Dado que estamos saliendo, por el momento, de esta pesadilla de los últimos cuatro meses con la pandemia del coronavirus, y que siempre figura su temática en todos los números de New Medical Economics, merced a excelentes técnicos que lo tratan de forma experta, voy a intentar refrescar un poco este ambiente ya veraniego y caluroso, comentando aspectos anecdóticos recogidos de aquí y de allá, sin matiz polémico, sobre la vestimenta de los profesionales sanitarios y los valores que tratan de transmitir. En esta ocasión será más una narración de lecturas que un tema de debate u observación, aunque intentaré que este aparezca para justificar la cabecera de este artículo.
El uniforme, la vestimenta y sus accesorios u ornamentos, de gran parte de las profesiones, tiene una gran influencia en la historia y en la imagen social que se proyecta de todos aquellos que lo utilizan. Es un signo de identidad corporativa y, muchas veces, hasta de reivindicaciones sociales. El sector sanitario es un vivo ejemplo de ello. Resulta muy formativo conocer el porqué de sus formas, colores, variedad de tejidos, etcétera, pues se trata de una verdadera evolución en el tiempo acompasada por el devenir histórico y sus circunstancias en cada momento.
Hasta aquí muy bien, si es que se ignora que también había motivos de clase, de superioridad, y hasta de riqueza y poderío, que había que mostrar, presumir. Hipócrates, Galeno, Avicena, y otros personajes a través de los siglos, hicieron grandes avances científicos con sus escasos medios y grandes limitaciones, sobre todo religiosas, estudiaron la medicina y trataron a los pacientes con hierbas y prácticas supersticiosas de gran eficacia. Y sin apenas signos externos que los identificaran como tales profesionales con conocimientos superiores.
Durante la Edad Media, esa labor curativa se recogía en conventos e instituciones de la Iglesia, coexistiendo con hechiceros, magos, brujas, buhoneros, e incluso barberos, que trataban a los pacientes sin portar con ellos tampoco grandes distintivos personales que los diferenciara del resto de la población. Igual pasaba con la propia práctica médica que no se diferenciaba mucho de la de los antiguos griegos, egipcios y romanos. Realmente la historia del vestuario diferenciado de los médicos y, posteriormente enfermeras, sobre todo, empezó a hacerse patente hace alrededor de 400 años.
Situados en esa fecha, hagamos una pequeña parada para explicar que, desde entonces hasta ahora, el etnocentrismo europeo y, por extensión, la llamada cultura occidental ha tendido a infravalorar al resto de culturas. Y si hay un ámbito del conocimiento donde esta actitud se manifiesta de forma palmaria, sin duda, es en el de la medicina.
Nuestra cultura científica, forjada sobre la prosperidad que dio a Europa la explotación colonial de África y América, aportó recursos valiosísimos que se han utilizado en nuestra lucha contra la enfermedad.
El conocimiento empírico de las propiedades curativas de las plantas constituye, en África, la base de la terapéutica tradicional, (heredera, de una historia más larga que la europea) y, en buena medida, la de nuestra denominada medicina científica y nos ha aportado grandes avances a la farmacopea occidental.
Pinturas corporales y adornos distintivos de su saber científico sí denotaban ya quién era en las tribus la persona dotada de esos conocimientos fuera de lo común, su rango, y de ahí apareció, por ejemplo, el hecho de que una mujer “hierbera” fue quien a finales del siglo XVIII reveló a la medicina científica la utilidad de la digital para combatir la hidropesía; hoy, los principios activos de esta planta (digitalis sp.) constituyen la base de los medicamentos más usados para combatir la insuficiencia cardíaca que provoca dicha hidropesía.
He visto representaciones gráficas de esa mujer. Apenas ocultaba con pequeños restos de tejidos, sus partes más íntimas, pero llevaba amuletos y colgantes de tamaño y color muy desigual, denotando su influencia divina sobre los demás, su superioridad. Y posiblemente utilizaría máscaras para determinadas curaciones.
La máscara de la peste tenía forma de pájaro e identificaba a los doctores que hicieron frente a la pandemia más devastadora de la historia. La peste negra, o peste bubónica, fue una enfermedad que se extendió por toda Europa en la Edad Media. La enfermedad redujo la población del continente de 80 millones a tan solo 30 millones en un periodo de seis años (entre 1347 y 1353).
