Hay profesiones como las relacionadas con la salud en las que la comunicación es una herramienta esencial y muy especialmente si nos referimos a la comunicación emocional, una disciplina que se alinea perfectamente con las denominadas soft skills o habilidades interpersonales o competencias sociales.
Por todos es conocido que una experiencia positiva del paciente en su relación con el profesional sanitario que le atiende y el entorno en el que desempeña su función supone una mejora en el pronóstico de su afección por compleja y grave que esta sea. Una experiencia positiva del paciente influye, no sólo en su bienestar emocional sino también en su recuperación y salud tal y como subrayan las publicaciones científicas más acreditadas al respecto.
Según el estudio Experiencia de Paciente. Primer Estudio de Medición en Sanidad Privada en España, promovido por la Fundación IDIS y con más de 10.000 encuestas a pacientes, los resultados en salud constituyen la mejor manera de medir la calidad y seguridad asistencial en los sistemas sanitarios. Para poder ser excelentes es necesario que el paciente ocupe y sea el centro de toda actividad asistencial, y tan importante como lo anterior es conocer cuál es su experiencia cada vez que interacciona con el sistema sanitario y a qué nivel se cumplen sus expectativas en las distintas etapas por las que puede transitar. Disponer de esta información permite conocer y dar respuestas concretas a sus necesidades. Especialmente en tiempos de plétora asistencial motivada entre otros aspectos por una demanda de salud creciente e incesante.
Desde luego que, la masificación y el exceso de demanda asistencial y de servicios de salud, junto al desequilibrio existente respecto de los profesionales sanitarios disponibles en poco o nada ayudan a que la experiencia sea la más adecuada. Si a ello le añadimos el hecho de que en las facultades la docencia se basa más en cuestiones técnicas que en el manejo de algo tan esencial como es la entrevista médico-paciente y su interrelación, o que en las pruebas denominadas “oposiciones” o “selectivas” prima el apartado técnico y no las capacidades y habilidades subjetivas, cualitativas y abstractas relativas al ámbito emocional, al perfil de personalidad y a la vertiente psicológica del individuo, la resultante se traduce en un impacto directo en la experiencia y satisfacción del paciente y, por lo tanto, en los resultados.
Saber ponerse en la piel, zapatos y circunstancia de la persona que tenemos enfrente en un momento dado es una cualidad esencial. Especialmente en todo aquel que decide dedicar su vida profesional al cuidado de la salud de los demás; ejerciendo no desde un punto de vista paternalista y de superioridad relacional, sino de igual a igual puesto que, el acto médico se basa en una relación biunívoca y bidireccional entre las dos partes implicadas: el profesional sanitario y el paciente.
«Vivimos una situación de cambio profundo que podría compararse al ocurrido con la revolución industrial»
Vivimos una situación de cambio profundo en las cuadernas de nuestra sociedad. Un cambio que bien podría compararse en su esencia e impacto al ocurrido en el siglo pasado con la revolución industrial, la cual supuso sin duda un avance impresionante en el devenir social y también en los valores hasta entonces imperantes.
Probablemente cada época muestra su afán y la nuestra viene determinada hasta el momento por una eclosión sin precedentes de los resultados de la ciencia en su más amplio sentido. Algo que abre las puertas a un mundo difícilmente imaginable en los próximos cien años y siguientes. Alguien manifestó recientemente que estamos hoy en la prehistoria de lo que está por venir.
Y lo que está por llegar a nuestras vidas es el resultado de la tecnología elevada a una exponencial con sus diferentes versiones y derivadas. Una exponencial en la que la inteligencia artificial (IA) se abre camino cada vez con más fuerza planteándonos desde ya cuestiones éticas y bioéticas de enorme trascendencia en las que el ser humano tendrá que saber determinar y fijar las reglas del juego.
Una vertiginosa carrera en la que la investigación genómica y, de la mano de ella, de todas las ómicas posibles. Van a aportar impresionantes cotas de éxito en sus resultados, lo que sin duda va a suponer un nuevo reto para nuestra sociedad en términos éticos y de valores.
Un apunte más: las aplicaciones de la computación cuántica, que promete resolver problemas complejos de manera mucho más eficiente que la computación clásica. En opinión de los expertos, este campo disruptivo y podría tener un gran impacto en ámbitos como la criptografía, la simulación de moléculas y materiales y la optimización de sistemas.
