El filósofo griego Pitágoras que, con su famoso teorema, nos acompañó a casi todos en nuestros primeros pasos en matemáticas, decía que “solo cuando estás emocionalmente saludable puedes ofrecer apoyo y afecto a quienes te rodean”.

Acabamos de vivir unas Olimpiadas en París, con más o menos brillo estético, según quien lo analice. En cualquier caso, un verano disfrutando de esta exhibición universal deportiva es algo único, que se repite cada cuatro años.

Hemos visto, durante su desarrollo, ejemplos muy moralizantes de deportistas de élite que han tenido, o conservan síntomas de enfermedades mentales y que, gracias a su firme voluntad e, indiscutiblemente, a sus cuidadores del entorno, han conseguido descansar y vencer sus sombras interiores y superar, incluso, los estigmas asociados, revalidando sus cualidades frente al resto del mundo.

Evidentemente, el caso más significativo es el de la gimnasta norteamericana Simone Biles o, en España, el baloncestista Ricky Rubio, aunque, en esta ocasión, no fuera olímpico.

Porque en la sociedad actual, en general, lo material, las cosas, priman, gigantescamente, sobre los valores.

En un mundo lleno de influencers llenos de falsedades dañinas, chamanes calvos que venden crecepelos milagrosos, defraudadores vitoreados como ingeniosos e, incluso, muchas veces políticos probadamente corruptos que son jaleados como héroes, los ciudadanos de a pie podemos crearnos muchas frustraciones al no conseguir una estabilidad mental para lograr o mantener, una tendencia intelectual creciente, o unos objetivos concretos que parecen alcanzables.

La salud mental representa una paradoja importante en el devenir sanitario de los países desarrollados e, incluso, parece que cuanto mayor bienestar económico exista, se reproducen exponencialmente los problemas de este tipo en su población.

La reforma psiquiátrica, que planteó la desinstitucionalización de los pacientes mentales, el cierre de los manicomios-hospitales psiquiátricos y la construcción de redes de servicios de salud mental comunitarios fue uno de los proyectos colectivos más atrevidos de las sociedades occidentales en la segunda mitad del siglo XX, aún en marcha, como un claro exponente de la estrecha dependencia que la psiquiatría y disciplinas de su entorno clínico, mantienen con los principios, valores e ingredientes socioculturales y políticos.

Esta es también la razón por la que España se incorporó tardíamente al proceso, que en tiempos de autarquía solo podía ser reivindicado desde la confrontación hostil con las administraciones públicas y el poder político dominante.

Una buena demostración también de esa dependencia de los saberes y prácticas psiquiátricas, de los valores socioculturales y políticos lo demuestra el enorme cambio en los valores y prácticas que, aparentando estar asentadas en fundamento científicos, lo estaban en creencia y valores socioculturales: desde las buenas prácticas anteriores que consistían en el aislamiento del enfermo, a la nueva era, donde las buenas prácticas consisten precisamente casi en lo contrario, o sea, en garantizar la inserción comunitaria del enfermo.

Desde el año 1986 que se empezó a realizar en España, de forma retrasada, como ya he indicado, ese cambio desinstitucionalizador, se han cerrado muchos hospitales psiquiátricos públicos de distintas comunidades autónomas, y se han abierto unidades de psiquiatría, con atención a urgencias en, prácticamente todos los hospitales generales.

Se ha producido una moderada modernización y despliegue de servicios de salud mental comunitarios para todas las edades, y de rehabilitación psicosocial, formados por equipos multidisciplinares, en conexión (con desigual fortuna) con la atención primaria de salud y los servicios sociales generales, liderados por el País Vasco, sobre todo, que sigue incidiendo en ello, pese a que necesita un nuevo empujón presupuestario.

Esto se debe, sobre todo a que, aunque existen esos centros especializados, muchas veces están saturados, y los tiempos de espera para obtener una cita pueden ser largos, cuando en muchas de estas patologías una actuación precoz puede ser decisiva.

También el hecho de que, aunque la atención primaria desempeña un papel crucial en la detección y manejo inicial de los problemas de salud mental, la falta de formación específica y la sobrecarga de trabajo, pueden limitar la efectividad de esta primera línea de atención y nadie se atreve a profundizar y actuar al respecto.

Y, ¡cómo no!, la salud mental en España ha sido un tema de creciente preocupación en los últimos años, especialmente tras la pandemia de la COVID-19, que ha exacerbado muchos problemas existentes, descubierto aspectos desconocidos y generando nuevos desafíos.

La pandemia de la COVID-19 ha tenido un impacto significativo en la salud mental de la población. El confinamiento, el aislamiento social, el miedo a la enfermedad y a la incertidumbre económica han contribuido a un aumento de los problemas de salud mental y, por tanto, un aumento en el consumo de antidepresivos y ansiolíticos, así como un incremento en las consultas psicológicas y psiquiátricas.

No dejaré de señalar que uno de los efectos más importantes durante la pandemia y su huella en el sentir y el imaginario de la población, es que puso de manifiesto el alto grado de sufrimiento emocional y mental de niños y adolescentes, con la exacerbación de su morbilidad posterior (aumento de autolesiones, conductas y gestos autolíticos, una carencia de programas de atención a personas mayores y las malas condiciones de habitabilidad de la mayoría de las unidades de hospitalización psiquiátrica en hospitales generales, donde predominan todavía prácticas coercitivas injustificables, además de una cada vez más reconocida deshumanización, como parece deducirse, sobre todo, de las continuas declaraciones de sus propios gestores llamando a una así a una mejor “humanización” de las unidades).