Fue en Venecia donde, para combatirla, los médicos desarrollaron trajes especiales para protegerse de la infección. En ese tiempo se pensaba que la enfermedad se contagiaba por vía aérea y que penetraba en el cuerpo por los poros de la piel. Así que, a fin de evitar el contagio, los doctores utilizaban guantes de cuero, gafas, sombrero de ala ancha y un enorme abrigo de cuero encerado que llegaba hasta los tobillos. Se complementaba todo con una máscara con forma de pico de ave, y una vara, que se usaba para apartar a aquellos que se acercaban demasiado.
La forma de la máscara tenía varios propósitos. El pico impedía que el doctor se acercase al aliento del infectado. Además, podían rellenar esa zona con plantas aromáticas para mitigar los olores. Esta incluía ojos de cristal para salvaguardar los globos oculares. Existía la creencia de que la enfermedad la transmitían los pájaros, por lo que la forma de ave de la máscara hacía que se alejaran del que la llevaba. Lo que ellos no sabían era que los pájaros eran inmunes a la bacteria yersinia pestis causante de la peste y, por tanto, los médicos no estaban realmente protegidos al usar su indumentaria.
Y aunque esta introducción ha sido algo larga, creo que también ayuda a la hora de llegar a comprender la vestimenta de las dos profesiones más arraigadas en nuestra actualidad, los médicos y las enfermeras. Empecemos por los colores. Hace poco más de esos 400 años a los que me he referido antes, los médicos y estudiantes solían vestir de negro. Principalmente, por dos motivos: porque inspiraban confianza debido a que, ese color daba sensación de seriedad y elegancia, (es decir, una vez más, que donde no llegaban los conocimientos dada la época, lo hacía la imagen) y, por otro lado, el hecho de que se disimulaban mejor las manchas provocadas por el paciente.
Hasta entonces un sanatorio u hospital era un sitio donde ir a morir y se asociaba el color negro a la muerte y la desgracia. Muchos años después, cuando Louis Pasteur logró publicar la hipótesis microbiana, fue prácticamente a partir de entonces donde comenzó a bajar de forma sustancial la tasa de mortalidad por infecciones y se hermanaron la higiene y el color blanco, reflejo siempre de pureza, curación y autoridad.
Una vez tomada conciencia sobre la importancia de la higiene, vestir una bata blanca daba garantías de limpieza y seguridad al paciente ya que la suciedad era rápidamente detectable en dicho color, y el médico se veía obligado a cambiar de forma habitual de ropa y presentarse inmaculado ante el enfermo. Hoy en día, debido a los protocolos en el mundo moderno, no es especialmente importante vestir de blanco, dado que las normativas marcan las estrictas pautas de higiene a seguir.
Actualmente, es muy común usar colores lisos, o una combinación de colores y estampados en batas de médico o enfermera a cuál más llamativo, con el fin de hacer la estancia del enfermo más agradable y menos seria, máxime si los pacientes son niños.
Que la cromoterapia puede curar o ayudar a ello, cambiando el estado de ánimo de un enfermo, no ha sido demostrado científicamente aun, pero hay indicios más que fiables al observar los resultados obtenidos.
Por ello, en nuestros hospitales o clínicas privadas, deberíamos tomar conciencia de tal realidad y usarla en nuestro beneficio, dependiendo del mensaje que queramos transmitir a nuestros pacientes, y decorar así nuestras instalaciones, sin olvidar los uniformes que usamos.
Esto es tremendamente importante para la percepción del paciente, como ha demostrado el marketing sanitario. Se estima que, en el éxito de un establecimiento sanitario privado, el aspecto visual influye un 70% en la decisión del paciente. La Enfermería, por su parte, ha ido desarrollando el contenido de su hacer a través de la historia, como lo han hecho la Medicina y otras profesiones.
Antiguamente era una de las pocas profesiones a las que podía aspirar una mujer; desde entonces, muchos aspectos son los que han ido cambiando con el tiempo, especialmente su uniforme.