En medicina, el carácter aplicativo de la computación cuántica vendrá reflejado en un primer escalón en diseñar tratamientos a medida y en menor tiempo; el diagnóstico con el desarrollo de tecnologías de imagen médica más precisas que permitirán una mejor visualización de estructuras biológicas y procesos en el cuerpo humano, lo que facilitará el diagnóstico temprano de enfermedades; y la gestión de datos basada en el big data y la inteligencia artificial entre otros. De nuevo un área en la que la ética y sus derivadas tendrán un papel relevante.
Estos simples ejemplos, como botón de muestra, quedarían incompletos si no hago una referencia en el ámbito de la salud a algo que puede ser determinante, que viene de la mano del comportamiento del ser humano en el espacio y del conocimiento del universo o de los diversos universos posibles y de las posibilidades que nos puede ofrecer quizás el hecho de viajar a través de él o de ellos. Incluso a través del tiempo, aprendiendo y dando saltos de gigante en el conocimiento científico y por lo tanto en la tecnología; hechos que tendrán su parte aplicativa en la salud y que plantearán cuestiones de enorme relevancia y trascendencia relacionadas con la ética, generando y abriendo inevitablemente la puerta a múltiples paradojas.
Estos vestigios de lo que está por llegar no hacen sino poner a prueba los valores inherentes al ser humano; al menos los que tenemos hoy en día establecidos. Reforzando la idea de que, aunque de una forma simple y carente del conocimiento exhaustivo acerca de las consecuencias de una revolución tecnológica imparable, esta ha de tener en cuenta en cada una de sus áreas y pasos, lo esencial del ser humano, sus valores y su idiosincrasia.
Centrando a estas alturas de la reflexión en la robótica y por lo tanto en la inteligencia artificial (IA o AI en inglés) no puedo dejar de apuntar un hecho que estamos viendo todos repercutido en los diferentes medios de comunicación social. Me refiero a los puestos de trabajo que al parecer van a ser suplantados y desarrollados por parte de diferentes formas de inteligencia artificial como es el caso de las derivadas de un metaverso evolutivo, la realidad virtual o la robótica humanoide como Ameca, un androide creado por Engineered Arts capaz de mantener conversaciones con personas que le rodean, gestualizar y manifestar un nivel de autoconsciencia que no deja de inquietar a los expertos.
En cualquier caso y llegados a este punto de proyección imaginativa, pero basada en datos, hay tareas que la inteligencia artificial no puede realizar de manera autónoma y eficiente, al menos hasta el momento, como es el caso de la creatividad, el pensamiento crítico o todo lo relacionado con las emociones y el comportamiento emocional.
Este hecho en sí mismo hace bueno lo expresado al inicio de esta breve reflexión: los avances tecnológicos y científicos son deseables e imprescindibles, especialmente en el entorno de la salud y la sanidad en el que su equilibrio con las cualidades que aporta el ser humano es esencial.
Tal es así que, grandes tecnólogos creadores de inmensos emporios como Bill Gates tratan de enfatizar acerca del citado equilibrio imprescindible entre innovación tecnológica en el ámbito de la inteligencia artificial y el insoslayable humanismo residente en las distintas profesiones. «Tenemos que aprovechar esta oportunidad para mantener todos los bienes y servicios que poseemos en la actualidad y liberarnos del trabajo de su producción, para realizar un mejor trabajo de atención a los mayores, en la enseñanza, y con los niños con necesidades especiales. Se trata de actividades en las que la empatía humana y la comprensión requeridas son aún muy únicas y nos enfrentamos a una inmensa cantidad de personas a las que hay que ayudar ahí fuera», afirmaba recientemente. Por su parte Elon Musk, presidente de Tesla y SpaceX apunta en el mismo sentido: «la gente tendrá tiempo para hacer otras cosas, las cosas más complejas, las cosas más interesantes».
