El título, como siempre, trata de ser provocador, pero ya veréis cómo está muy justificado.
Antes de nada, quiero decir que este artículo no es continuación del anterior que escribí hace un mes, aunque siempre podría serlo, porque la temática de la Atención Primaria es tan rica que me daría para escribir una serie de números consecutivos. Pero, por ahora, no volveré a tratarlo, para no ser reiterativo.
La verdad es que la Atención Primaria da mucho juego. Está de moda. Es el nuevo centro de la asistencia sanitaria en España. Se diría que hasta desplazando algo a un lado a los pacientes que, durante un tiempo muy reducido, parecía que lo eran. De repente, todo el mundo habla de ella y de forma peculiar. Para bien y para mal.
Y digo peculiar, porque hay muchos enfoques sorprendentes cuando hablamos de unos grandes profesionales que, en general, abarcan tantas facetas de la actividad asistencial que son hasta difíciles de determinar.
Eso sí, incluso continuamente se les trata de responsabilizar de nuevas actividades, sin valorar sus realidades laborales.
No olvidemos que la atención del médico de familia al individuo se realiza en todas las etapas de su vida y, al estar implicado en todas ellas y, por tanto, en la historia natural de la enfermedad, podrá participar en el cuidado de la salud en todas sus formas de intervención, mediante actividades de promoción, prevención, curación y rehabilitación.
En su tarea diaria, además de la práctica clínica tradicional, mediante la elaboración de la historia clínica, con la exploración física y las pruebas complementarias, se incluyen, también, la práctica del diagnóstico precoz y la búsqueda de factores de riesgo en individuos asintomáticos, por ejemplo.
‘El médico de familia es el verdadero eje imprescindible sobre el que gira la asistencia a los ciudadanos’
Los pacientes que acuden al médico de familia no presentan habitualmente problemas físicos o psicológicos puros, sino que, generalmente, muestran una compleja mezcla de factores físicos, psicológicos y sociales, por lo que, en medicina de familia, tener en cuenta esta influencia puede llegar a ser clave para detectar y manejar correctamente a una mayoría de pacientes. La atención del individuo tiene, además, en el médico de familia un experto, capaz de integrar las dimensiones psicológicas y sociales junto a las puramente orgánicas.
Habitualmente, la sociedad demanda la figura de un médico de familia que posea una adecuada y actualizada formación científico-técnica. Pero también se le exigen cualidades humanas que lo hagan digno de confianza en la relación personal, ya sea para solicitarle consejo en los cuidados de salud, como para recibir apoyo en el sufrimiento de la enfermedad.
Por todo ello, la relación médico-paciente representa un lugar privilegiado dentro de la actividad profesional del médico de familia y, ya no digamos lo que vale, si se trata de un médico comunitario.
Y en esa relación, tiene singular importancia atender con competencia algunas situaciones especiales (“marrones” en el lenguaje vulgar): comunicación de malas noticias, información a enfermos incurables, acompañamiento en acontecimientos vitales estresantes, relación con pacientes difíciles o manejo de la agresividad en la consulta.
Aquí, precisamente, es donde quiero yo empezar a poner la guinda de estos dos artículos que he dedicado y escrito sobre Atención Primaria.
Comenzando por decir que igual que estoy harto de las “modas” del sector salud (son inevitables), también lo estoy de las frases estereotipadas como “el médico de familia es la puerta de entrada” o la “famosa silla de Marañón”, que todos citamos en tantas ocasiones.
Puertas, sillas, olvidemos ya tanto mueble, y reconozcamos, de una vez por todas, que el médico de familia es el verdadero eje imprescindible sobre el que gira la asistencia a los ciudadanos siempre, y que las altas instancias sanitarias están provocando el hecho de que ahora esté infravalorado.
Seguro que esto que diré no va a gustar a muchas otras sociedades científicas, pero si tenemos recursos limitados…, en esta hay que volcarse y mirar con más detenimiento otras propuestas, quizás de más alto glamour, pero que se pueden aparcar durante un tiempo. No en vano, los médicos de familia son, de forma cuantitativamente abrumadora, los que mayor número de pacientes diagnostican y tratan. Es cuestión de prioridades.
Cuando recorres geográficamente España, y tienes acceso, en las comunidades autónomas, a los diversos planes estratégicos de la diabetes, la salud mental, las enfermedades cardiovasculares, por ejemplo, al final todo el mundo acaba reconociendo su utilidad y necesidad básica.
Claro que, muchos especialistas avispados, les utilizan para descargar las malas conciencias de sus propias acciones cuando algo les sale mal con los pacientes por ese trato propio de los mediocres, y tratar de justificarse con el aparentemente más débil, salvando su ego.
Pues ayudemos a dotarles de más fuerza. La ciudadanía, a través de los pacientes, deben reclamarlo por todas las vías posibles, máxime ahora que, parece ser, hay más dinero distribuido procedente de Europa.
Y empecemos por reconocerle sus señas de identidad basadas en la actualidad en su compromiso con la salud de las personas, incluso ya antes de que se encuentren enfermas.
Este último elemento incorpora la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad al conjunto de responsabilidades tradicionales del antiguo médico de cabecera, que estaba centrado solo en los aspectos curativos, conforme al modelo sanitario de entonces, muy anterior a la descentralización.
Al médico de familia le corresponde, pues, una función educadora del paciente que deposita en él su confianza…, otra responsabilidad fundamental más.
