Cuando la epidemia de heroína inundó las consultas de los 80, los psicólogos con antecedentes psicoanalíticos buscamos a Edipo entre nuestros pacientes, pero no lo encontramos. Lo que encontramos fue a un montón de madres y hermanas que acompañaban al adicto y una clamorosa ausencia de la figura paterna. Al principio interpretamos esa ausencia como miedo al padre, al estilo de Kafka en su célebre carta:
“Queridísimo padre: Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo”. Pero volvimos a equivocarnos porque esos padres ausentes no se ajustaban al perfil autoritario de generaciones anteriores. Eran más blandos, indefinidos y tolerantes.
Tuvimos que recurrir a otro mito como el de la Odisea -un psicoanalista sin un mito es como un médico sin fonendoscopio-, cuyo triángulo formado por Ulises, Telémaco y Penélope se adaptaba mejor a las circunstancias de las familias que teníamos delante.
Si el complejo de Edipo se relaciona con la dificultad para identificarse con un padre temible o inalcanzable, el complejo de Telémaco representa la nostalgia por un padre ausente, por un padre justo, por un padre capaz de poner orden en su casa cuando regrese a Ítaca.
Edipo elige a mamá posponiendo su elección de pareja, mientras que Telémaco desea que papá vuelva a Ítaca, porque mamá se pasa el día tejiendo y destejiendo el mismo manto y no puede dejarla sola, lo cual tampoco facilita su elección de pareja. Edipo y Telémaco pueden distraer la espera de muchas formas; el alcohol y las drogas son algunas de ellas*.
Edipo encarna la transgresión de la ley mientras que Telémaco encarna la invocación de la ley. Telémaco ilustra la posición existencial de muchos jóvenes drogodependientes, cuya conducta no representa una desobediencia de la ley del padre, sino más bien un desafío o una provocación para que muestre de una vez su rostro. Esa es la razón por la que muchos adictos jóvenes mejoran en un entorno tan normativo como las comunidades terapéuticas.
En las historias de familias con un miembro drogodependiente abunda la ecuación de una madre omnipresente y de un padre periférico o irrelevante. Un padre incapaz de afirmarse como padre y como hombre en la vida familiar, un padre que no puede representar un modelo para el hijo. Con el tiempo nos hemos dado cuenta de que este modelo no refleja solo a las familias con un miembro adicto, sino a sectores más amplios
de la sociedad. En palabras de Recalcati, autor del Complejo de Telémaco: “Las jóvenes generaciones necesitan algo que les haga de padre, piden una ley que pueda devolver un nuevo orden y un nuevo horizonte al mundo”. (El cultural, 23 de enero de 2015).
Resulta un poco injusto culpar solo a los propios jóvenes de la situación de desorientación, depresión, irresponsabilidad, narcisismo y falta de interés por el esfuerzo en la que se encuentran. Seguramente la actitud de los padres tiene algo que ver: ¿Mantienen una conducta digna de respeto o eluden las responsabilidades y huyen del conflicto como del demonio?
Buscar los límites que son aceptables para uno mismo y someterse a ellos es una tarea que dura toda la vida, pero hay una etapa vital en la que la búsqueda es más intensa. Si un adolescente no ha disfrutado de apoyo y control suficientes durante su infancia y no encuentra referencias aceptables entre los adultos que lo rodean, seguirá buscando en el extrarradio.
Mientras la búsqueda se circunscribe a la experimentación con los límites, algunos excesos serán pasajeros, pero cuando lo que se busca no es el contorno de las cosas importantes, sino su sentido, resulta más peligroso. En el caso del alcohol y las drogas no porque aporten ningún sentido particular, sino porque hacen más tolerable su ausencia.
*El 70% de los adictos atendidos en los servicios de drogodependencias son varones. El género ha sido un factor de protección de la adicción para las mujeres durante esta época, aunque hay indicios de cambios.