No cabe ninguna duda que nos adentramos en un mundo nuevo que está dejando asombrado incluso a los más avezados en estos temas, y ante esta realidad patente se hace necesaria más que nunca la virtud que ofrece la previsión y la anticipación en todos los aspectos ante el desarrollo de nuevos paradigmas éticos basados en una profunda y a la vez ágil reflexión social; en la determinación de las reglas del juego que no cercenen los resultados de la ciencia, pero que a la vez salvaguarden la realidad del ser humano en su más amplia expresión; en la transformación del desempeño y el conocimiento tomando como eje pivotal a la persona con todas sus cualidades y valores suplementada por las cualidades que aporta y aportará la ciencia y los avances tecnológicos en todos los campos del saber. Y en la aceptación de todo lo que está por venir en este ámbito por parte de la sociedad, lo que requiere un cambio cultural de dimensiones estratosféricas.
En 2016, gigantes tecnológicos como Google, Facebook, IBM y Microsoft fundaron la organización Partnership on AI to benefit people and society, cuyo objetivo se centra fundamentalmente en plantear, estudiar y analizar posibles y potenciales prácticas acordes con la ética en relación a la inteligencia artificial y divulgarlas para tratar de conseguir que la sociedad en su conjunto entienda su ámbito de aplicación y el propio sentido de las cosas. “Será nefasto si la gente alberga más miedo que entusiasmo sobre lo que la innovación traerá consigo, eso significa que no verán las cosas positivas que vendrán», manifestaba Bill Gates, fundador de Microsoft, en una reciente entrevista.
La simbiosis entre los inmensos avances que las generaciones venideras van a contemplar y las enormes virtudes inherentes al ser humano es fundamental. En nuestro entorno, en el de la salud y la sanidad, creo que, como decía al principio, reforzar todo lo cualitativo, subjetivo y abstracto, emocional en definitiva en la relación con cada individuo, con cada persona en un marco tecnológico es un elemento clave.
Además, fortalecer el conocimiento de las nuevas y sucesivas herramientas que nos aporta la ciencia es también esencial. No es bueno pensar que lo sabemos todo basándonos en nuestra propia formación adquirida y en la experiencia de los años, cuando está demostrado que, el resultado tecnológico del análisis ingente de grandes volúmenes datos a través de algoritmos específicos puede aportar mucha más luz al resultado de nuestras actuaciones. Esto requiere y supone un revulsivo cultural especializado de primera magnitud y nivel que ha de ser aceptado y puesto en práctica por toda la cadena de valor del conocimiento y la formación académica.
Por otro lado, la incorporación de nuevas profesiones a la realidad clínica y asistencial se hace perentoria, puesto que cada vez más profesionales de otras dimensiones que no son exactamente las relacionadas directamente son la salud se hacen cada vez más imprescindibles en aras a la consecución de los mejores resultados, objetivo esencial y prínceps de toda actuación médica que se precie.
Como muestra sirve un botón y entre ellos, los especialistas en bioimpresión 3D, los bioestadísticos para la investigación genómica, el programador médico de realidad virtual (VR), el especialista en inteligencia artificial aplicada a la salud, el experto legal de robótica para asistencia quirúrgica, el farmacéutico especializado en medicina de precisión, el especialista en nanomedicina, el especialista en bioinformática, el analista de datos de salud o el asesor de salud en tecnología son solo algunos ejemplos de las profesiones que sin duda el futuro irá demandando.
En conclusión, un mundo que se antoja apasionante a la vez que cargado de incertidumbres en el que el ser humano, que es quien diseña y genera todo avance científico y tecnológico, al menos hoy por hoy, ha de estar imbuido de la ambición sana de crear, y a la vez de la imperiosa necesidad de incorporar al resultado de sus investigaciones e innovaciones el patrimonio global conformado por los valores y la ética inherentes a la persona aplicados a cada una de sus actuaciones y momentos. Eso sí, no dejando atrás en sus planteamientos, diseños y avances a personas que por razones de edad o de cualquier otra situación puedan plantear situaciones de dificultad en el acceso o el uso.
Por su parte, quienes somos usuarios de la tecnología estamos también en la obligación del conocimiento y el buen uso, de no anteponerla a nuestra propia esencia relacional, es decir a la relevancia que supone reforzar, impulsar y potenciar todo los relacionado con el ámbito emocional en el que la subjetividad, lo intangible y lo abstracto conjuntamente con los valores comparten terreno con lo tangible y objetivo.