Algunos muy breves datos que nos centren el problema. Aunque existe un arco muy amplio de patologías de origen cerebral, la ansiedad y la depresión son los trastornos mentales más comunes en España. Según la Encuesta Nacional de Salud, aproximadamente el 10% de la población sufre de algún tipo de trastorno de ansiedad, y un porcentaje similar de depresión.

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) confirma también que, desde el inicio de la pandemia hasta la actualidad, un 6,4% de la población ha acudido a un profesional de la salud mental por algún tipo de síntoma, siendo el mayor porcentaje un 43,7% por ansiedad, y un 35,5% por depresión.

Además, el suicidio sigue siendo una de las principales causas de muerte no natural en España, con un aumento notable en los últimos años. En el año 2020 se registraron más de 3900 suicidios, lo que marca una tendencia preocupante. Pronto trataré este tema de forma monográfica.

Como en tantas otras especialidades, España enfrenta una falta notable de profesionales en salud mental en comparación con la demanda. La ratio de psicólogos clínicos en la sanidad pública es muy baja, en comparación con otros países europeos y, además, están infravalorados todavía a día de hoy.

Recientemente no hay Consejería de Sanidad que no diga que van a contratar a gran número de ellos, pero luego, a la hora de la verdad, esa inversión no se produce. Es, como en tantas ocasiones, palabrería fácil de cara a la galería.

El gobierno ha implementado varias estrategias y planes para abordar la salud mental, incluyendo la Estrategia Nacional de Salud Mental 2021-2024, que se centra en la prevención, el tratamiento y la reintegración social de personas con trastornos mentales, y ha tenido réplicas en los respectivos planes regionales.

Cuenta con un total de 44 acciones que, de acuerdo con el reparto de competencias en sanidad, se realizan en estrecha colaboración con las comunidades autónomas, y dentro, seis líneas de trabajo: el refuerzo de los recursos humanos; la optimización de la atención integral; la sensibilización y lucha contra la estigmatización; la prevención, detección precoz y atención a la conducta suicida; el abordaje de los problemas en los contextos de mayor vulnerabilidad; y la prevención de las conductas adictivas con y sin sustancia.

Actualmente, en estos mismos días, y aprovechando la existencia de recursos económicos provenientes de Europa, reforzando los propios nacionales, se están tratando de consensuar inversiones importantes con las comunidades autónomas, y más actualizaciones y modificaciones a esos planes regionales pero, por ahora, la impresión es que todos reconocen su importancia, pero existen miedos al fracaso, dado que los beneficios terapéuticos son a largo plazo, y políticamente no son rentables en las urnas. Triste realidad.

‘La salud mental representa una paradoja importante en el devenir sanitario de los países desarrollados’

En resumen, la salud mental en España, pese a haber hecho con retraso algunos avances significativos, sobre todo en el aumento de inversión en innovación y tecnología y en políticas de desestigmatización y discriminación de los pacientes, se enfrenta a varios desafíos significativos. Estos desafíos van orientados a aprovechar las oportunidades para mejorar a través de políticas adecuadas, mayor inversión y un enfoque integral que abarque la prevención, el tratamiento y la reintegración social.

Por ello, mi recomendación, en base a lo que leo y oigo de los expertos en la materia, para fortalecer los sistemas de atención de la salud mental iría encaminada a:

Seguir profundizando en el valor y el compromiso que atribuimos a la salud mental, incluyendo, por ejemplo, a las personas con trastornos mentales, en todos los aspectos de la sociedad y la toma de decisiones para superar la estigmatización y la discriminación, reducir disparidades y promover la justicia social.

Reorganizar los entornos que influyen en la salud mental, como los hogares, las comunidades, las escuelas, los lugares de trabajo, los servicios de atención de salud o el medio natural. Por ejemplo, mejorando los entornos para la salud mental, tomando más medidas contra la violencia de pareja y el maltrato y abandono de niños y personas mayores, propiciando los cuidados cariñosos para el desarrollo en la primera infancia, estableciendo ayudas de subsistencia de personas con trastornos mentales, introduciendo programas de aprendizaje social y emocional y, asimismo, combatiendo el acoso escolar.

Reforzar la atención a la salud mental cambiando los lugares, modalidades y personas, que ofrecen y reciben atención de salud mental. Por ejemplo, estableciendo redes comunitarias de servicios interconectados que se alejen de la atención de custodia prestada en los hospitales psiquiátricos y que abarquen un amplio espectro de atención y apoyo mediante la combinación de servicios de salud mental integrados en la atención general de salud; servicios comunitarios de salud mental; y servicios más allá del sector de la salud.

Pero, sobre todo, como se dice “coger el toro por los cuernos” y, de verdad, no solo de forma hipócrita con falsa palabrería como sucede actualmente en muchos casos, sin consideraciones de partido político y lograr un compromiso de cumplimiento riguroso ante un enorme problema de salud pública que, si no detenemos, nos puede llevar a una ruptura social irrecuperable.