El sistema sanitario en nuestro país tiene una doble titularidad, pública y privada y en su vertiente pública somos conscientes de que hay dudas razonables sobre la viabilidad, solvencia y sostenibilidad de cara al futuro. Los ciudadanos vivimos esta materia con preocupación, tal y como reflejan los datos de las sucesivas oleadas del Barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) en las que se observa de forma reiterada que la Sanidad es ya una de las principales preocupaciones de nuestra sociedad; de hecho, es una de las cinco cuestiones que generan mayor grado de incertidumbre entre los españoles.
En un escenario de complejidad y variabilidad como el sanitario, si no se interponen medidas estratégicas eficaces, podríamos llegar a disponer de un modelo con dos velocidades, algo en absoluto deseable. De hecho, si no fuera por la implicación y compromiso de todos los profesionales sanitarios, la verdad es que la red pública de salud pasaría por una situación más complicada si cabe, teniendo en cuenta las condiciones y circunstancias actuales y las que indefectiblemente se avecinan desde un punto de vista sociodemográfico, innovador y de avances en todos los sentidos con lo que ello conlleva.
Ante un marco de referencia de este calado no podemos obviar la importancia de un entorno clave como el de la sanidad de titularidad privada en nuestro país, un sector que es motor de innovación, que contribuye notablemente a la generación de riqueza, que da servicio a cerca de once millones de españoles que descargan de una forma muy relevante a las arcas del Estado y que por lo tanto alivian considerablemente la presión asistencial creciente debida al cambio sociodemográfico que la población ejerce sobre el sistema público de salud, además de otros factores que también son determinantes y diferenciales.
Por este motivo y por otros hechos de similar envergadura es manifiesto que la sanidad privada desea un sistema público viable, solvente y sostenible. De hecho, el sector no solo de la sanidad privada en particular sino del emprendimiento privado en términos globales anhela un sistema público de salud sólido, eficiente, de calidad y con los mayores índices de prestancia y recursos posibles que le permitan proyectarse al futuro con credibilidad y confianza.
Llegados a este punto, es bueno recordar el decalaje histórico de nuestro sistema, de dónde venimos y de la relevancia que la sanidad privada ha ido alcanzando a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, y tener en cuenta un hecho determinante, la promulgación de la Ley General de Sanidad hace ya treinta y tres años, una norma cuyos principios de equidad, cohesión, universalidad, financiación pública, etcétera, han sido superados por las circunstancias y el propio decalaje del tiempo.
Esta situación debería favorecer una reforma que adapte el sistema a la realidad actual, que implique a todos los agentes involucrados a través de un Pacto de Estado inclusivo que asiente sus raíces en la búsqueda de sinergias y complementariedades en un plano de igualdad y colaboración mutua, y que aborde entre otros aspectos clave el del catálogo de servicios y prestaciones sanitarias, de tal forma que el sistema privado de salud pueda completarlo en aquellos casos en los que el operador público no disponga de medios o herramientas tecnológicas adecuadas y suficientes.
No en vano, la sanidad privada cumple un papel social muy relevante no solo por su idiosincrasia, razón de ser y servicios ofertados y prestados, sino porque es el fiel reflejo de la sociedad civil que se organiza en base a las necesidades que detecta la población en cada momento, situación y entorno, sin necesidad de la tutela del Estado, garantizando e impulsando una respuesta adecuada a las cuestiones emergentes que le surgen cada día.
En términos de gestión, si ponemos nuestra atención en la realidad financiera y contable no cabe ninguna duda de que el sistema sanitario de titularidad privada supone un alivio muy notable a la presión en el gasto que supone el incremento imparable de la demanda de los servicios de salud y todo lo que conlleva en términos de consultas, pruebas diagnósticas, tratamientos asociados, hostelería relacionada con el ingreso hospitalario, servicios generales de mantenimiento, servicios de transporte sanitario,… Es por ello que la utilización de todos los recursos disponibles independientemente de su titularidad es clave de cara a la viabilidad y su implantación estratégica conjunta.
En este contexto socioeconómico es bueno recordar que si hablamos de empleo y de realidad económica ambos sistemas son fundamentales para impulsar la contratación de profesionales cualificados, la retención del talento y la fidelización de los más destacados en cada área y especialidad, aspectos que son clave para que nuestro sistema sanitario en su conjunto sea competitivo comparado con los de los países más avanzados y reconocidos de nuestro entorno, aquellos que ostentan el liderazgo en materia de salud en este momento.
“Respecto a la capacitación y empoderamiento del paciente, ambos sistemas de titularidad ejercen una función clave y complementaria”
Si atendemos al aspecto asistencial no cabe ninguna duda que el servicio suplementario ofertado a más ocho millones y medio de españoles y sustitutivo a un millón ochocientos mil funcionarios de la administración central supone una descarga más que notable a la presión asistencial que soporta el sistema público de salud, todo ello sin contar la contribución de los diferentes modelos de colaboración actual (conciertos, concesiones y mutualismo administrativo) y de los novedosos que puedan surgir en el próximo futuro, teniendo en cuenta las tecnologías de la información y la comunicación (TIC).
Un análisis por sucinto que sea no puede perder de vista la importancia del profesional sanitario y el paciente dentro del sistema sanitario en su conjunto, ambos conforman el eje pivotal sobre el que debe girar la estructura y funcionalidad del sistema en base a su razón de ser, naturaleza, función y servicios teniendo muy en cuenta la importancia de la medicina preventiva y la corresponsabilidad del paciente en la gestión de su propia enfermedad.
Respecto a la capacitación y empoderamiento del paciente, ambos sistemas de titularidad ejercen una función clave y complementaria, de hecho ambos tienen un reto muy importante relacionado no solo con la consecución de los mejores resultados de salud en términos cuantitativos (indicadores de eficiencia, calidad asistencial y seguridad, acceso, resolución asistencial fundamentalmente), sino cualitativos en relación con la experiencia profesional de cada cual en su contacto y tránsito por el propio sistema asistencial y administrativo asegurador.
El paciente y su entorno constituyen, sin duda, la razón de ser de un sistema sanitario que se precie y dar respuesta a sus necesidades es fundamental dentro de la medicina personalizada, participativa, poblacional, predictiva, preventiva y precisa que se va asentando en sustitución de un modelo paternalista, pasivo y reactivo donde la posición del sistema y del profesional quedaba en franca asimetría.
El incremento en la demanda relacionada con los aspectos más subjetivos o cualitativos del servicio prestado es más que evidente y es una de las preocupaciones más acuciantes que plantea el movimiento asociativo de pacientes y profesionales, y su abordaje solo será efectivo si como en el resto de las necesidades se plantea una estrategia conjunta de actuación y abordaje. De nuevo la búsqueda de sinergias en este plano emocional es clave.