He tenido la tentación de añadir alguna cualidad más al título de esta reflexión y al final creo que es mejor no hacerlo para que simplemente con su lectura, aunque sea de forma rápida, se entienda lo que pretendo transmitir a través de estos párrafos.
No quiero caer en los tópicos ni en la demagogia con algo tan serio como esto, nos vanagloriamos de que vamos ganando años a la vida, de que nuestra esperanza vital se encuentra ya por encima de los 80 años u 85 en dependencia del sexo (según un estudio de la Universidad de Washington publicado en la revista The Lancet, España puede convertirse en el país con mayor esperanza de vida del mundo en 2040 llegando a ostentar un promedio de 85,8 años), llenamos de eslóganes y de frases altisonantes nuestros discursos, que si “hay que añadir vida a los años”, que si como decía Pitágoras “Una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida”, etcétera, y yo me quedo con el comentario acertado de Gabriel García Márquez: “El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”, motivo de este artículo.
Vivimos inmersos en una sociedad trepidante, veloz, en la que todo ocurre demasiado deprisa, en la que las experiencias, los sabores y matices que nos ofrece cada instante, cada momento somos incapaces de apreciarlos. El tiempo no se detiene en ningún momento sino todo lo contrario, cada segundo se agolpa sobre el siguiente y la vida pasa esperando que llegue pronto el fin de semana, las vacaciones, el cumpleaños o la jubilación y no nos damos cuenta que tener prisa para que pase el tiempo no es la mejor ni la más sabia de las opciones.
Francisco Javier González Martín, escritor, erudito y doble doctor escribió un ensayo que recomiendo sin duda, su título: Envejecer es bueno para la salud. El secreto de la longevidad, el autor deja frases para el pensamiento: “el elixir de la eterna juventud está escondido en el único lugar en donde a nadie se le ocurre buscar, en nuestro interior” afirma, y en otro lugar dice: “envejecer no es jubilarse de la vida”.
Este libro que, sin duda, encierra un tesoro de actitud y de sabiduría resume para mí dos aspectos clave, uno el de la ilusión, el de no perderla, el de engrandecerla con proyectos, objetivos, metas y ambiciones que todavía quedan por conocer, por saber, por aprender, por vivir, por deleitarse o por lo que cada cual quiera, y otro el de disfrutar el presente como si no hubiera un mañana y valorar la esperanza de que todo futuro puede ser aun incluso mejor.
Hoy que redacto estas líneas he pasado en un año y un día la línea de los 60 y como el preguntado en el libro me gustaría responder al interrogante ¿y tú qué quieres ser de mayor?,
tengo pasión por los que me rodean, por lo que hago y tengo la enorme fortuna de que mi madre y mi padre viven. Verlos con todo el amor y gratitud de que soy capaz en su ya plena cuarta edad es para mí un privilegio, una cuarta edad que es la que nace a partir de los 80 años según dicen los más entendidos, todo un logro y una recompensa a una vida muy trabajada y dedicada más a dar y a respetar a todos que al hecho de tener, de poseer, de tratar de epatar con aviesas artes y de sentirse superior a los demás sin motivo ni razón.
En mis vivencias del presente tengo a mi alrededor a personas un poco más mayores que yo, amigos y familiares que han llegado ya a la jubilación o desean que llegue el día lo antes posible, algo que me parece estupendo y que ensalzo siempre y cuando se tenga previsto un plan A y un plan B para esos años en los que la vida profesional, social, laboral, económica e incluso espiritual da un brinco, un salto que en algunos casos desgraciadamente es en el vacío dado que la ilusión, la esperanza, la motivación y los proyectos en ocasiones van decreciendo y bajando en intensidad.
Lo que muchos fueron un día, hoy sus éxitos y logros, sus títulos y reconocimientos dejan de representar algo para la mayoría, es más, pasan los días y pocos o ninguno se acuerda de ellos, te das cuenta de que nadie es imprescindible, que todo y todos somos pasajeros y que la vanidad se termina desinflando como un globo a capricho y al pairo del viento. De nuevo surge la importancia del ser frente al tener, el ostentar y el poseer.
