Entre la extensa lista de posibilidades existentes, he elegido como título de este artículo el de “La vida no merece la pena”. La razón es sencilla: es una de las frases más frecuentes que se pueden oír decir a los potenciales suicidas.
Muchas de las personas que deciden quitarse la vida piensan que la vida tiene poco que ofrecerles, y ven la muerte como una liberación.
El suicidio es una de las causas de muerte no natural más frecuentes en todo el mundo, siendo cientos de miles las debidas a este hecho, como ya puse de manifiesto, y documenté, en mi anterior artículo sobre este tema hace casi un par de meses.
El hecho de provocarse la propia muerte suele ser producto de un profundo sufrimiento y de una falta de percepción de alternativas para aliviarlo, siendo el motivo principal, para ello, el intento de evitar el dolor (si bien existen otras motivaciones, como el deseo de perjudicar a otros).
Suavicemos este contenido, si se puede, pues, al contrario de lo que se suele pensar, la gran mayoría de potenciales suicidas avisa, o manifiesta su deseo de terminar con su vida con anterioridad.
Escuchar referencias al deseo de morir y provocarse la muerte es, pues, un factor de riesgo muy a tener en cuenta a la hora de valorar la posibilidad real de que la persona vaya a intentar suicidarse pronto.
En mi anterior artículo ya anunciaba que iba a volver a escribir pronto sobre el tema de la salud mental, en general, y de los españoles, en particular, pero ya dejando a un lado los tratamientos históricos que, como sabemos, aún conservan estigmas tradicionales y, sobre todo, religiosos, asociados a la maldad y el arrepentimiento, dando por hecho que la persona que se suicidaba era un alma perdida y trastornada. A veces, incluso, se consideraba, por parte de las personas dotadas de santidad, un beneficio para la sociedad que terminara de esa forma.
Así, la religión cristiana, musulmana y judía lo condenan como pecado mortal, destacando en especial el ansia de perseguirlo y castigarlo en San Agustín o en Santo Tomás de Aquino, en la primera de ellas.
En el cristianismo, el caso de Judas Iscariote es el más relevante, pero en el Antiguo Testamento abundan los ejemplos de su culminación o voluntad de hacerlo (Saúl, Jonás, Sara, etc.).
Tras esta pequeña introducción, ya me voy a centrar, en exclusiva, en algo muy grave que crece sin parar en nuestros días dentro de la generalidad. Se trata del suicidio juvenil, que plantea importantes desafíos, tanto para la sociedad como para los sistemas de salud pública.
Aquí, las “influencias del entorno” son más importantes que nunca, y basta con tener presente un simple ejemplo de hace ya bastantes años, pero de gran resonancia.
En los meses posteriores a conocerse la muerte de Marilyn Monroe, probablemente por suicidio, el número de personas jóvenes que trataron de quitarse la vida en EEUU creció un 12%. Un fenómeno similar se produjo tras los posteriores suicidios de Amy Winehouse u otros músicos, actores o escritores famosos. Es el llamado efecto contagio.
Aunque este efecto se amplía cuando los protagonistas son relevantes, también cuando se trata de simples amigos o conocidos, y algunos análisis le atribuyen el 5% de los suicidios totales juveniles.
En este esfuerzo para comprender la naturaleza del suicidio, y las maneras de prevenirlo, entender los mecanismos de contagio ayuda a reducir la transmisión, como sucede con las enfermedades infecciosas en general.
Gran ayuda van a suponer los nuevos modelos matemáticos propios de la inteligencia artificial, en fase de desarrollo, para entender el contagio de los pensamientos y los comportamientos suicidas.
Los resultados están demostrando que, cuanto más conocido es el suicida, el aumento es más significativo porque hay más gente que se puede identificar con él, estimándose que las probabilidades de que una persona que nunca hubiera tenido ideas suicidas comience a tenerlas, en los días después de conocerse la noticia, se multiplica por mil, y el riesgo, en el caso de una persona que ya tenía ideas suicidas, se triplica.
Además, las personas que ya tenían ideas suicidas antes de ese suicidio de famoso se vuelven más contagiosas, y tienen diez veces más probabilidades de influir en una persona sin esas ideas para que comience a planteárselas.
De igual forma, se han publicado diversos estudios sobre cómo las redes sociales pueden ayudar a contener el contagio o exacerbarlo, descubriendo que es importante, a la hora de prevenir la propagación del problema, el hecho de que un 30% de las personas que ven contenido suicida en Internet; no lo buscan, se los pone delante el algoritmo, y eso es algo problemático, sobre todo en una persona de riesgo.
