempo, silenciosa en sus primeras fases en muchos casos, múltiples oportunidades terapéuticas que deben ser bien gestionadas y organizadas, alta prevalencia y no menos sensibilidad social hacia la misma.
El cáncer, en términos generales y burdos, pues cada tipo tiene su “historia compleja”, es un claro ejemplo de la necesidad de provocar el efecto venturi para poder aumentar la capacidad de respuesta del sistema. Y debe hacerse desde el proceso asistencial, que incluye desde la sospecha al diagnóstico, y del mismo a las alternativas terapéuticas, llegando a la continuidad de la asistencia en el seguimiento post tratamiento.
El punto crítico está sin duda en la detección de pacientes con sospecha de cáncer y acelerando el proceso de diagnóstico, pues cabe pensar, que una vez que el paciente esta en el radar del sistema sanitario, en una u otra cola de su proceso asistencial, las soluciones adecuadas llegan con mayor eficiencia. Lo cierto es que es complejo conocer con exactitud cuántos pacientes pueden haberse visto afectados. De manera orientativa, si tenemos en cuenta que se diagnostican unos de 280.000 enfermos, a una media de 23.000 al mes, sólo en los primeros meses de la pandemia fueron cerca de 50.000 los pacientes no diagnosticados. Los meses de freno en los programas de screening, entre otras cuestiones, habrán llevado a incrementar esta cifra.
El objetivo debe ser, por tanto, adecuar la capacidad de respuesta de los procesos asistenciales a la realidad de la demanda que, hoy por hoy, no está cuantificada
En el Acuerdo del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud del 24 de febrero de 2021, sobre la pandemia de la COVID-19 y la prevención y control del cáncer, apunta como causas, de manera resumida: la suspensión de los programas de cribado poblacional ya comentados, el acceso más difícil a los recursos de atención primaria y atención hospitalaria, el alargamiento del tiempo de acceso a las pruebas y cambios en la actitud y predisposición para acudir a los servicios sanitarios.
El objetivo debe ser, por tanto, adecuar la capacidad de respuesta de los procesos asistenciales a la realidad de la demanda que, hoy por hoy, no está cuantificada. Y es la resultante de la que se genera anualmente, más la no resuelta, ajustada por defunciones y otros parámetros. Porque la estadística permite aproximar con bastante precisión la incidencia de las enfermedades para una población dada. Lo que supone:
Conocer la demanda asistencial que aproxime el dato real de los pacientes que están pendientes de un diagnóstico y aun más sin sospecha de estar enfermos, por tiempos de cáncer y por territorios. Pues el impacto, como venimos comprobando en los estudios que venimos realizando es heterogéneo. La ausencia de un registro poblacional de cáncer nacional complica conocer la incidencia real y obliga a estimaciones más o menos acertadas. La variabilidad de la incidencia de los diferentes tipos de cáncer según las diferentes fuentes es una prueba de ello. Si para la Sociedad Española de Oncologia Médica (SEOM) en 2021 se esperan 277.394 enfermos de cáncer (fuente Red Española de Registros de Cáncer), para la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) la incidencia esperada es de 281.478.
Conocer la actividad realmente realizada durante el impacto de la pandemia, también por tipos de cáncer y territorios: programas de screening, morbilidad hospitalaria, consultas y pruebas diagnósticas, comparada con su histórico, actividad de biopsias y mortalidad.
Aproximar mediante estimaciones los tiempos medios por paciente que se vienen utilizando a lo largo del proceso asistencial.
Con ello, determinar el volumen actividad necesaria a abordar en cada uno de los procesos de la asistencia al cáncer para normalizar la atención eficiente al cáncer, haciendo hincapié a las estrategias y actuaciones para reducir el infra diagnóstico como son los programas de screening.
Analizar la capacidad de resolución de los recursos disponibles, en función de escenarios de evolución del impacto de la pandemia que siguen restando capacidad de respuesta asistencial a patologías no covid. Estableciendo con ello el margen de respuesta de los mismos y el diferencial del necesario.
Determinar los recursos necesarios en función de escenarios que maximice el efecto venturi, es decir la optimización de los recursos y los procesos, y que contemplen, entre otras cuestiones: alternativas de tecnología diagnóstica y terapéutica, farmacoterapia, profesionales, organizativas, estructurales y evolución de la pandemia. Como ejemplo, la tecnología de screening va a determinar el grado de éxito en las detecciones y la velocidad de realización de las pruebas. Por otra parte, el colapso de los quirófanos por los retrasos en el conjunto de patologías no COVID-19, está llevando a potenciar, en los casos que la evidencia asi lo aconseje, alternativas terapéuticas sustitutivas.
Este proceso analítico se antoja imprescindible para lograr, al menos, la recuperación de la situación previa a la pandemia. Asi como posibilita la toma de decisiones organizativas para lograr el efecto venturi de incrementar la respuesta del sistema con la capacidad disponible y posible.
Antonio Burgueño Jerez