¿Os dais cuenta?, otra vez aparecen como el verdadero sostén del sistema sanitario español; son imprescindibles si queremos una sanidad sostenible.
Así hemos llegado a donde yo quería: el reconocimiento de las funciones de docencia e investigación en los equipos de Atención Primaria, como factores motivacionales, que están utilizando ahora de diferentes formas las comunidades autónomas. Así tratan de mantener y equilibrar talento profesional, sin acudir para ello solo a factores económicos.
Es obvio que los médicos de familia deben hacer, de por sí, todo lo posible para realizar actividades incluidas en esta área. Ello los llevará a mejorar su formación, prestigio científico y ejercicio profesional, aparte de que, una vez finalizado su período de formación, y como cualquier otro profesional sanitario, necesita desarrollar una actividad continuada de formación para el desarrollo correcto del ejercicio profesional.
Formación continuada que, como repetimos una y otra vez, es muy compleja, dada la amplitud de conocimientos, habilidades y tareas que debe dominar.
Luego, la formación continua es un factor de gran interés para el médico de familia y, cualquiera que le apoye en esa labor, encontrará alta receptividad en sus diferentes facetas de autoformación, formación dentro del equipo de Atención Primaria donde esté trabajando, docencia a otros profesionales y de pregrado o de postgrado.
Y ahora sí, entramos en lo que me gustaría más centrarme hoy, y es en la posibilidad real de que realicen investigación, entendida esta, particularmente en este caso, como una curiosidad estructurada que permite al médico de familia hacerse preguntas, poner en duda lo que está haciendo e indagar, a partir de observaciones, sobre hechos sin una explicación suficientemente justificada, utilizando siempre para ello la metodología científica apropiada.
La necesidad de dar respuesta a numerosas preguntas no aclaradas que surgen en su ejercicio profesional diario, y de cubrir lagunas en el cuerpo de conocimientos propio de esta especialidad, el conocer la historia natural de numerosas enfermedades o la influencia de factores psíquicos y sociales en el enfermar, el poder aportar evidencias contrastadas que permitan decidir qué tipo de terapia o prestación de servicios son más efectivas, el disponer de estudios clínicos y de protocolos realizados desde la Atención Primaria, son razones que justifican el que los médicos de familia, en general, deban investigar.
Es un instrumento fundamental para el progreso del sistema sanitario pues es evidente que entre ellos hay cada vez más una mayor conciencia investigadora, así como una mejor preparación técnica para llevarla a cabo y, muy importante, ayudas digitales inimaginables para trabajar desde hábitat de pueblo, rurales.
Investigar puede, y debe hacerlo, todo profesional que esté motivado para ello, y en el que esa motivación sea lo suficientemente fuerte como para superar las dificultades que siempre se presentan: la falta de tiempo, las carencias formativas en metodología de investigación y la ausencia de recursos, son las más frecuentes.
No pueden decaer en este espíritu e, igual que antes, o aún más, se les debe motivar desde las autoridades gestoras para ello.
Hay que considerar que, tristemente, se dice que solo un 1% de la investigación que se realiza en nuestro país se hace en Atención Primaria, muy por debajo de otros países de nuestro entorno occidental que han comprendido la problemática rápidamente.
Una vía muy útil para reducir este error de nuestro sistema por parte de nuestros políticos sanitarios sería integrarles con grupos de trabajo multidisciplinares y en conexión transversal con otros especialistas apoyados por una adecuada estructura de big data y medios telemáticos, que salven distancias geográficas u orografías complicadas.
Dos ejemplos que cito, solamente a efectos docentes, porque hay más, son que:
Acorde con esta necesidad de su integración en el mundo investigador, recientemente ha habido multitud de comunicados por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), destacando que “la Atención Primaria se centra en los aspectos generales e interrelacionados de la salud física, la salud mental, la salud social y el bienestar, y garantiza una respuesta integral de calidad (desde la promoción y la prevención, hasta el tratamiento, la rehabilitación y los cuidados paliativos), lo más cerca posible de los pacientes”.
Además, se destaca el valor de incorporar la perspectiva de los profesionales de Atención Primaria, que son quienes establecen el primer contacto con el paciente y ven más de ellos en número que ningún otro médico, en las investigaciones sanitarias.
Mención especial merece ya, en nuestro país que, desde el estructurado de forma multidisciplinar Grupo de Investigación de Atención Primaria de INCLIVA (Instituto de Investigación Sanitaria de Valencia) se han abordado cuestiones como el impacto cardiovascular de factores de riesgo (tabaquismo, hipertensión, diabetes…), las desigualdades asistenciales según género, el impacto de los determinantes sociales, la inercia diagnóstica y terapéutica, la prescripción potencialmente inadecuada o la estratificación de la población crónica según costes.
No obstante, investigar siempre supone un esfuerzo personal; el tiempo, la formación y los recursos, con ser necesarios, no son suficientes.
A raíz de mi anterior artículo, donde ponía de manifiesto la situación de los médicos de familia y las políticas incentivadoras para que la sociedad vuelva a aceptarles como en épocas anteriores, recibí muchos emails centrados en los salarios y complementos, me resisto a aceptar que la única motivación para los médicos de familia actuales, jóvenes, y mayores, sea ese.
Por eso rompo una lanza a favor de ellos y de la docencia y de la investigación, básicos a efectos de su aprendizaje continuo en la vida profesional. Todos los pacientes actuales y futuros dependemos de ellos.