Hay que darse cuenta del peligro que suponen los bulos sanitarios. Vivimos en un mundo donde lo no veraz gusta mucho más que lo veraz.
Se retuitea 70 veces más lo falso que lo verdadero. La verdad no vende, no llama la atención. Y más del 60% de la población se dirige a Internet para consultar sobre temas de salud. Aunque hay más, por supuesto, hoy quiero debatir sobre dos de los más importantes culpables de la emisión de los bulos en nuestro sector: los influencers (muchos) y los profesionales (algunos). Quizás este artículo-denuncia sirva como un acicate más para todos aquellos que vemos, con horror, como crecen exponencialmente esos bulos y suponen ya un serio problema de salud pública.
Si cualquiera de vosotros, fieles de esta columna, o nuevos que intentan seguir mis escritos, preguntarais a vuestros hijos o nietos (depende de la edad de cada uno), que querrían ser de mayores…., antes se tenía claro, o la profesión de sus papás o bombero, o deportista famoso y hasta torero, remontándonos un poco más en el tiempo.
Pues bien, vayamos al mundo de la Sanidad. Estoy seguro, y es solo una presunción mía, que eso ya no sería así. Las circunstancias sociales hacen que una gran mayoría de niños y jóvenes, entre 10 y 20 años ansíen ser influencers. Sí, sí influencer, como lo leéis.
Y para definir un influencer hoy sí que no acudiré a la RAE para hacerlo. Mi definición: persona que es capaz de obtener seguidores que le copian en sus actitudes, formas de vida, pensamientos, etcétera, fundamentalmente a través de su visibilidad en redes sociales.
Estamos en la era de esta población de influencers, instagramers o youtubers, que nos ha tocado vivir, en la que personajes populares y anónimos se convierten en modelo de conducta a seguir mediante vídeos y fotos, que a sus seguidores les parecen divertidos y únicos.
Fundamentalmente, buscan interacción con sus seguidores, son difusores, prescriptores, “creíbles”, tienen poder de convocatoria y son líderes de masas. No son características negativas per sé, pues todo depende del uso que se haga de esa influencia. Y, claro, de que esas personas sean respetables, ejemplares y llenas de saber y experiencia.
La realidad cotidiana nos dice que muchos son todo lo contrario; ociosos, con vidas llenas de vergüenzas y un bajo nivel cultural, en un mundo general. Su importancia, casi siempre, no viene de ser enormes en una honrada profesión humanitaria, sino en aparecer con escándalos personales en los programas basura de casi todas las televisiones.
Enorme problema para la cultura y la ciencia de la humanidad, porque el problema es global, como casi todo hoy en día.
Y que me perdonen, pero en esta ocasión prevalecen las mujeres jóvenes y guapas que se dirigen a un público predominantemente femenino, tienen gran desparpajo ante las cámaras y una base muy numerosa de seguidores en Instagram y Youtube. No tienen ninguna formación ni experiencia que les faculte para realizar muchas de las recomendaciones que efectúan en sus canales. Evidentemente, no son médicos ni profesionales sanitarios. Su negocio es la belleza y la moda, y rinden culto a su imagen en todo momento.
La salud es algo demasiado serio para dejarla en manos de los influencers que proliferan por las redes sociales
Entonces, en la pura realidad, ¿qué papel tienen los influencers sobre el sector de la salud?
Cuando hablamos de salud, la figura del influencer es, cuando menos, controvertida, con ejemplos en los que la información que se ha transmitido, en general, en relación con el ámbito de los medicamentos o de muchas cirugías, sobre todo estéticas y dermatológicas, no ha sido acertada ni ajustada a la normativa sanitaria vigente.
En este ámbito de la salud, diferenciaría entre los influencers con formación sanitaria, menos en cantidad, pero más cercanos a la figura del divulgador de salud, muchos de ellos más serios y conocedores, y los que son ajenos al entorno sanitario y, por tanto, tienen un conocimiento menos profundo sobre ese ámbito.
En ambos casos, su rol como transmisores de información a los ciudadanos es muy importante, y más si cabe cuando hablamos de salud, por lo que deberían tener una gran responsabilidad y sus contenidos deberían ser muy rigurosos y no llevar a confusión. Y eso no sucede muchísimas veces.
Además, los influencers deberían encarnar siempre el valor de la marca con la que colaboran, ya que se convierten en embajadores de ella o del producto que promocionan.
Su elección debe ser fruto de unas adecuadas reflexiones y análisis, que permitan concluir que sus valores, actitudes y comportamientos están en consonancia con los de la marca y la compañía que la comercializa.
Y es que, una campaña con un influencer puede tener un gran impacto sobre la promoción de un determinado producto, pero una mala elección de su figura puede ser muy negativa para la compañía que lo ha contratado en la mayoría de los casos.
El objetivo es llamar la atención, sobre todo con muchos productos nada recomendables para la salud, alimentación y hasta medicamentos de no prescripción. Y, peor todavía, prácticas quirúrgicas de estética, con poco valor terapéutico añadido, sobre todo.
Lo ideal sería que hubiese un criterio ético y una formación cultural entre la población en temas sanitarios que, evidentemente, no existe. Y se eligen, evidentemente, aquellos que llamarán la atención visual al momento, sean como sean.