Igual que en el caso de un brote infeccioso se pueden utilizar mascarillas o se pide la colaboración ciudadana para reducir la transmisión de un patógeno, se debería cooperar y colaborar con las redes sociales para que se evite difundir este tipo de contenido.
Junto a estos esfuerzos, que se podrían dirigir con modelos que predigan el riesgo de un evento concreto, los expertos llevan años probando métodos para reducir el efecto contrario, o sea, no obviar el tema del suicidio, sino tratarlo de la manera correcta.
Algunas recomendaciones básicas incluyen no explayarse en los métodos de suicidio, ni tratar los casos como sucesos morbosos, e incluir en las noticias formas de contacto con personas que puedan ayudar a quienes tengan ideas suicidas con mensajes positivos.
El suicidio juvenil en España es una problemática creciente y alarmante, bate máximos históricos, siendo la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años, según datos recientes. En el año 2022, el aumento de intentos de suicidio en adolescentes, especialmente mediante intoxicaciones voluntarias, tuvo un notable incremento del 29% respecto al año anterior.
Se trata de una tendencia al alza iniciada ya en la segunda mitad de la década pasada, pero que se ha acelerado de forma clara con el agravamiento de los problemas mentales y de convivencia, derivado del impacto en los ciudadanos de la pandemia, los confinamientos, el miedo, las muertes y la dureza de la crisis sanitaria, económica y social soportados.
Es también evidente que la pandemia de la COVID-19 ha exacerbado la situación, afectando negativamente la salud mental de los jóvenes, en cantidad mayor que a la de los adultos. Si bien se trata de ocultar el hecho en los círculos cercanos a las víctimas, cada vez se oyen más comentarios de gente cercana que lo ha sufrido y lo exteriorizan.
Los factores de riesgo identificados incluyen: problemas de salud mental (depresión, ansiedad y trastorno bipolar), problemas sociales y familiares (acoso escolar, violencia doméstica, abuso sexual), factores socioeconómicos (pobreza, desempleo juvenil y falta de oportunidades) y acceso a medios letales (disponibilidad de armas de fuego o sustancias tóxicas).
Además, no se deben olvidar otros factores clave modernos tales como el ciberacoso y el sexting, que han aumentado con la expansión de las redes sociales, y la actividad peligrosa de sus líderes de influencia (los llamados influencers), y el consumo de pornografía a edades demasiado tempranas.
La realidad social nos muestra cómo los adolescentes pasan mucho tiempo en redes sociales, donde siguen a influencers que pueden tener un impacto significativo en sus opiniones y comportamiento.
Pero, mientras que muchos de estos personajes promueven mensajes positivos, algunos pueden compartir contenidos que ensalzan la depresión, la ansiedad o, incluso, el suicidio. Esta exposición puede afectar negativamente a jóvenes vulnerables, y cada vez hay más.
No pretendo demonizar de entrada a las redes sociales. Existen esfuerzos responsables por parte de plataformas y gobiernos para regular el contenido que podría influir negativamente en la salud mental de los jóvenes. Por ejemplo, algunas plataformas como Instagram y TikTok han implementado políticas para eliminar o limitar contenido que podría inducir autolesiones o suicidio. Además, muchos influencers y creadores de contenido están tomando medidas para hablar, abiertamente, sobre la importancia de la salud mental y ofrecer recursos para obtener ayuda.
Es dramático, por ejemplo, saber que existen webs legales y macabras para administrar suicidios compartidos, y en países tan aparentemente civilizados como el Reino Unido o EEUU. En ellas, los jóvenes se conocen para suicidarse. Cada persona cuelga su perfil con la edad, sexo, localidad y método preferido y ello permite conversar en foros privados solo para usuarios, incluso publicitándose métodos para quitarse la vida.
No se permite la entrada de personas que irradien esperanza u ofrezcan ayuda, solo para que las acompañen en su viaje hacia la oscuridad irremediable.
El tema del suicidio juvenil en relación con la pornografía es una cuestión delicada que involucra varios aspectos relacionados con la salud mental, la autoestima, y el bienestar emocional de los jóvenes.
El consumo de pornografía puede tener efectos variados en los adolescentes, dependiendo de factores como la edad, la frecuencia y el tipo de contenido consumido.
En algunos casos, puede contribuir a una distorsión de las expectativas sobre las relaciones íntimas, el cuerpo, y el sexo y ello puede generar problemas de autoestima, ansiedad, y sentimientos de inadecuación, especialmente si los jóvenes se comparan con los cuerpos y las situaciones idealizadas que ven en la pornografía.
La exposición temprana a ella puede ser particularmente dañina. Los adolescentes que acceden a estos contenidos sin una adecuada educación sexual, o sin la capacidad emocional para procesar lo que ven, pueden experimentar confusión, culpa o vergüenza y pueden exacerbar problemas de salud mental preexistentes, como la depresión o la ansiedad, y en situaciones extremas, contribuir a pensamientos suicidas.