Dicen algunos que hay edades en las que uno comienza a ser invisible para los demás, yo no creo en eso, considero que en algunos casos puede ser verdad pero que la invisibilidad no la otorgan los años ni las arrugas sino la carencia de proyectos e iniciativas que tengan capacidad de entusiasmar, involucrar, envolver y motivar a los demás otorgándoles además el beneficio del aprendizaje de la experiencia y a su vez permitiendo a su dueño recibir el elixir de la juventud que aportan las nuevas generaciones, las nuevas ideas, las nuevas visiones, aportaciones y herramientas.
En cuanto a esa cuarta edad observo varios atributos y características que quiero compartir, el primero el de los valores, aquellos que están evolucionando y cambiando. Me refiero en primer lugar al valor del respeto, admiración y cariño por la edad, por nuestros mayores, por aquellos que también fueron jóvenes un día y a los que les debemos todo.
Hoy los estereotipos que hemos creado y aceptado están más próximos a los perfiles vinculados a una juventud sin duda perecedera, pensemos que la palabra “gerontofobia” existe y define una situación que algunos abrazan incluso sin ser conscientes de ello. Dicen los expertos que “el miedo a envejecer uno mismo puede llevar al rechazo de los que ya son ancianos”, puede ser una de entre tantas explicaciones posibles, no lo sé. Sea cual sea, lo relevante es el hecho en sí, el crecimiento del rechazo a la edad en general y a todo lo que conlleva, necesita y representa.
Otro de los valores muy afianzados en las generaciones de nuestros padres, abuelos y ancestros es el de la familia, el de la amistad y el de la solidaridad para con aquellos que pasaban por situaciones complicadas y vivían en su entorno de proximidad, un aspecto este especialmente acuciante en la España de la posguerra y con gran impacto en las zonas rurales. Hoy este valor se ve a veces apocado por las exigencias de una sociedad más evolucionada y exigente y por los grandes retos que esta nos plantea en términos de búsqueda del éxito profesional, del reconocimiento social y de todo lo que ello conlleva incluida la desconfianza y la competitividad profesional exacerbada.
Finalmente, y por no ahondar más en ello, el valor de la comunicación interpersonal directa y con mayúsculas, el valor de la palabra hablada y escrita y los compromisos contraídos a través de ella. Hoy, en la era de las tecnologías de la información y la comunicación, con todas las herramientas a nuestro alcance, es cuando sin embargo más se echa de menos estos atributos tan valiosos.
Avanzar no significa destruir para reconstruir sino mantener e impulsar todo lo positivo que tiene nuestro modelo social y cambiar aquello que se demuestra que no funciona
Las herramientas tecnológicas nos aproximan dentro de la globalidad de nuestra cultura, pero a la vez son capaces de alejarnos de la emocionalidad y no digamos del cuidado en el manejo de la palabra, ¿cuál es el valor que hoy le otorgan algunos a la información cuando en algunos casos es como la falsa moneda que de mano en mano va?, bulos, noticias e informaciones falsas, presunciones lesivas, etcétera, llenan muchas veces nuestro entorno y canales de comunicación, nuestros dispositivos y sin darnos cuenta y sin sospecharlo a veces somos nosotros mismos vías de difusión y contagio de falsedades, montajes y “fake news” que tanto daño hacen.
Pero a pesar de ser esto relevante, para mí lo preocupante es el fenómeno de la soledad que acampa en todas las edades, pero muy especialmente entre nuestros mayores, un hecho que se ha puesto de manifiesto en parte con motivo de esta pandemia de la COVID-19, periodo en el que todos hemos podido presenciar imágenes en los diferentes medios en los que las personas mayores han vivido y han sufrido con especial intensidad las consecuencias de esta crisis sanitaria.