Este tiene su origen en el siglo XIX, y su diseño derivaba del hábito que usaban las religiosas encargadas de cuidar a los enfermos durante la guerra, puesto que las monjas fueron las primeras mujeres en asumir el papel de enfermeras. La ascendencia de la religión sobre la Enfermería ha sido pues, también importante, influyendo en la formación de las enfermeras y confiriendo a los cuidados la presencia de actitudes y valores (espirituales y religiosos entre otros) durante mucho tiempo.
Por eso, en sus orígenes modernos están presentes aspectos que se derivan de esa ideología e, incluso, parte de la indumentaria de las enfermeras (cofia, uniforme), se asemejan bastante a los hábitos de las ya mencionadas monjas, aún no profesionales. Es por eso que algunos consideran obsoletos los símbolos o sin significado en la moderna actividad cotidiana y científica del profesional de la Enfermería. Sin embargo, sea por tradición o por costumbre, los estudiantes que se inician en este ejercicio profesional, expresan un gran interés por estos temas, entre ellos, el significado de la lámpara, la imposición y uso de la cofia, los sellos distintivos, el anillo con el escudo, el uniforme y su color blanco.
En la actualidad, este tema es polémico por las diversas opiniones que surgen alrededor de él, sobre todo por el uso inadecuado y las modificaciones que se le están realizando al uniforme. Aquí incluso hay reivindicaciones de mayor o menor grado cultural hacia el usuario.
El uniforme, la vestimenta y sus accesorios u ornamentos, de gran parte de las profesiones, tiene una gran influencia en la historia y en la imagen social que se proyecta de todos aquellos que lo utilizan
Florence Nightingale, que jugó un papel fundamental en la profesionalización de la Enfermería, fue una de las pioneras en cambiar el uniforme, aunque siguiese manteniendo parecido con el uniforme religioso. El atuendo consistía en una larga falda gris y chaqueta de terciopelo que permitía ver los puños y el cuello de la blusa, además de una cofia en la cabeza. Sobre todo las dos guerras mundiales acaecidas en los primeros cincuenta años del siglo XX fueron transformándolo de forma práctica para su ejercicio profesional, y en los años 70 los vestidos se volvieron más simples, facilitando su lavado y planchado con el auge de las lavadoras y secadoras que facilitaron la limpieza y el recambio de los uniformes en el trabajo diario.
El traje de enfermera pasó a considerarse como una herramienta más de trabajo, que respondía a las características de comodidad y funcionalidad propias con las que debe contar la ropa de trabajo profesional. El uniforme de enfermería se desligó definitivamente de condicionantes de índole religiosa o bélica, y desapareció la cofia durante el uso diario del trabajo. A finales del siglo, los uniformes empezaron a parecerse a la ropa cotidiana, y algunas enfermeras sustituyeron los trajes habituales por juegos de pantalones, chaqueta blanca y calzado cómodo. A esto influyó mucho la incorporación de hombres como enfermeros.
Además, los avances en la creación de nuevos tejidos también han llegado a los trajes de médicos, enfermeras y resto de personal sanitario. Las empresas del sector trabajan en diseñar lo más cómodo, higiénico y también estético. Se están empezando a usar tejidos con acabados especiales que impiden la proliferación de bacterias y hongos en la ropa. Existen tejidos repelentes a la sangre, por ejemplo.
La realidad es que, en estos momentos, más que nunca, se están librando muchos frentes de batalla entre los médicos y la enfermería: la capacidad de prescripción, la formación común en temas de anatomía y fisiología, equiparaciones salariales, puntos de vista en humanización hacia los pacientes, guardias, horarios…
Todos ellos son temas muy importantes, pero aunque no lo parezca en principio, también la uniformidad es otro punto de discusión, motivado por el espectacular alza del colectivo de la enfermería en el ámbito social, y la tendencia a igualarse en la apariencia física de la moda actual con los médicos.
Hay quien considera todavía imprescindible que los uniformes diferencien una profesión y la otra con un sentido solo clasista. Para mí es algo anticuado que sea objeto de discusión, e inverosímil que este concepto compita con otros baremos como la capacidad intelectual en un sentido u otro. La superioridad no se demuestra con signos como este a estas alturas de la civilización.