El riesgo no se limita solo al consumo de pornografía. La proliferación de la tecnología ha facilitado prácticas dañinas como el ciberacoso y la extorsión sexual (sextorsión). Los jóvenes pueden ser coaccionados para compartir imágenes íntimas, que luego pueden ser usadas para amenazarlos, avergonzarlos o manipularlos. Estos eventos pueden llevar a una angustia emocional severa y, en algunos casos, a decisiones drásticas como el suicidio.
De los demás factores que hemos descrito voy a pararme solo en otro que no puede obviarse en volumen, pues aparece continuamente en todos los relatos: la depresión.
La depresión es un trastorno del estado de ánimo que puede causar una profunda tristeza, pérdida de interés en actividades, fatiga, y problemas para concentrarse. Los adolescentes con depresión, a menudo, se sienten desesperanzados y sin valor, lo que les puede llevar a pensamientos suicidas.
La depresión conduce a los jóvenes a aislarse de amigos y familiares, lo que aumenta la sensación de soledad, y pueden experimentar una disminución significativa en la autoestima, creyendo que no son importantes. o que no tienen un propósito, lo que puede intensificar los pensamientos suicidas.
Además, puede afectar el rendimiento académico y a las relaciones sociales, exacerbando el estrés y los sentimientos de incompetencia. Las dificultades para manejar estas áreas pueden incrementar el riesgo de suicidio.
‘El suicidio juvenil es prevenible, es la buena noticia, y la intervención temprana puede salvar vidas’
Y, después de todo lo que hemos visto hasta aquí, ¿qué pensamos que se puede hacer en España para mejorar la situación actual?
Está claro que las principales soluciones a aplicar van dirigidas, como en casi todas las patologías que afectan severamente a la salud pública, a la prevención en sus diversas acepciones: educación y sensibilización, acceso a atención psicológica y a una intervención temprana.
La educación sobre la salud mental es crucial. Familias, escuelas y comunidades pueden ayudar a los jóvenes a entender los riesgos de consumir contenido inadecuado, y a desarrollar habilidades para manejar el estrés y la presión social.
Es muy importante fomentar una comunicación abierta y apoyar a los adolescentes en la búsqueda de ayuda profesional cuando sea necesario.
Ha habido casos donde la cobertura de suicidios de adolescentes ha estado ligada al contenido de las redes sociales o la influencia de ciertos personajes públicos. Esto ha llevado a una llamada más fuerte para la responsabilidad social de los creadores de contenido y una mayor regulación en la forma en que se abordan estos temas.
La relación entre los influencers, las redes sociales y la salud mental de los jóvenes es un área de estudio y debate en curso. Mientras que los influencers pueden ser una fuente de apoyo y positividad, también existe el riesgo de que, si no se maneja adecuadamente, el contenido que generan pueda afectar negativamente a su audiencia.
Es vital que los jóvenes tengan acceso a recursos de apoyo, como líneas de ayuda telefónica, servicios de salud mental, y organizaciones que se especializan en la prevención del suicidio.
Además, una educación sexual integral es crucial para ayudar a los jóvenes a desarrollar una comprensión saludable de la sexualidad y a navegar las realidades del contenido sexual en línea. Esta educación debe incluir discusiones sobre el consentimiento, el respeto mutuo, y los riesgos asociados con la pornografía y la explotación sexual en línea.
Es esencial que los adolescentes tengan acceso a recursos de apoyo y profesionales de salud mental que puedan abordar estas cuestiones de manera sensible y efectiva. Además, los padres y cuidadores deben estar informados y preparados para apoyar a los jóvenes en estos temas.
El suicidio juvenil es un problema grave y complejo que afecta a jóvenes de todo el mundo. La depresión es uno de los factores de riesgo más significativos asociados con el suicidio en adolescentes. Comprender esta relación es crucial para identificar, apoyar y tratar a los jóvenes en riesgo.
El suicidio juvenil es prevenible, es la buena noticia, y la intervención temprana puede salvar vidas. La comprensión y el apoyo de la familia, amigos y profesionales de la salud son fundamentales para ayudar a los jóvenes a superar la depresión y evitar una tragedia.
Resumiendo, en España con la tendencia actual de suicidio juvenil, se subraya la necesidad urgente de mejorar los recursos y estrategias de prevención, atención y educación en salud mental para abordar esta crisis de manera efectiva.
Y que los políticos decisores no piensen solo en medidas cortoplacistas para cuatro años…porque las enfermedades mentales necesitan mucho más tiempo y cariño en forma de recursos.