Y no voy a nombrar a ninguno. En la cabeza de todos están. Lo hago por respeto personal, aunque, posiblemente, a la mayor parte de ellos les encantaría aparecer. Es como ganan dinero en grandes cantidades sin trabajar nada, y cuanto peor se hable de ellos, mejor para su bolsillo. Este es el problema.
Pero debemos luchar, la salud es algo demasiado serio para dejarla en manos de los influencers que proliferan por las redes sociales. Pero hay tantos, que los colectivos sanitarios están empezando a lanzar campañas con un mensaje claro: los mejores influencers para cuidar la salud son los profesionales. Tu médico, tu enfermero, tu farmacéutico…
El propio Ministerio de Sanidad trabaja ya con los colegios profesionales para atajar una tendencia que va a más. De hecho, en varios casos, la Administración ha instado a Youtube, sobre todo, a la retirada de contenidos o a hacer imposible su acceso.
El Consejo General de Colegios de Farmacéuticos también ha lanzado campañas en las que advierte que el mejor influencer a la hora de hablar de medicamentos es el profesional de la farmacia. Esta institución alerta de vídeos con 73 millones de reproducciones en los que, sin ninguna evidencia científica, se proclaman supuestos beneficios de un fármaco oral puesto en forma de emplaste contra el acné. O de otro visto 27 millones de veces que promueve una supuesta viagra natural creada a partir de alimentos y medicinas.
Las consecuencias negativas pueden ser muy graves para la salud, porque tienen un gran predicamento entre una población muy joven, que sigue sus consejos sin ningún espíritu crítico.
Los colectivos sanitarios tratan de unirse, reivindicando su papel frente al peligroso intrusismo digital de estas personas que hablan en las redes de medicamentos o salud igual que de moda o maquillaje.
Por otra parte, desde un punto de vista profesional, entre los médicos, enfermeras, farmacéuticos y otras profesiones de nuestro sector, también existen culpables. Entonces, los bulos se transmiten, a veces involuntariamente, en doble sentido:
El médico o similar, transmite al paciente informaciones que ha ido recogiendo de fuentes no veraces que, incluso, muchas veces, le crean dudas. También le llegan a través de pacientes, de la industria farmacéutica interesada, revistas no acreditadas, etcétera.
El paciente los transmite al médico, por falta de cultura sanitaria, y por idéntico motivo de las fuentes citadas antes (vecinos, familiares, influencers, vendedores de remedios naturales).
Se dice que los profesionales sanitarios deberían prescribir webs a sus pacientes…, pero ¿cuáles, dada la cantidad de falsedad existente?
Me hace gracia cuando leo esto. ¿Quién garantiza que las webs son correctas o no están manipuladas por motivos incluso comerciales o de competencia entre profesionales? Dermatología y oftalmología, por ejemplo, son excelentes ejemplos de esto.
Porque, en el terreno profesional, los rumores provienen, sobre todo, de:
- Profesionales que buscan un rápido y fácil protagonismo.
- Profesionales que quieren ganar beneficio fomentando miedo a sus competidores o a su reputación.
- Conspiranoicos, ligados a pseudociencias que son fomentadas por algunas industrias y que venden su idea falsa de que la industria farmacéutica engaña y quieren sustituir los tratamientos reales farmacéuticos por soluciones naturales milagrosas. He visto montones de casos. Recuerdo en Cuba, la venta de PPG para estimular el apetito sexual y era un mero pasto para el ganado como si definían sus iniciales.
El verdadero profesional debe verificar la información a través de revistas especializadas, instituciones oficiales o medios de reconocida solvencia y calidad, con fuentes referenciadas, y mantener el espíritu crítico.
Y aunque hemos descrito alguna, todavía debe haber muchas más acciones formativas de las sociedades científicas, no solo dirigidas a especialistas, sino también a profesionales de Atención Primaria y Enfermería, por ejemplo. Y, por supuesto a la población general. A través de todo tipo de colectivos, pero fundamentalmente a través de asociaciones de pacientes.
Además, debe movilizarse el mundo serio y responsable de la información y de la comunicación sanitaria, procurando no publicar titulares alarmistas. Llamativos sí, pero no falsos.
También se oye y se lee, por otro lado, que los ciudadanos están infoxicados, sobre todo en noticias sobre alimentación y cáncer. Y es verdad.
Pero también ellos pueden tener iniciativas constructivas, son los principales perjudicados por los bulos. Por ejemplo, parando las cadenas perniciosas del Whatsapp y sus mensajes diciendo que se pasen noticias a los contactos personales.
Resumiendo, estas experiencias comentadas, de forma anecdótica o no, con las “millonarias” youtubers y con algún pequeño grupo de profesionales sin demasiados escrúpulos, nos debería servir para comprender qué tipo de influencers seguir de forma positiva.
En el ámbito de la salud, ha de ser un profesional sanitario o relacionado directamente con el sector, con experiencia y formación en los temas que aborde. Un experto cuya finalidad principal no sea comercial sino aportar y compartir conocimientos. Que huya del postureo y del egocentrismo y en cuyos canales los protagonistas sean sus contenidos y no él mismo.
La solución es como el problema…, multidisciplinar, y todos debemos hacer equipo para establecer una barrera y detenerlos en su origen.
Ya lo hemos repetido muchas veces, pero seguiremos luchando, hasta erradicarlos o desactivarlos. Nos va mucho en ello.