Parece evidente hablar de cambio climático, es una realidad en nuestro día a día, máxime habiendo pasado por un invierno donde no ha abundado la nieve, y estar bajo unas condiciones preocupantes de sequía en algunas regiones españolas.
También es notorio los efectos que tiene en la salud humana, con el aumento de la contaminación atmosférica, el incremento de enfermedades alérgicas como el asma, las rinoconjuntivitis alérgicas o la dermatitis atópica; o derivado de la menor disponibilidad hídrica, problemas de salud pública cada vez más recurrentes como afecciones a la salud alimentaria, situaciones de malnutrición, propagación de enfermedades infecciosas, como el dengue, la malaria o el paludismo, que en el caso de España son generalmente casos importados, pero que en otras partes del mundo provocan miles de defunciones anuales.
Asimismo, y derivado de las elevadas temperaturas, cada vez son más habituales una progresión de casos de insolación, así como de lesiones por quemaduras, fotodermatosis, fotoenvejecimiento, cataratas, fotosensibilidad, o cánceres de piel, en especial el melanoma maligno, el carcinoma espinocelular, o el carcinoma basocelular, de hecho, el 90% de los casos se derivan de exposiciones prolongadas a la radiación solar ultravioleta.
Según los estudios del año 2005 de INCACES (Incidencia del Cáncer en España) el derivado aumento de las radiaciones ultravioletas es el responsable de los casos de cáncer cutáneos, reseñando que por cada 1% que disminuye la capa de ozono, se incrementan las radiaciones ultravioletas en torno a un 1’5%.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) haciendo un cálculo general de todas estas incidencias en la salud humana, ha estimado que el cambio climático se cobrará unas 250.000 vidas humanas adicionales al año entre 2030 y 2050, una cifra muy considerable.
Debido a los efectos adversos, y derivado de una preocupación gubernativa y política en general de las consecuencias en los cambios del clima, con las concentraciones de gases de efecto invernadero, el consecuente calentamiento global, y la afección a los ecosistemas naturales y humanos, ya en un lejano 1972, con la Cumbre de la Tierra en Estocolmo, se trató la problemática de la contaminación transfronteriza y la degradación ambiental, siendo en el año 1979, cuando se constituyó en Ginebra la primera Conferencia Mundial sobre el clima, advirtiendo esta situación e identificando el cambio climático como un problema global calificado de urgente.
Y poco después, en 1987 de forma unánime se suscribió el Protocolo de Montreal, un gran éxito medioambiental, que consiguió eliminar los clorofluorocarbonos, es decir, los gases CFC, que favorecen la destrucción de la capa de ozono.
A ella se han unido desde el año 1992 más de 28 Conferencias de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas, coloquialmente conocidas como Cumbres Climáticas. Siendo las más destacadas las del Protocolo de Kioto de 1997 que establecía un objetivo de reducción de al menos un 5,2% de las emisiones contaminantes entre 2008 y 2012 con referencia a los niveles de 1990; en Europa el porcentaje fue superior, acordándose una reducción del 8%, que a diferencia de Montreal y como todos sabemos no fue del todo satisfactorio.
Más recientemente se encuentra el Acuerdo de París de 2015, que pretende evitar superar 1,5 grados de temperatura, cifra que la ciencia ha señalado que se trata del punto de no retorno, así como la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero entorno a un 43% para el año 2030 y una disminución del 60% para el año 2035.
En esta exposición ya se ha constatado la preocupación de este cambio climático en la salud humana, así como la lentitud en la solución del problema por parte de nuestros representantes políticos en todas sus esferas y colores, pasando de la posibilidad de revertir el problema climático, a la de tener que convivir con él de la manera menos dañina que podamos conseguir. Lo del más vale prevenir que curar, parece que no se tomó muy en serio.
A este aspecto cabe señalar que el sector sanitario, público y privado, no solo tiene el reto de poder tratar y atender el aumento de estas patologías que marcarán esta era, una labor que, sin duda, afectará de forma notable a la presión asistencial. Pero, además, las instituciones y empresas dedicadas a la salud, tienen que tomar también un papel activo que les haga partícipes en la lucha contra la crisis climática, y pueda por su parte, aminorar esta situación, contribuyendo también así a la mejora de la salud humana.
Si referenciamos el problema de las emisiones de gases de efecto invernadero, es ineludible hacer referencia a medios de transportes como los aviones y los barcos, muy en el foco de la opinión pública, siendo la aviación y el tráfico marítimo el responsable de “solo”, y entrecomillo el “solo”, del 4% de las emisiones de efecto invernadero de la UE.
Preocupante, sin duda, pero incluso superiores son las emisiones anuales del sistema de salud global, situándose en torno a un 5% de las emisiones anuales mundiales. Un porcentaje llamativo al que debe prestarse atención, y marcar soluciones a corto plazo.
Arup y Health Care Without Harm elaboraron en 2021 la que sería la primera hoja de ruta para descarbonizar la atención sanitaria mundial, señalando la necesidad de tomar medidas de mayor calado para evitar que la huella de emisiones contaminantes de la sanidad se triplique en el año 2050, tildando la crisis climática de crisis sanitaria.
A este fin, se exponen siete acciones de alto impacto para lograr este objetivo, que de forma muy sintética voy a remitir en estas líneas, animando a leer el estudio completo:
En primer lugar, señala la instalación en la infraestructura sanitaria de energía eléctrica limpia y renovable en su totalidad.
Y relacionada con la primera, incide en la inversión en infraestructura y edificios sanitarios con cero emisiones.
También refiere a la transición hacia medios de transporte y traslado sanitario sostenibles con cero emisiones.
En el área habitacional refiere la introducción de alimentos saludables cultivados de forma sostenible y cercana.
En el terreno farmacológico propone incentivar la fabricación de productos farmacéuticos con bajas emisiones de carbono, así como reducir el consumo innecesario de productos farmacéuticos,
También plantea la implementación y atención circular en salud y gestión sostenible de residuos sanitarios.
Para finalmente establecer sistemas de salud más eficientes, a título general, que reduzcan las emisiones y aumenten la efectividad de los sistemas presentes.
También es destacado a nivel nacional la hoja de ruta hacia la descarbonización de los hospitales de investigadores de la Universidad Carlos III de Madrid y Ecodes, de noviembre de 2022, que plantea veinte medidas para descarbonizar el sistema sanitario, la mayoría muy parejas a las de hoja de ruta de Arup y Health Care Without Harm, una lectura interesante, pero más extensa para enunciar de forma escueta.
También existen iniciativas de algunos sistemas sanitarios y hospitales españoles, que han apostado por políticas contra el desperdicio alimentario e introducción de alimentos de cercanía, casos como el Hospital Reina Sofía de Murcia o el Hospital de Guadarrama.
Destacando, asimismo, y de forma reciente, la propuesta de la ministra de Sanidad, Mónica García, de la completa descarbonización en la sanidad española para el año 2050.
Esperemos que estas hojas de rutas sean tenidas en cuenta, y la realidad de descarbonización que recientemente anunció la ministra de Sanidad se materialice finalmente, para poder seguir presumiendo de nuestro sistema sanitario, pero esta vez no solo en el terreno asistencial de sus grandes profesionales, sino además como un sistema sanitario en su conjunto, público y privado, baluarte de la lucha climática y referente en la búsqueda de un futuro verde y mejor para todos como sociedad.