Es en ellas donde la fragilidad, la vulnerabilidad, la exclusión social y la soledad se ceban especialmente y son precisamente ellas, como uno de los extremos de la vida, los que deberían estar más protegidos dentro de una sociedad que presume de solidaridad intergeneracional y de apoyo a la dependencia en sus múltiples fórmulas y modelos.
¿Qué nivel de incertidumbre, de temor y de ansiedad han tenido que sufrir escuchando, viendo y leyendo las noticias desgarradoras vertidas desde los medios de comunicación con imágenes y crónicas hablando de morgues masivas, de porcentajes de fallecidos entre la población de edad más avanzada o de una presunta y potencial selección de pacientes? Y todo ello y en muchos casos vividos sin el apoyo de sus seres más queridos debido a las exigencias motivadas por el confinamiento y el aislamiento social.
En esta crisis sanitaria, económica y social he echado de menos una voz más clara, alta y contundente de los pacientes a través de sus organizaciones y asociaciones y también la de aquellos que representan a estos tramos de edad. En este sentido el paciente crónico y frágil, especialmente debe y tiene que tener los mecanismos para alzar su voz cuando en ello le va la vida y cuando menos su bienestar como es el caso.
Hemos escuchado a los diferentes interlocutores en la comisión de reconstrucción social y económica convocada por el gobierno en el Congreso de los Diputados, mi pregunta hacia quienes organizaron las comparecencias es: ¿por qué no se les otorgó más presencia y peso específico si es que se les llegó a otorgar alguna? Recuerden que pacientes somos o lo seremos todos, desgraciadamente es una circunstancia, un atributo que tarde o temprano nos llegará a nosotros y a todos los que nos rodean.
Es curioso, pero cuando se habla de levantar una nueva arquitectura de un país y de un modelo sanitario y de bienestar con motivo de una inicial crisis sanitaria resulta que quien más tendría que decir es el que menos dice, al que menos oportunidades se le brindan y al que menos se le escucha, hablo de todos nosotros, hablo de los pacientes.
Llegados a este punto es bueno recordar que la dependencia atañe a la edad, pero también a otras condiciones físicas o psicológicas que hacen que este atributo esté presente en nuestras vidas.
Me atrevería a decir, para finalizar, que toda reconstrucción que se precie debe contar de forma robusta y decidida con nuestros mayores, con sus representantes, y con los pacientes y sus portavoces bien formados a través de entidades de todo prestigio como la Cátedra del Paciente constituida por el Instituto ProPatiens y la Universidad de Alicante con la colaboración de la Universidad Miguel Hernández y el soporte de eDUCO+ Health Academy. Dicha reconstrucción que tiene también un matiz social debería pensar en impulsar algunos de los valores que como sociedad vamos dejando atrás en aras a otros principios y planteamientos.
La voluntad de entendimiento y concordia de la Constitución Española del 78 debemos ponerla cada día en valor para que las generaciones que no vivieron ese momento tengan clara y diáfana su importancia clave ya que es la piedra angular de aquella reconstrucción que ha permitido y continúa permitiendo vivir una época floreciente de bienestar, paz y concordia.
Avanzar no significa destruir para reconstruir sino mantener e impulsar todo lo que de positivo tiene nuestro modelo social y cambiar aquello que se demuestra que no funciona por el motivo que sea, atendiendo a los datos contrastados que provienen de otros entornos del conocimiento y que certifican las bondades y conveniencia del cambio. Cambiar por cambiar no es innovar y cambiar para perpetuarse no debería de tener cabida en parte alguna del mundo.
Decía Ernest Hemingway que “se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”. Si tuviera que pedir un deseo pediría que se hable menos, que se trate de hacerlo con sentido, con rigor y con decencia y que se escuche mucho más a todos, especialmente a la experiencia de nuestros mayores, como decía José Saramago: “ni la juventud sabe lo que puede, ni la vejez puede lo que sabe”, por ello la simbiosis intergeneracional es clave si queremos afrontar el futuro con ciertas probabilidades de éxito.